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jueves, 25 de abril de 2024 09:47h.

Avalancha - por Santiago Pérez

santiago pérezEs la que se está produciendo desde que, el domingo por la noche, un atónito Rajoy  se trabucaba en  el discurso más difícil de su vida.

Avalancha - por Santiago Pérez *

Es la que se está produciendo desde que, el domingo por la noche, un atónito Rajoy  se trabucaba en  el discurso más difícil de su vida.

Avalancha de poderes fácticos,  tertulianos conservadores o simplemente a sueldo,  de TVE y sus confluencias, de “padres fundadores” de Ciudadanos, barones y dirigentes-históricos del PSOE, dando por sentado que debe gobernar el PP y por inapelable que haber subido 14 escaños.  7.906.185 votos, 14 escaños y el 33,03% son los únicos e  inapelables datos. Y el único marco de comparación, las fallidas elecciones de diciembre pasado.

Nadie puede osar  (y que ni se atreva)  a comparar los resultados del PP en estas elecciones con, por ejemplo, los obtenidos por las otras candidaturas. Y, mucho menos, con los de las elecciones de 2011. Porque la historia comienza  el 20d  y  termina  el 26j. Fin de la cita.

Reconozco que si yo fuera dirigente de un partido (como el PSOE o Podemos, por ejemplo) y me estuviera planteando meramente  cómo  lograr ganar unas próximas elecciones y asaltar el cielo del gobierno   --a ser posible en solitario, para evitar  alianzas más o menos incómodas--, cómo sorpasear o cómo afianzar  liderazgos maltrechos, estaría tentado a dar por bueno que el PP gobierne y ya está: es decir, aceptar el veredicto de los poderes establecidos.

Total, al próximo gobierno le va a volver a tocar los recortes que Rajoy prometió por carta a Junker. Y si fuera un Gobierno progresista o de cambio, o   --para entendernos--  que pusiera al PP en la oposición,  correr el riesgo de un desgaste temprano.

Estoy convencido de que vivimos el ocaso de la soberanía, en los pocos países en que ese concepto  tuvo alguna vez  existencia real. Y, con ese ocaso, el de las democracias como modo de convivencia y de gobierno organizado en el ámbito del Estado-Nación. Y, por lo tanto, que los gobiernos estatales tienen poco margen de maniobra. Sean de derechas o de izquierdas, conservadores o progresistas.

Aún así me niego a aceptar la lectura de los resultados electorales que nos pretenden imponer, la obsesión interesada en la “estabilidad” como principio absoluto. Y me niego a aceptar la inevitabilidad del más de lo mismo: que la corrupción sea amnistiada, como lo fue el fraude fiscal por el PP y lo acabarán siendo los delitos complejos  (es decir los de corrupción más sofisticada)  por la reforma reciente  de la Ley de Enjuiciamiento Criminal. Y que se perpetúe la   manipulación partidista de la Fiscalía, de la Policía, de los jueces….que empieza a dar miedo.

Porque creo que otra etapa PP va a significar sufrimientos que podrían ser mitigados, patente de corso para la corrupción y el fraude fiscal organizados, con todas sus secuelas de desarme de valores civiles. En las actuales circunstancias, el  continuismo nos vuelve  a convertir en el  hazmerreir ante Europa y la opinión pública europea. Sólo que en esta ocasión los daños, con ser grandes, no se reducirán a los de imagen; sino  que  acelerarán la pérdida constante de influencia política en la Unión Europea y nos impedirán  contribuir a  cambiar  su despiadado recetario  de austeridad y desmoronamiento del Estado social.

Hay tres partidos, mal avenidos entre sí, que confundieron quién es el competidor electoral con quién el adversario político principal, que han compartido la voluntad de cambio, de lucha  contra la corrupción y  compromisos explícitos de defensa  de los  servicios y las  políticas  públicas frente al crecimiento de las desigualdades: PSOE, Podemos-IU y Ciudadanos.

Suman  13.598.212 votos, el 56,81%  y  188 escaños (frente a los 7.906.185, 33,03% y 133 diputados del PP) y representan un profundo deseo de cambio de una inmensa mayoría de la sociedad española, la misma que dio en 2011 al PP  la mayoría absoluta de 186 escaños.

Que no nos engañen: nuestra forma de gobierno es parlamentaria, lo que significa que es la mayoría parlamentaria la que determina y sustenta el gobierno. Y no una forma parlamentaria cualquiera, sino un parlamentarismo racionalizado que convierte al presidente del gobierno en la figura central del Estado, tanto políticamente como jurídica y constitucionalmente hablando.

Por eso, la votación de investidura es el momento crucial. A partir de ahí, blindado por la exigencia  de una  moción de censura constructiva para retirarle la confianza parlamentaria  (Rajoy nunca se someterá a una cuestión de confianza) manda el presidente: porque dirige el Gobierno y, por tanto, la política interior y exterior española. Por eso Rajoy se ha echado a correr, antes de que la gente se ponga a pensar.

Sería mucho pedir, a pesar de que parece que Podemos no incluirá el asunto de los referenda en las negociaciones  (el PSOE le puso la sordina al derecho de autodeterminación de las nacionalidades, que venía defendiendo desde 1896 ¡…!,  poco antes de llegar al gobierno en 1982) que las autodenominadas “fuerzas del cambio” llegaran a un acuerdo de gobierno.

Pero tenemos derecho a exigirles que pacten un programa e  invistan a un presidente  que inspiren  un poco de esperanza, no de resignación. Tendrá que sortear las tarascadas de  los agentes políticos y de los poderes  económicos,  que ya acarician el mero continuismo. Y correr el riesgo de desgastarse en la empresa. Es el riesgo de la vida, el que va ligado a la política como servicio a la sociedad.

Pero España, es decir las personas que vivimos en este país y al socaire de los derechos que nos reconoce  la  Constitución española  (mitologías patrióticas al margen), lo necesita.

 

Santiago Pérez, 30 de junio de 2016

 

* En La casa de mi tía por gentileza de Santiago Pérez

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