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viernes, 29 de marzo de 2024 10:20h.

15 años de la guerra de Irak. Tres artículos (2004 y 2007), de Francisco Morote

Francisco Morote, presidente honorario de Attac Canarias, recuerda, que no celebra, el aniversario de la guerra de irak, repescando estos tres contundentes artículos, uno de 2004 y los otros dos, de 2007.

Irak, el fracaso de la recolonización (2004); EEUU: Menos superpotencia (2007) y EEUU: El mundo, después de Bush (2007)

francisco morote canal 13

Escribe Morote: 

Hoy hace 15 años EEUU y sus aliados iniciaron la ominosa invasión y guerra contra Irak. 

Estos artículos, de 2004 y 2007, apuntaban a señalar dos cosas: el fracaso de la recolonización americana ( Irak, incluso Afganistán ) y el nuevo escenario geopolítico que empezaba a configurarse: la transición de un mundo unipolar a otro multipolar ( la tendencia hoy es a la tripolaridad: EEUU, Rusia, China ).

Irak, el fracaso de la recolonización - por Francisco Morote (2004), presidente honorario de Attac Canarias *

Desengañémonos, un país que en el año 2003 gastó él solo la portentosa suma de casi 450.000 millones de dólares, equivalente al 47% de todo el gasto militar mundial, no hace ese colosal esfuerzo si no es para imponer, a cualquier precio, su particular visión del orden económico y político internacional.

Convertida, tras el final de la Guerra Fría, en la única superpotencia mundial, Estados Unidos se ha ido deslizando, en el marco de la unipolaridad multilateral con Clinton, y en de la unipolaridad unilateral con Bush (hijo), por la pendiente de un intervencionismo militar creciente. La última palabra, con Bush ( hijo) en el poder, ha sido la guerra preventiva, concepto que liquida cualquier resto de respeto a la legalidad internacional e impone el ¿ derecho? del más fuerte para organizar, a su antojo, el nuevo orden internacional.

Las guerras del Golfo y de Yugoslavia, apoyadas por la ONU y por la OTAN, respectivamente, y coronadas por fáciles victorias sirvieron, sin duda, al objetivo de ganar o recuperar la confianza perdida desde los días trágicos de Vietnam. Arropada por la complaciente “comunidad internacional,” ( en realidad un puñado de países centrales acompañados servilmente por algunos satélites periféricos ), la república imperial alardeó de su incomparable poder aéreo y naval, convenciéndose y convenciendo a muchos de que ese poderío era incontestable.

Llegó, luego, el ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001 y el grupo de ultraconservadores que con Bush ( hijo ) gobernaba E.U.A, tuvo el pretexto para poner en práctica el neoimperialista Proyecto para un Nuevo Siglo Americano.

La cólera estadounidense descargó primero sobre Afganistán, sin que nadie, impresionado por la tragedia y por la furia del coloso, se atreviera a objetar nada. El procedimiento habitual, los bombardeos, empleados rutinariamente en Irak, Sudán y Yugoslavia, por citar algunos ejemplos, se aplicó exitosamente también en Afganistán, y con la ayuda de la oposición interna al régimen fundamentalista de los talibán, se instaló un gobierno “decente”. Afganistán, como muchos analistas señalaron, era la puerta abierta hacia la explotación del gas natural del Mar Caspio por parte de la petrocracia que desde el año 2000 se había instalado en Washington.

Entusiasmados por el éxito y convencidos de poder alcanzar cualquier objetivo que se propusieran, los neoconsevadores republicanos decidieron asentar de una vez las bases del poder americano en el corazón mismo del Cercano Oriente, en Irak, el país que contiene las segundas reservas de petróleo mayores del mundo y que, por su situación estratégica, permite controlar militarmente toda la región.

