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jueves, 28 de marzo de 2024 09:57h.

 ¿Otra vez la guerra de las galaxias? (2000) - por Francisco Morote Costa

 

TRUMP BOMBA

francisco morote 150En 2000, Francisco Morote, hoy presidente honorario de ATTAC Canarias, publicaba un elocuente artículo en LA PROVINCIA. El mismo Morote lo repesca ahora y lo publica, con un comentario, en La casa de mi tía y en la web de ATTAC Canarias

 

TRUMP NUCLEAR

 ¿Otra vez la guerra de las galaxias? (2000) - por Francisco Morote Costa, presidente honorario de ATTAC Canarias *

GEOPOLÍTICA. ¿ APOCALIPSIS NUCLEAR ? EL MIEDO GUARDA LA VIÑA, me permito recuperar un  artículo del año 2000 " ¿Otra vez la guerra de las galaxias ? " que, afortunadamente, sigue siendo plenamente válido para el tiempo actual. 

¿ Llegará EEUU, después de los últimos alardes y demostraciones de fuerza en Siria ( para Rusia ), Afganistán ( para el mundo entero ) y Corea del Norte ( para China ), a un enfrentamiento directo con Rusia o China que, como él, son también potencias nucleares  ?

Las armas de destrucción masiva aseguran para todos los contendientes una destrucción masiva. En una guerra atómica entre potencias nucleares no hay vencedores, solo vencidos. Nadie empieza una guerra que sabe que ni siquiera será una victoria pírrica. En las guerras atómicas todos son perdedores, porque, como recuerdo en este artículo del año 2000, no hay ninguna defensa, no hay ningún escudo que proteja a un país contra la lluvia de misiles con cabezas nucleares que inexorablemente caerá sobre él. Cualquiera que destruya a su enemigo, sabe que su enemigo, sobre todo en el caso de EEUU vs Rusia o viceversa, le destruirá también a él. Por eso, fundamentalmente por eso, no ha habido, desde Hiroshima y Nagasaki, nadie que se atreva a lanzar una bomba atómica contra otro. Por suerte el miedo guarda la viña.

Saludos cordiales

 ¿ Otra vez la guerra de las galaxias ? 

Francisco Morote Costa

La Provincia

( septiembre, 2000 ) 

En los tiempos de la Guerra Fría el duelo entre los Estados Unidos y la Unión Soviética alcanzaba su expresión más dramática en el llamado equilibrio del terror. Ambas superpotencias disponían de un número suficiente de armas atómicas capaces de destruir decenas de ciudades, acabando con la vida de sus indefensos moradores. Si esta monstruosidad jamás llegó a suceder fue porque unos y otros, norteamericanos y soviéticos, sabían que un ataque nuclear, por muy efectivo y exitoso que fuera, no podía evitar un contraataque de características similares. Por esa razón ninguno de ellos se atrevió a emprender la guerra, puesto que la lógica militar exige que las guerras que se inician concluyan con la victoria propia y la derrota del adversario, no con la destrucción y, en consecuencia, la derrota de ambos. Inevitablemente tal cosa –la destrucción mutua en un conflicto nuclear- tenía que suceder porque los unos y los otros disponían únicamente de armas ofensivas, careciendo de los instrumentos defensivos necesarios para parar o neutralizar los golpes del enemigo. Recurriendo a un ejemplo, era como si en la Edad Media dos ejércitos de caballeros hubieran librado una batalla provistos de lanzas, pero desprovistos de escudos. El resultado habría sido catastrófico para ambos y habría equivalido poco menos que a un suicidio colectivo.

A principios de los ochenta, cuando con el presidente Reagan se recrudeció la Guerra Fría, los Estados Unidos trataron de romper el equilibrio del terror mediante la puesta en marcha de un programa al que llamaron Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE). En los medios de comunicación occidentales ese nombre, poco comprensible para el gran público, se cambió por el más cinematográfico de ‘Guerra de las Galaxias’, con mayor gancho periodístico y capaz de expresar el grado de sofisticación que, al parecer, alcanzaría un futuro conflicto nuclear entre el Este y el Oeste. Siguiendo el símil de la lanza y el escudo, lo que Estados Unidos pretendía era producir un sistema de cohetes antimisiles que hiciera el papel de escudo protector contra un eventual ataque nuclear soviético. Disponiendo de ese escudo los norteamericanos cobrarían una ventaja definitiva, pues, por un lado, podrían parar los golpes de su enemigo y, por otro, golpearle sin que éste pudiera hacer nada para evitarlo.

