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jueves, 28 de marzo de 2024 23:31h.

¡Más turismo que es la Guerra! - por Federico Aguilera Klink (2000)

 

FEDERICO AGUILERA KLINK  La lógica con la que se mueve la economía del turismo en Lanzarote, igual que en el resto de Canarias, recuerda a la lógica que aplicaba Groucho Marx, en el lejano Oeste, para mantener en funcionamiento su locomotora en aquella delirante carrera. Así como Groucho decidió ir destrozando los vagones del tren para utilizarlos como combustible en la caldera de la locomotora, aquí se aplica desde hace tiempo la misma lógica con cada isla. La locomotora del crecimiento turístico y de la masificación va destrozando de manera imparable el tren formado por las islas-vagones quemándolo, día a día, en esa caldera voraz de la lógica económica y del seudo progreso hacia ninguna parte.

 

¡Más turismo que es la Guerra! - por Federico Aguilera Klink (2000)

  La lógica con la que se mueve la economía del turismo en Lanzarote, igual que en el resto de Canarias, recuerda a la lógica que aplicaba Groucho Marx, en el lejano Oeste, para mantener en funcionamiento su locomotora en aquella delirante carrera. Así como Groucho decidió ir destrozando los vagones del tren para utilizarlos como combustible en la caldera de la locomotora, aquí se aplica desde hace tiempo la misma lógica con cada isla. La locomotora del crecimiento turístico y de la masificación va destrozando de manera imparable el tren formado por las islas-vagones quemándolo, día a día, en esa caldera voraz de la lógica económica y del seudo progreso hacia ninguna parte.

  La diferencia consiste en que Groucho tenía un objetivo muy claro, que era el de alcanzar al estafador que llevaba la escritura de la mina, mientras que en Lanzarote, Reserva (o Mina) de la Biosfera, la locomotora se alimenta de esa supuesta Reserva mientras corre en beneficio de unos pocos, ignorando todos los costes sociales y ambientales. Es más, sabemos que estamos deteriorando y agotando la Mina de manera totalmente irreversible, aunque este agotamiento se disfraza con la exhibición de unos números llamados indicadores de crecimiento, a modo de tótems mágicos, cuyo objetivo consiste en convencer a la gente de que ignore la realidad que ve y de que tenga fe en esos indicadores, en el sentido de que crea que ve una realidad diferente. El problema es que esos indicadores son considerados científicos por el hecho de sugerir que más equivale a mejor y porque algunos de ellos son expresados en términos monetarios pero, como ha indicado con gran lucidez y sentido del humor Donella Meadows, tratar de conducir la economía con los indicadores actuales es como si estuviéramos conduciendo con el parabrisas empañado y confiando en un pasajero borracho para que nos dé indicaciones sobre la carretera.

  No es ajena a la consolidación de esa fe el destacado papel que juegan algunos políticos  cuya tarea consiste, en principio, en la protección del territorio y del medio ambiente pero que, en la práctica y siendo conscientes de que lo que influye en la actitud de la gente es la insistencia y la reiteración en lugar del razonamiento, transforman esa tarea en una encendida defensa del crecimiento “argumentando” su compatibilidad ambiental y ecológica así como su necesidad para elevar el nivel de vida de los canarios. Así pues, somos tan desagradecidos que no nos damos cuenta de que todo lo hacen por nosotros. A lo anterior se añade el entusiasmo con el que saludan los medios de comunicación la construcción de nuevos hoteles de cientos de camas y las inversiones de miles de millones ignorando, deliberadamente, que la condición previa para que realmente exista progreso social consiste en que la gente sea consciente y se convenza de que existen muchas alternativas factibles para la política actual que ofrecen una amplia gama de elección en el más vital de los aspectos que afectan a su bienestar: el propio medio ambiente físico en el que viven y trabajan.