La historia es bien conocida. Los falsos motivos de la intervención. El desprecio a las instituciones internacionales. La ignorancia por las movilizaciones pacifistas de millones de ciudadanos del planeta. La negativa a aceptar los reparos de algunos socios importantes de anteriores empresas. Nada detuvo la decisión gubernamental norteamericana de recolonizar, eso sí, en nombre de la libertad y la democracia, Irak. Bombardeado sañudamente, para “ablandarlo”, es decir, para eliminar la voluntad de resistir, fue finalmente invadido y ¡ Oh sorpresa ! fácilmente ocupado. El rostro de la estatua de Sadam, en Bagdad, se cubrió, durante unos instantes de sinceridad, con la bandera de los conquistadores y algún tiempo después el presidente Bush ( hijo ) daba por terminada oficialmente la guerra.

¿Qué venía luego? ¿ Siria, Irán, Libia, Corea del Norte, Cuba? ¿ Hasta Arabia Saudita? ¿ La reelección en las presidenciales de 2004? ¿ La subordinación definitiva de la ONU y de la “ vieja Europa”? ¿ El “respeto” general al poder militar americano? ¿ La globalización neoliberal impuesta no sólo desde el FMI y la OMC, sino también desde el Pentágono?

Es posible, pero inesperadamente sucedió lo imprevisto. La mayor parte del pueblo iraquí se rebeló contra los ocupantes. No es lo mismo bombardear impunemente que ocupar el terreno, los pueblos, las ciudades. Los iraquíes odian a los invasores. Saben que desde la Guerra del Golfo, pasando por el bloqueo, los bombardeos de la época de Clinton y la guerra actual, los americanos y los británicos no han tenido misericordia con ellos. Saben que su verdadero propósito es recolonizar el país para apoderarse del petróleo que contiene y asegurar, por largo tiempo, los negocios de la petrocracia angloamericana en el Próximo Oriente. Los ocupantes luchan contra una resistencia que tiene conciencia nacional y que dispone de las armas necesarias para defenderse sobre el terreno. Por eso, los Estados Unidos están perdiendo la verdadera Guerra de Irak.

¿ Qué puede suceder, entonces, si los E.U.A. fracasan en Irak?

Ante todo está en juego el proyecto unilateral americano. El propósito de actuar solos para imponer los intereses estadounidenses en cualquier rincón del mundo. Irak está demostrando que el poder norteamericano no es ilimitado, que los ocupantes son vulnerables y que pueden ser derrotados. Es un formidable ejemplo para todos los pueblos del Tercer Mundo que están descubriendo que Estados Unidos también puede ser un gigante con los pies de barro. Si los E.U.A. son vencidos, finalmente, (y su retirada y una iraquización de la guerra sería igualmente una demostración de su derrota), el peligroso camino de la recolonización podría no ser emprendido de nuevo, ni por la superpotencia, ni por los hipotéticos epígonos que estuvieran dispuestos a seguir sus pasos. Al fin y al cabo, un país que no se “pacifica” no ofrece ningún interés a las empresas siempre dispuestas a hacer negocios provechosos.

Por lo demás, incluso antes de llegar al desenlace de la verdadera Guerra de Irak, puede que sus responsables cosechen algunos sinsabores. Podrían ser reveses electorales, o quizá, porque no ser optimistas, algún tropiezo inesperado con la justicia , al menos, en sus propios estados. En fin, la trágica aventura, que tanta sangre y destrucción ha provocado, podría acabar obligando a los mandatarios de los países más poderosos del Norte a explorar otros caminos que condujeran al diálogo y no a la recolonización del Sur.

 

EEUU: Menos superpotencia - por: Francisco Morote (2007)


Cuando en noviembre de 2008 se celebren las elecciones presidenciales, Estados Unidos, la única superpotencia reconocida después de la Guerra Fría y la desaparición de la Unión Soviética, será menos superpotencia de lo que era en noviembre de 2000, fecha de la primera elección de G. Bush (hijo), y en noviembre de 2004, año de la reelección del mismo personaje. Sobre él y sus colaboradores más próximos en las tareas de gobierno, Cheney, Rice, y los desacomodados Rumsfeld, Perle, Wolfowitz, Bolton, etcétera, recaerá el mérito de esa pérdida de reconocimiento como única gran superpotencia mundial.