La IDE provocó la alarma en la Unión Soviética cuya economía, estancada y lastrada por los gastos militares, no era capaz ya de responder adecuadamente al nuevo desafío americano. Ésa y otras circunstancias importantes llevaron al poder, en 1985, al reformista M. Gorvachov. Haciendo de la necesidad virtud, el nuevo mandatario soviético orientó decididamente la política exterior de la URSS hacia el diálogo y la distensión entre los dos bloques. La perestroika, en el plano de las relaciones internacionales, representó la búsqueda de acuerdos para la limitación y / o la destrucción de armas nucleares, la salida del Ejército Rojo de Afganistán y la renuncia soviética a la teoría de la soberanía limitada, en virtud de la cual se habían justificado en el pasado las intervenciones soviéticas en los países del Este (Hungría, 1956; Checoslovaquia, 1968). La perestroika, primero, la disolución de la URSS y la conversión de Rusia al capitalismo, más tarde, hicieron innecesario, finalmente, el desarrollo de la IDE. El bloque occidental en su dimensión políticomilitar, la OTAN, no se disolvió, como parecía exigir la lógica tras el final de la política de bloques; pero la escalada armamentista, al menos, quedó temporalmente en suspenso.

Desde la caída del Muro hasta nuestros días ha pasado más de una década. En ese tiempo hemos tenido ocasión de constatar que, en términos de poderío militar vivimos en un mundo unipolar, donde Estados Unidos, actuando como vencedor de la Guerra fría, aplica, según le conviene, la ‘Pax Americana’.

A mi juicio se está perdiendo un tiempo precioso y se camina en la dirección equivocada. No se están dando los pasos necesarios hacia el desarme universal y la eliminación de las armas nucleares. Seguimos viviendo en un mundo inseguro en el que, además de sufrir multitud de conflictos convencionales y, a menudo, ignorados u olvidados, crece el número de países que disponen o pueden llegar a disponer de armas atómicas. Éste es el argumento que esgrimen ahora los políticos americanos, republicanos y demócratas, para resucitar la idea de la ‘Guerra de las Galaxias’. Lo que pretenden, dicen, es preservar a los Estados Unidos de un ataque nuclear procedente de Corea del Norte, Irak u otro país semejante. El argumento no convence ni a sus más fieles aliados europeos. Si en la época de la Guerra Fría la URSS no se atrevió a atacar a los Estados Unidos por temor a las represalias americanas, con cuánta mayor razón no lo pueden hacer esos países, a los que la República imperial barrería totalmente de la faz de la Tierra.

No existiendo, pues, ningún agresor que razonablemente pueda poner el peligro la integridad norteamericana, hay que pensar que el motivo o, más bien, los motivos por los que los políticos americanos están dispuestos ahora a desarrollar la IDE son otros.

En primer lugar hay que considerar los intereses económicos de los que, ya a finales de los cincuenta, llamó el presidente Eisenhower el “complejo militar-industrial”. Para ese conglomerado de intereses, la IDE es una fabulosa oportunidad de seguir acumulando beneficios, una oportunidad que no se puede desaprovechar. De por sí bastaría esa razón para entender la decisión de los gobernantes americanos, pero es que, además, la política exterior norteamericana tiende a asegurar la hegemonía militar, política y económica de los Estados Unidos en el mundo que se acerca al siglo XXI. Si gracias a la IDE los Estados Unidos llegaran a lograr la invulnerabilidad, obtendrían una ventaja definitiva frente a cualquier adversario, al que podrían atacar con absoluta impunidad (esa tendencia se ha podido ver claramente en los casos de la Guerra del Golfo y en Yugoeslavia). Hasta sin hacer uso de esa ventaja, la posición de los norteamericanos sería tan superior que podrían imponer su voluntad a cualquier Estado o grupo de estados que se atreviera a cuestionar el orden político y económico internacional de nuestro tiempo, o cualquiera de sus aspectos fundamentales.

Si en los próximos años los Estados Unidos, con Bush o Gore al frente, pone en marcha la IDE, existe el riesgo de que aumente la tensión internacional. No sólo porque Corea del Norte, Irak u otro país semejante pueda seguir con inquietud la iniciativa americana, sino porque también lo harían países de mucha mayor entidad como Rusia o China. Si así ocurriera no podría descartarse la posibilidad de que esas potencias se aproximasen hasta llegar a formar un bloque opuesto al liderado por los americanos. Pero incluso si esa posibilidad no se materializase, la política armamentista arrastraría a otros muchos países en la misma dirección y no podría evitar una mayor proliferación del armamento nuclear.

La IDE no es una buena idea. Sí lo es, en cambio, la idea del desarme general bajo los auspicios de las Naciones Unidas. Sólo así podría lograrse un mundo más seguro para todos, y los recursos necesarios para resolver los problemas más acuciantes de millones de personas, víctimas del hambre, las epidemias y la pobreza.

* En La casa de mi tía por gentileza de Francisco Morote

http://www.attaccanarias.hol.es/2017/04/16/apocalipsis-nuclear-el-miedo-guarda-la-vina/

FRANCISCO MOROTE ATTAC