  Pero en lugar de abrir el debate sobre las alternativas factibles que existen, debate que permitiría, además, profundizar en la práctica de la democracia cotidiana, consolidándola, el único mensaje que llega con reiteración es el de la descalificación, como utópicos, de aquellos que cuestionamos ese crecimiento, dejando de lado que lo realmente utópico es pensar que podemos seguir creciendo como hasta ahora. Da igual que ese cuestionamiento sea solidamente razonado y argumentado pues, por definición, sólo cuentan como razones y argumentos aceptados aquellos que defienden el crecimiento y que contribuyen a mantener la maquinaria económica en constante funcionamiento, con independencia de su aportación al bienestar de las personas. La conclusión es clara, si la economía crece todo va bien, así es que no es necesario preguntarse a costa de qué crece, cual es el coste real que se está pagando por crecer, ni cómo se distribuyen los ingresos generados por ese crecimiento.

  En definitiva, el único objetivo bendecido por políticos y empresarios, en este lejano Oeste del turismo que es Lanzarote y que es Canarias, consiste en el crecimiento turístico, es decir, en que la locomotora corra cada vez más y en que nunca se pare. Más, significa más vuelos con más turistas, más hoteles y apartamentos, más coches de alquiler, más residuos, más congestión, más “consumo” de espacios naturales, y más y más y más ...combustible para la locomotora. Y ese combustible no es otro que el deterioro continuado de cada isla porque, en el fondo - cuando nos atrevemos a reconocer  de verdad qué es lo que está pasando y apartamos las ramas y flores de plástico que constituyen las declaraciones tan rimbombantes como inútiles de espacio natural protegido o de Reserva de la Biosfera, entre otras – lo que vemos es que cada isla es considerada simplemente como un vagón más de madera que puede ser utilizado como combustible inmediatamente o como un simple solar al que los fogoneros-promotores-especuladores están deseando urbanizar o “desarrollar ecológicamente”. Sin embargo, la realidad es incontestable, el crecimiento turístico sólo es posible porque el precio que pagan los turistas por sus desplazamientos, incluido el transporte en avión, es mucho menor que los costes sociales inconmensurables que generan esos desplazamientos y que habitualmente son ignorados aunque, a veces, se intentan financiar con fondos públicos lo que, paradójicamente, exige un mayor crecimiento del turismo que aporte esos fondos.

  Esto es así porque hemos pasado de una situación en la que el turismo era una actividad que estaba al servicio de la isla, lo que permitía mejorar personalmente o financiar la construcción de ciertas infraestructuras colectivas de carácter básico,  a otra situación en la que la isla está por completo al servicio del turismo y acaba destruyéndose y destruyéndolo sin que se resuelvan los problemas que los ingresos obtenidos gracias al turismo habrían podido resolver. De hecho nos enfrentamos a la tremenda obviedad de que cuanto mayor es el crecimiento turístico y económico aparecen más y mayores  problemas cuya solución real no es otra que la disminución de ese crecimiento pero cuya solución aparente y políticamente aceptada requiere más crecimiento del turismo para poder financiar esas soluciones. Al final resulta que toda solución lleva su problema incorporado por lo que la espiral crecimiento turístico-problemas-soluciones-crecimiento turístico-problemas nunca tiene fin. En suma, la locomotora turística devora al turismo y a las islas en tanto que espacios sociales convirtiéndolas simplemente en espacios comerciales y en espacios de conflictos cada vez más agudos e irresolubles desde la lógica del crecimiento turístico.

  La prueba consiste en que se han construido cientos de hoteles y miles de apartamentos, recibiendo a millones de turistas y generándose unos ingresos de miles y miles de millones, se han construido nuevos puertos, aeropuertos y carreteras, pero  nunca es suficiente. Hay que mantener la locomotora en marcha y seguir trayendo más turistas y construyendo más hoteles y apartamentos, ampliando los puertos y los aeropuertos para, finalmente, convertir el territorio insular en un inmenso y masificado aparcamiento de personas y de automóviles. ¿Cuánto deterioro es necesario conseguir para que empiecen a primar realmente los intereses colectivos sobre los individuales?

 


[1] Publicado en el libro, Lanzarote: el papel de la crisis. Páginas 43-47. Fundación César Manrique. Lanzarote. Teguise. 2000.

* En La casa de mi tía por gentileza de Federico Aguilera Klink 

 

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