¿Cómo en tan corto espacio de tiempo han podido los gobiernos republicanos y neoconservadores de G. Bush deteriorar tanto la posición y el prestigio del coloso norteamericano?

La clave ha estado, por un lado, en la fe ilimitada en el poder militar, en la fuerza de los Estados Unidos y, por el otro, en el desprecio y la subestimación de la voluntad y la capacidad de resistencia de los pueblos invadidos.

Examinando el primero de los dos factores mencionados, la confianza en la fuerza militar de los Estados Unidos, los hechos han demostrado que el cálculo sobre la superioridad militar americana estaba equivocado. Tanto en Afganistán, como en Irak la primera fase de la guerra, la derrota de regímenes con ejércitos sensiblemente, abismalmente, a veces, inferiores, fue factible y hasta fácil, pero la etapa siguiente, la de la consolidación de la victoria, la ocupación militar y la “ normalización” política, con la creación de gobiernos leales, aceptados por la población “ liberada”, ha sido un fracaso.

Los tiempos de la colonización han pasado, el recuerdo de esa etapa histórica está aún muy fresco en Asia y África, y la recolonizació n, disfrazada de cruzada por la libertad y la democracia, no ha engañado tampoco a nadie.

Así, pues, sectores considerables de las poblaciones de los países invadidos han ofrecido una resistencia, constante en el caso iraquí, creciente en el afgano, que está haciendo naufragar los planes estratégicos, políticos y militares de los gobiernos de Bush.

Los verdaderos objetivos de las intervenciones norteamericanas, la consolidación de la presencia en un área singular del mundo, el gas natural y el petróleo de Asia central y suroccidental tan codiciados por algunas de las corporaciones que tan interesadamente sufragaron las campañas electorales de los halcones neoconservadores, están más en el aire que nunca.

Por supuesto que Estados Unidos no es un “ tigre de papel”, dedica a sustentar su poder en el globo casi la mitad de todo el presupuesto mundial en gastos militares, pero su fracaso en Irak y cada día más en Afganistán han tenido unas consecuencias imprevistas por los insanos gobernantes que tan alegremente se lanzaron y lanzaron al planeta a una nueva fase de guerras y violencia. La más llamativa de esas consecuencias ha sido que el mundo entero ha podido comprobar que el sofisticado ejército de los Estados Unidos no es invencible. Derrotado ya una vez en Vietnam, puede fracasar por segunda vez en Irak y tal vez hasta en Afganistán. La afirmación de los gobernantes norteamericanos de que Estados Unidos podría librar hasta dos y tres guerras victoriosas en distintos escenarios ha resultado ser una bravata. Ni Irán, ni Siria y, menos aún, Corea del Norte, objetivos posibles de otras monstruosas guerras preventivas, han llegado a ser atacadas. Atascados en Irak, donde la resistencia es encarnizada, los políticos de Washington han tenido que desistir hasta ahora de sus proyectos, sobre todo contra Irán, porque si bien la superioridad en una guerra regular contra el ejército iraní estaría asegurada, no sucedería lo mismo tras la ocupación y el comienzo de la guerra irregular o de guerrillas.

Esta demostración de los límites del poder americano, sin contar con la prudencia mostrada ante una potencia nuclear menor como Corea del Norte, ha dado lugar a que el mundo le haya perdido el respeto, más bien el miedo, que el gobierno de Bush inspiró tras los atentados del 11S.

El tiempo juega ahora en contra de los gobernantes norteamericanos, que han tenido que transitar desde la soberbia a la humildad, solicitando de sus inicialmente menospreciados socios de la OTAN una mayor implicación en Afganistán, donde las cosas se les ponen cada vez más difíciles.

