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jueves, 25 de abril de 2024 00:27h.

Acaso es que nos toman por guanajos - por Nicolás Guerra Aguiar

   La Mesa del Congreso de los diputados mandó a sus señorías de Podemos a lo que llaman el gallinero. Lo hizo por unánime unanimidad, confluencia (¿ideológica o táctica?) entre PSOE, PP, Ciudadanos. Días después, y también por unánime unanimidad, decide echar por tierra la decisión anterior. Perplejidad de perplejidades.

Acaso es que nos toman por guanajos - por Nicolás Guerra Aguiar *

   La Mesa del Congreso de los diputados mandó a sus señorías de Podemos a lo que llaman el gallinero. Lo hizo por unánime unanimidad, confluencia (¿ideológica o táctica?) entre PSOE, PP, Ciudadanos. Días después, y también por unánime unanimidad, decide echar por tierra la decisión anterior. Perplejidad de perplejidades.

   Así, ubicará a los diputados podemistas en un espacio más visible para que aparezcan en fotos y pantallas de televisión, aunque el envidiable cerebrito errejoniano siga mostrando parte del “rrejo” ante la nueva distribución. El reajuste significó, pues, que se desalborotara el gallinero en cuanto que los podemistas enviados a tal espacio (que no a galeras, como ansían algunos) amansaron cacareos, lo cual les significó cierto ahorro euril pues asistían a clases particulares para imitar a baritonados gallos ingleses.

   Por tanto, elijamos entre cinco opciones. Una: la inicial decisión fue tomada con muy mala leche (“¿No querías viento? ¡Pues echa la cometa!”). Dos: acaso hubo precipitación cuando discutieron el reparto de los asientos (sus señorías estarían agotadas. O puede ser que no cobraran primas por la tal reunión.) Tres: tal vez pretendieron dar una lección de humildad al señor Iglesias, en apariencia algo jactancioso (aquello de “Contra soberbia, humildad”, pues la soberbia es el primero de los pecados capitales). Cuatro: quizás desdeñaron olímpicamente la diferencia numérica de señorías entre Podemos (69) y Ciudadanos (40). O, en quinto lugar, torpezas e ineptitudes –no me lo creo- impusieron tal dislate.  (Cabe una sexta posibilidad, estratégica y pedagógica frente a docentes: le quitan la pena a los niños díscolos y perretosos con tal de que rebajen sus exigencias y se porten bien.)

   De todas maneras, el gallinero del hemiciclo congresual nada tiene que ver con el gallinero en el “Cine Pepito Molina” de mi pueblo, Gáldar, pues era la parte más alta de lo que hoy se llama Teatro Municipal. Desde ella se recibía el enchumbamiento en días de lluvia, ocasión que algunos aprovechaban para mear y echarle la culpa a la pertinaz llovizna. Era morada de cucas y lepidópteros que servían de enyesque a las palomas las cuales, a su vez, parecían exquisitos manjares para las peludas ratitas. Y garrapatas, pulgas y chinches como gambas deambulaban placenteramente de piernas humanas a orejas, de cuellos a labios. Más de un guantazo sonó con ecoooo en aquellas alturas porque alguna joven confundió picadas y picazones con mordidas de su acompañante masculino, perplejo ante tal inexplicable reacción o, acaso, metafórica invitación a cierta actividad, ¡que tienes hielo en las venas, carajo; que se acaba la película!

   No sé si eran comportamientos naturales de garrapatas, chinches, pulgas y piojos o, al contrario, estaban emporretados los animalitos a causa del zotal que José “el del cine” vertía por doquier casi en éxtasis placentero cuando oía los rudos ruidos de aquellos cuerpos animalescos reventar contra el suelo. Aunque a veces era parte del público quien caía a causa del efecto zotalesco, y dicen malas lenguas que los impactantes olores de las micciones humanas (el gallinero carecía de meódromo) aportaban sus milímetros cúbicos de tan embriagador bombazo olfativo cual si de adormideras opiáceas se tratara, como en los cuentos de Tintín que yo le compraba a mi hermano José María.

   Hoy, por suerte, son otros tiempos. Aunque PSOE, PP y Ciudadanos decidieron la inicial ubicación gallineril por unanimidad (lo cual confirma que es muy fácil ponerse de acuerdo cuando quieren ponerse de acuerdo), lo cierto es que en su modestia nadie acepta la paternidad (o maternidad). Por una parte, la señora Villalobos (aquella cuyo conductor oficial “no era más tonto porque no entrenaba”) dice que fue cosa del presidente del Congreso.

   Por el contrario, el señor López afirma que fue propuesta de la señora Villalobos. Y acaso no andaba mal encaminado, pues ya sabemos que a la tal (la misma que en el Congreso usó el ipad para jugar mientras su presidente verborreaba sobre el estado de la Nación) le preocupan los posibles piojos de ciertas trenzas en ciertas cabezas si no van limpias. Y como es más sabio quien previene que quien espera la invasión piojil para desinsectar y desinfectar, el gallinero del Congreso resulta el sitio ideal según la señora, aunque no es el del “Cine Pepito Molina” cuyas funciones megafoneaba en Gáldar Pepe Cañadulce.

   Pues - para sí decía la señora- ya habrá tiempo de reclamar hipotéticas desparasitaciones avaladas por los correspondientes servicios sanitarios. Una vez certificadas, volvería la unanimidad para desplazar a los bolivariano-iraníes a ubicaciones más vigilables, pues en el gallinero podrían incluso conectar con Pekín, Hanoi, La Paz o con los comunistas marcianos si les cuadrara, que el rojerío lo llevan en la sangre, malévolos.

   No, no es serio lo que pasó en el Congreso de los diputados con la doble ubicación de sus señorías podemistas. Bien es cierto que dan mala impresión ante Europa porque ni los varones llevan corbata (aunque el señor Iglesias ya penina con el esmoquin) ni las mujeres visten en Christian Dior, S.A., qué menos, Señor, qué menos. Otros llevan coleta (¡peligro, peligro!) cuando no trenzadas trenzas que bloquean pensamientos y buenas costumbres (¡qué habrá en las tales cabecitas, Señor, aparte de hipotéticos nidos de liendres, caránganos o cánganos!, que ya estamos advertidos por la señora).

   Pero a pesar de actitudes propias de la ingenuidad juvenil, sus señorías de Podemos representan hoy exactamente al mismo número de votantes que cuando se dictó la primera ubicación. Y esos cinco millones y pico de ciudadanos exigen racionales explicaciones de por qué se actuó de una manera y luego se corrige.  La Mesa del Congreso debe responder, por elemental respeto a los principios democráticos y a los votantes, qué llevó a PSOE, PP y Ciudadanos (no me digan que hubo precipitación, porfa) a tan mezquino comportamiento inicial. Y, de paso, qué ha cambiado para tumbar su primera decisión. (¿Fue, acaso, la esmoquización del señor Iglesias?)

* En La casa de mi tía por gentileza de Nicolás Guerra Aguiar