Buscar
viernes, 29 de marzo de 2024 08:39h.

 Aprobados de despacho en institutos - por Nicolás Guerra Aguiar

 

NICOLÁS GUERRA AGUIAR 100 En su vital adaptación como cuerpo vivo, la lengua experimenta transformaciones: sus directos autores son los hablantes, únicos propietarios. La Academia debe limitarse a recoger y reflejar tales cambios, por más que algunos sectores de la misma sean reacios. Así, por ejemplo, sucede con la voz “cesar” cuando se refiere a personas: los usuarios imponen la construcción “fue cesado por el consejero” (años atrás debía usarse “destituido, depuesto, relevado”).

 Aprobados de despacho en institutos - por Nicolás Guerra Aguiar *

   En su vital adaptación como cuerpo vivo, la lengua experimenta transformaciones: sus directos autores son los hablantes, únicos propietarios. La Academia debe limitarse a recoger y reflejar tales cambios, por más que algunos sectores de la misma sean reacios. Así, por ejemplo, sucede con la voz “cesar” cuando se refiere a personas: los usuarios imponen la construcción “fue cesado por el consejero” (años atrás debía usarse “destituido, depuesto, relevado”).

   De la misma manera, “aprobado de despacho” –acaso futura locución- nació en los centros de enseñanza (mermada y burocratizada ya la función educativa, es decir, la que desarrolla o perfecciona facultades intelectuales y morales). Actúa frente a determinadas deficiencias (en román paladino, entiéndanse como ‘fracaso escolar’) con interesados fines propagandísticos de la Administración. Así, esta interviene ante el desastre pues pretende lograr un mayor número de aprobados en menoscabo de la calidad, la cual pasa a un segundo o tercer nivel en la escala.

   Las estadísticas mandan, imponen, obligan a externos artificios, disimulos, encubrimientos. ¿Cómo logran su objetivo? Muy sencillo: la Inspección se convierte en la soberanía máxima ante las calificaciones finales. Así, cualquier alumno puede reclamar sin necesidad de que aporte fehacientes pruebas o rigor en la demanda. Puede esgrimir, incluso, su desacuerdo con la pedagogía del profesor (el cual, las más de las veces, suspende a un veinte por ciento. O lo contrario: aprueba al ochenta).

   Hay, por supuesto, disposición negativa de profesores hacia determinados alumnos, e incluso hacia el curso completo: no todos son rigurosos profesionales, sin duda. Pero no es lo cotidiano, sino la célebre excepción a la regla. Ante tales situaciones debe actuarse y con rigor. A fin de cuentas están en juego el equilibrio de una persona –la más débil, el alumno- o el odio del colectivo hacia una determinada materia debido a prepotencias, jactancias o desajustes del docente cuyo “ser humano de las personas” (Pepe Monagas) también está expuesto a impactos y altibajos: es su condición de ser imperfecto.

   Pero también encontramos lo contrario: por determinadas circunstancias (las más de las veces pasajeras), un alumno enfila al docente y convierte la relación si no en un calvario, sí en fastidios para ambos. Así, una alumna suspendió mi asignatura desde la primera evaluación hasta junio. Sin embargo, las calificaciones en las restantes eran no solo buenas: fueron excelentes. Intenté averiguar el porqué y lo supe por sus compañeros: no sentía disposición alguna hacia la literatura, acaso por mi método. Me esforcé con ella, pero fracasé.

   En la evaluación final (2º de Bachillerato) las restantes asignaturas fueron calificadas con sobresaliente, pero suspendió la mía. Estaban en juego dos becas absolutamente imprescindibles para su futuro: una la llevaría a la universidad; la otra, al colegio mayor. No tuve reparos en reconocer públicamente mi fracaso. Y aunque las reclamaciones se agotaban en el departamento (el mío la había rechazado), le pasé la nota final (3) a un sobresaliente... ante la sorpresa de todos los presentes, profesores y alumnos. (Aquel día -25 años atrás- confirmé el aprecio de varios y la amistad personal de otros, relación mantenida hasta hoy con mis ex.)

   Y como todo pasa y todo queda, la Asociación de Profesores de Instituto de Andalucía denunció la tradición, pues el pasado septiembre se produjo en uno de Córdoba lo que ya tiene nombre consignado y registrado: “Aprobado de despacho”. Es decir, más de lo mismo: la Delegación de Educación (Junta de Andalucía) aprueba en septiembre a un alumno (2º de Bachillerato) a quien le había desestimado la reclamación presentada en junio. No obstante, la Comisión Técnica la estima: considera como válidos los mismos argumentos rechazados dos meses atrás.

   Obviamente, el profesor y su departamento mantuvieron (junio y septiembre) el rigor profesional: el discente no había superado los criterios de evaluación fijados. Además, tampoco ninguna de las evaluaciones, “ni siquiera las correspondientes recuperaciones”. Ya en octubre el departamento de Historia sabe por el inspector la razón del “aprobado de despacho”: no tuvo en cuenta ni el grado de madurez ni “el grado de consecución de los objetivos del Bachillerato”. A ambos responden con seguridad. Respecto al primero (madurez) la cosa está clara: había abandonado la asignatura. Y en cuanto a los objetivos, lo mismo: no trabajó en equipo, ni individualmente. Faltaron, además, los métodos de investigación exigidos.

   El alumno no es tonto, ni de coña; está al día en la legítima defensa de sus intereses. Y sabe desde hace años que la Administración busca la manera de reducir índices de fracaso escolar.  Y como a él –obviamente- le interesa el aprobado, recurre a todo lo que pone a su alcance, sin más consideraciones. Además, teatraliza mucho: con carita angelical plantea para qué necesita la literatura si va a estudiar Ingeniería.  Solo capta lo inmediato, no mira más allá. Y ve en la Administración a su gran aliado frente al profesor, el malo.

   Mi experiencia profesional, estimado lector, me permite hablar con cierta seguridad y conocimientos. Así, cuando muchos años ha le expliqué a un inspector que el denunciante o reclamante contra la calificación en mi asignatura había faltado a clase desde enero, me reclamó algunas calificaciones del primer trimestre. Solo pude enviarle el resumen de un texto periodístico, única calificación en mis manos. No obstante, fue suficiente. Consiguió el aprobado a pesar del criterio opuesto y razonado por el departamento de Lengua y Literatura.

   Milenio anterior. Un colega y yo fuimos llamados por el inspector para emitir dictamen sobre la calificación final (Lengua) de un alumno preuniversitario: ejercía su legítimo derecho a reclamar, pues la valoración de un 2,8 la consideró injusta. Manejamos sus exámenes, trabajos y ejercicios de clase desde octubre hasta mayo. Rondaba siempre el aprobado, en torno al 5. Pero el profesor lo calificó solo por el examen final. Nuestra respuesta fue contundente: debe aprobar la asignatura, pues la había trabajado dentro de sus capacidades. Nos hizo caso.

* En La casa de mi tía por gentileza de Nicolás Guerra Aguiar

 

nicolás guerra aguiar reseña