Vivimos, todavía, en un mundo unipolar, con una sola superpotencia económica, política y militar, pero la distancia que mediaba entre ella y sus aparentemente lejanas posibles rivales, China, Rusia, etcétera, parece haberse reducido. La vuelta a un escenario multipolar con China, Rusia, Unión Europea, Japón, India y Brasil, al menos, está más cerca tras el fracaso de los políticos estadounidenses que querían imponer al mundo, manu militari, un nuevo siglo americano.

En cuanto al terrorismo fundamentalista islámico, razón oficial para la invasión de Afganistán y en parte de Irak, no sólo no se ha contenido o suprimido sino que, como reconocen todos los especialistas en el tema, se ha recrudecido.

Por cierto, que un precandidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos, un tal Tom Tancredo, cree haber dado con la solución para responder a un nuevo ataque terrorista como el del 11S, bombardear con armas nucleares La Meca y Medina, ciudades sagradas del Islam situadas en el territorio de Arabia Saudita, país aliado, por ahora, de los Estados Unidos en el Próximo Oriente. Lumbrera, el tal Tancredo, digno sucesor de G. Bush, porque con amigos como ese los socios de Estados Unidos no necesitarían enemigos.”

 

EEUU: El mundo, después de Bush - por: Francisco Morote (2007)


En estos primeros años del siglo XXI la marcha del mundo ha estado condicionada, fundamentalmente, por las iniciativas adoptadas por los gobiernos republicanos y neoconservadores de G. Bush (hijo). Respondiendo bien a una provocación de la organización terrorista Al Qaeda, o a un plan de afirmación de la supremacía mundial norteamericana, en el que el ataque terrorista del 11S era el pretexto perfecto para actuar, los gobiernos del Bush impulsaron una política exterior de carácter maniqueo, agresivo, belicista, cuyos frutos han sido la invasión de Afganistán e Irak y la tensión, casi permanente, con Irán y Corea del Norte.

La fuerza y no el derecho han presidido, pues, estos años en las relaciones internacionales. Sin embargo, lo malo de estas iniciativas no ha sido sólo el baño de sangre, el dolor y el sufrimiento que han provocado en los escenarios bélicos y aún más allá de ellos, sino el olvido de otros problemas, de otras cuestiones que son de vital importancia para el conjunto de la humanidad.

En una palabra, se han perdido unos años preciosos, porque en un mundo unipolar las únicas decisiones que han contado han sido las de la superpotencia que ganó la Guerra Fría. Ese estado de cosas, aunque tímidamente, está empezando a cambiar. El fracaso de Bush en Irak, por un lado, y la urgencia del problema ecológico, por el otro, han permitido a otras potencias, países y organismos internacionales, adoptar iniciativas al margen del coloso norteamericano.

Los gobiernos europeos parecen haberse tomado en serio la gravedad del cambio climático; en América Latina, el patio trasero de los Estados Unidos, la menor atención prestada por la superpotencia del Norte, obsesionada por el control de Asia suroccidental y central, ha permitido significativos avances en el proceso de desneocolonizació n; Rusia y China han hecho gestos y han tomado decisiones que expresaban su propósito de actuar sin temor y al margen de la voluntad estadounidense y los movimientos sociales que se identifican con los principios del Foro Social Mundial han reemprendido, con menos claridad de ideas y vigor del deseable, el camino de la lucha por la construcción de otro mundo mejor posible.

¿Qué perspectivas se abren ahora cuando está concluyendo el segundo mandato presidencial de G. Bush y parece cerrarse con un fracaso el anacrónico proyecto de una imperial Pax americana?

Todavía lo que suceda en Estados Unidos, a su economía, en la política exterior que emprenda después de Bush, será trascendental, sino decisivo. Las elecciones presidenciales de noviembre de 2008 se acercan a pasos acelerados y la campaña para ganarlas de hecho ya ha empezado. Demasiado tocado por el fracaso, desprestigiado y en fase de disolución, el sólido bloque de republicanos neoconservadores de la derecha dura que gobernó con Bush no tiene ninguna posibilidad. Ni Cheney, ni Rice, ni ningún otro se ha postulado siquiera para suceder a Bush como precandidato.

