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jueves, 28 de marzo de 2024 09:57h.

Del Arcipreste de Hita a Martín Lutero - por Nicolás Guerra Aguiar

 

ARCIPRESTE DE HITA

nicolás guerra aguiarEl pasado mes inauguró el Museo Thyssen (Madrid) la exposición pictórica “Lutero y la Reforma”. Muestra ni casual ni caprichosa pues, quinientos años atrás (31 / 10 / 1517), el monje Martín Lutero (alemán) hizo públicas con efectos desestabilizadores sus 95 tesis contra la corrupción de la Iglesia romana. Sin embargo nadie habla del castellano Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, quien intercala en una obra literaria (¿1335?) distintas estrofas en las cuales denuncia y critica el inmenso poder que tiene el dinero en la misma institución cristiana.

Del Arcipreste de Hita a Martín Lutero - por Nicolás Guerra Aguiar *

El pasado mes inauguró el Museo Thyssen (Madrid) un recorrido-selección “Lutero y la Reforma”. Muestra ni casual ni caprichosa pues, quinientos años atrás (31 / 10 / 1517), el monje Martín Lutero (alemán) hizo públicas con efectos desestabilizadores sus 95 tesis contra la corrupción de la Iglesia romana. Sin embargo nadie habla del castellano Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, quien intercala en una obra literaria (¿1335?) distintas estrofas en las cuales denuncia y critica el inmenso poder que tiene el dinero en la misma institución cristiana.

   Uno, así de repente, podría preguntarse qué directa relación hay entre la Reforma propiciada por Lutero, la exposición del Thyssen y la selección de los pintores (siete cuadros de Maes, Zurbarán y los alemanes Cranach y Durero). A fin de cuentas, quinientos años de diferencia son muchos años como para hilvanar ambos acontecimientos o, al menos, encontrar alguna afinidad a primera vista. Sin embargo, la hay.

   Antes recordemos que el luteranismo pretendió reformar la descomposición de la Iglesia: las bulas o indulgencias perdonaban en vida pecados cometidos por quienes las compraban. Así, su estancia en el Purgatorio se vería reducida. Y la institución cristiana –papas, cardenales, arzobispos, obispos- de paso se enriquecía a manos llenas. Lo dejó escrito Lutero en su tesis número 27 (uso la ortografía actual): “Mera doctrina humana predican los que aseveran que tan pronto suena la moneda que se echa en la caja, el alma sale volando”. (Compare usted, estimado lector, con la siguiente estrofa escrita casi doscientos años antes: “Si tuvieras dinero tendrás consolación, / placeres y alegrías y del Papa ración; /comprarás Paraíso, ganarás la salvación; /donde hay mucho dinero hay mucha bendición”.)

   Pero no quedó limitada la Reforma al ámbito escrupulosamente religioso. La Iglesia cristiana era la más poderosa entidad en el siglo XVI y sus apéndices llegaban a cualquier actividad humana. Por tanto, el tsunami luterano afectó también a la política, la ciencia, las artes… Así, en lo político perturbó la armonía reinante en Alemania. Tanto, que el emperador Carlos V (I de España) ordenó la detención de Lutero, pero príncipes y señores alemanes lo protegieron. Y en el mundo de la pintura, Durero (muere en 1528) se entregó a la reforma de una tradición pictórica medieval opuesta a las revoluciones estéticas e ideológicas que imponía el Renacimiento. Por otra parte Cranach el Viejo (fallece en 1533) se convirtió en un gran defensor del luteranismo. Como retratista y grabador dio a conocer por tierras europeas a Martín Lutero, con lo cual se expande la figura del exmonje.

   Martín Lutero, pues, fue un revolucionario del siglo XVI. Por tal razón muchos estudios y ensayos lo presentan como el primer religioso que levanta su voz y sus palabras escritas contra la descomposición moral de la propia Iglesia. Además, aprovechó Lutero la invención de la imprenta (mediados del siglo XV) para difundir su obra. Gracias al nuevo método para imprimir textos e imágenes (Gutemberg), la Iglesia perdió el monopolio que había mantenido durante siglos en torno a documentos escritos (los monjes actuaban como únicos copistas y escritores a mano. Por tanto, gozó la institución de tal privilegio; actuaba, además, como rigurosa censora). 

   Juan Ruiz fue arcipreste (dignidad eclesiástica) de Hita, Guadalajara, allá por el siglo XIV. Comparte con Lutero la pertenencia a la Iglesia cristiana. Y como el alemán excomulgado, también sufrió las iras del poder. En su caso, de un príncipe de la Iglesia. Escribe el Arcipreste: “Este es el libro del Arcipreste de Hita, el cual compuso estando preso por mandado del cardenal don Gil, arzobispo de Toledo”. ¿A qué obra se refiere? Se trata del Libro de Buen Amor (no “del”), amalgama de tres géneros literarios cuyo hilo conductor son, en apariencia, las distintas maneras de enamorar a las damas (querencias del protagonista con quince mujeres). Se trata, sin duda, de la influencia ejercida por el Ars amandi (‘Arte de amar’), obra del poeta latino Ovidio (siglo I a. C.) que se divulgó por Europa en el mismo XIV. (Sobre la “fenbra plazentera”, dice el autor: “Si Dios […] entendiera / que era mala cosa la mujer, no la hubiera dado / al hombre por compañía […]”.)

   La coincidencia con Lutero sobre la Iglesia se encuentra entre las coplas 490 – 512, conocidas bajo el título “Ejemplo de la propiedad que el dinero tiene”. Con él, afirma Juan Ruiz, se consiguen amor, simbólica eliminación de condicionantes físicos, ascenso social (el villano puede llegar a conde). Más: ablanda a abogados y jueces (la justicia es el dinero, es decir, la prevaricación)… Incluso también corrompe a la Iglesia, tal como denuncia la estrofa reproducida al final del párrafo tercero. (Su poder me retrotrae a experiencias de niño, cuando me mandaban a comprar las bulas o indulgencias para evitar el pecado si comíamos carne -¡un lujo!- algún sábado próximo a la Semana Santa, si no recuerdo mal.)

   Y como en la Roma de Lutero, la descomposición de la Iglesia es manifiesta. Todo tiene su precio, e incluso el dinero puede hacer milagros: “Él crea los priores, los obispos, los abades, / arzobispos, doctores, patriarcas, potestades; / a los clérigos necios da muchas dignidades, / de verdad hace mentiras, de mentiras hace verdades”. 

   Pero ya no es solo la denuncia de tal corrupción moral. Incluye en la obra el tema de la muerte física. Según el cristianismo, era la única posibilidad de llegar a la presencia de Dios. Por tanto, la muerte no es tragedia: muy al contrario, debe convertirse en lo ansiado para quien desee la vida eterna. Sin embargo, el Arcipreste mantiene otra sediciosa idea sobre la Muerte: “No hay en el mundo libro ni escrito ni carta / hombre sabio o necio, que de ti hable bien”.

   En la Castilla del siglo XIV, pues, pudo haberse producido la revolución religiosa. Por suerte no fue así. Si no, ¿qué hubiera sido de la posterior “España, castigo de herejes”?

* En La casa de mi tía por gentileza de Nicolás Guerra Aguiar

NICOLÁS GUERRA AGUIAR RESEÑA