Los precandidatos republicanos, con Giuliani, ex alcalde de Nueva York en primer lugar, guardan las distancias con un impopular G. Bush, al tiempo que están obligados a defender la continuidad de una política exterior belicista que, según todas las encuestas, les enajena la voluntad del electorado y les aleja de la Casa Blanca. Las cosas se presentan favorablemente para los candidatos demócratas, con Hillary Clinton y Barack Obama a la cabeza, que en todos los casos tienen en su agenda la retirada de Irak. Si a esto sumamos el efecto que pueda provocar la recesión o el amago de recesión que está teniendo lugar con la administració n Bush, las perspectivas de la victoria serán claras para los demócratas. Sobre todo si la candidata es H. Clinton que aventaja a B. Obama en intención de voto.

¿ Qué puede ocurrir en el mundo con una/un demócrata al frente de los destinos de Estados Unidos?

Mi esperanza es que se rebaje el nivel de violencia y tensión que ha imperado con los halcones neoconservadores, tan ligados al complejo militar-industrial, y que gane terreno el respeto por el derecho internacional e instituciones como las ONU, tan necesitada, por otra parte, de una profunda renovación. Desde luego que la retirada de Irak podría contribuir a ello y si vencen los demócratas estarán obligados a hacerlo. Otra cosa es el caso de Afganistán, donde la coincidencia de la cruzada antiterrorista une a republicanos y demócratas. El error de mantener la presencia en ese país prolongará la tensión con el mundo islámico más fundamentalista.

Además, es razonable suponer que con una presidencia demócrata la amenaza de una guerra contra Irán o Corea del Norte disminuirá. En cualquier caso de la Era Bush, Estados Unidos sale debilitado y los gobiernos que le sucedan tendrán que contar más con el resto de las potencias, países e instituciones internacionales. Posiblemente la nueva presidenta o presidente tratará de sostener la posición hegemónica de Estados Unidos, la unipolaridad, sustituyendo la soberbia unilateralidad de los neoconservadores, por la amable multilateralidad clintoniana. Haga lo que haga el avance de otras potencias, China, Rusia, India, Brasil, ¿ Unión Europea? ¿ Japón?, es imparable y el mundo será cada vez más multipolar, lo que conllevará que las decisiones importantes que se tomen no correrán ya a cargo, exclusivamente, de los Estados Unidos. No obstante esa tendencia, si se impone, no bastará para encarrilar correctamente los problemas del globo.

Es indispensable, si se quiere luchar eficazmente contra el cambio climático, un giro radical en las políticas energéticas, pasando lo más rápidamente posible del modelo de energías fósiles a las alternativas, sin falsos atajos como los agrocombustibles que puedan agravar la situación de pobreza y hambre en el Tercer Mundo. Hay que afrontar las relaciones Norte-Sur no sólo como una cuestión económica, en la que siempre o casi siempre sale ganando el Norte y perdiendo el Sur. Se trata de una cuestión de justicia, comercial, fiscal, ecológica, que tienen que asumir, también, las poblaciones más favorecidas de los países enriquecidos. Muy especialmente tiene que abordarse el problema de África, sobre todo, del África subsahariana.

Si no se toman medidas solidarias, la pobreza, el hambre y las catástrofes ecológicas empujarán a los pobladores de ese continente y de otras regiones del mundo a migrar hacia los países donde los salarios, el acceso al consumo y el Estado del bienestar garantizan un futuro mejor. El movimiento altermundista, del que la mayoría de la humanidad sabe bien poco aún, debería madurar. Al ecopacifismo y al anticapitalismo, que de una u otra forma expresa, debe unir propuestas concretas consensuadas, universales que nos alejen de los riesgos ecológicos y bélicos que el capitalismo es incapaz de evitar.

 

* La casa de mi tía agradece la gentileza de Francisco Morote

FRANCISCO MOROTE ATTAC