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sábado, 20 de abril de 2024 08:39h.

La batalla de las ocho horas - por René Behoteguy Chávez

Cuando la cuerda asesina del poder del dinero cegó las vidas de los anarquistas Engel, Fisher, Parsons, Spice y Lingg, más conocidos como “Los Mártires de Chicago”, el mundo cambió para siempre. No en vano trabajadores y trabajadoras a lo largo y ancho del mundo celebran ese día como el suyo propio y reivindican en él el fin de la explotación y el lugar que les corresponde en la historia.

La batalla de las ocho horas - por René Behoteguy Chávez

Cuando la cuerda asesina del poder del dinero cegó las vidas de los anarquistas Engel, Fisher, Parsons, Spice y Lingg, más conocidos como “Los Mártires de Chicago”, el mundo cambió para siempre. No en vano trabajadores y trabajadoras a lo largo y ancho del mundo celebran ese día como el suyo propio y reivindican en él el fin de la explotación y el lugar que les corresponde en la historia.

No obstante, el recuerdo colectivo del Primero de Mayo y de la lucha de los obreros de la Plaza  de Haymark se centra casi de manera exclusiva en la jornada de ocho horas de trabajo. De hecho, el movimiento obrero a partir de entonces, a través de su forma más legítima de organización que son los sindicatos, se ha centrado casi de manera exclusiva en esas ocho horas, es decir que la lucha se ha dado  en enfrentar a la patronal en cómo se distribuyen, cómo se pagan y en que condiciones se realizan estas 8 horas de trabajo cuando, probablemente el campo de lucha  más importante no sean esas sino, las otras ocho horas que se lograron arrebatarle al patrón para que con ellas, el trabajador o la trabajadora pueda hacer lo que viera conveniente.

Pongamos en la situación de un obrero de la revolución industrial, con una jornada laboral de entre 14 y 16 horas, vale decir que su tiempo de vida se dividía, casi por completo, entre trabajar y dormir, sin que por ello se garantice siquiera las necesidades vitales básicas de las familias de la clase trabajadora. Este esquema implicaba la alienación total  de la vida de los obreros y obreras al no dejarles tiempo alguno no solamente para dedicarle a la familia, sino menos aún para formarse, instruirse y reflexionar sobre su misma situación de vida. Es por eso que la idea de una jornada dividida en tres, ocho horas para dormir, ocho para trabajar y ocho para “vivir” no es una mera demanda reformista, sino que implica arrebatarle al empresario ocho horas de la vida del trabajador o trabajadora, para que este pueda con ellas dedicarlas a lo que quiera, lo cual puede incluir actividades como el arte, la lectura y la reflexión que cambien por completo su percepción de la vida y eleven su nivel de conciencia.

  A partir de ese momento, las clases dominantes, además de la batalla en los centros de trabajo por las condiciones en que se desarrollan las ocho horas laborales, han dado una batalla sin cuartel para volver a alienar y controlar las otras ocho horas libres de la clase trabajadora. Toda la industria del cine, la televisión y el entretenimiento en general está en tanto, orientada a la alienación por embrutecimiento y consumo de los trabajadores y trabajadoras para que estas horas de vida, lejos de servirles para elevar su grado de conciencia sirvan para afianzar en nosotros y nosotras como clase los valores e intereses del sistema, convirtiendo paradójicamente a los mismos obreros en los mayores defensores del sistema capitalista.  

En general, salvo honrosas excepciones, los sectores movilizados y organizados de la clase trabajadora  no hemos dado la importancia debida a esta batalla ideológica por el control de esas otras ocho horas, y cuando nos hemos venido a dar cuenta de su importancia, nos vemos ante una maquinaria de alienación tan gigantesca y multimillonaria que, nos resulta una batalla enormemente desigual pero que, de todos modos será probablemente la clave para revertir el dominio capitalista a nivel mundial.

Hoy se pueden dar el lujo de, progresivamente y con su propaganda, volvernos a arrebatar horas para el trabajo sin que hagamos mayor resistencia, dado que nuestras horas de vida no laboral se dividen en dormir y consumir hasta el hartazgo toneladas de propaganda del sistema orientada a anular cualquier espíritu crítico, a fomentar un individualismo que   para los empobrecidos resulta suicida, desestructurando cualquier vinculo de relación basada en la solidaridad y ayuda mutua, para reemplazarlo por un “sálvese quien pueda” que, cual si se tratase de uno de esos reality shows dónde triunfa el que elimina al resto, peleamos entre trabajadores y trabajadoras y aspiramos a parecernos a los supuestos triunfadores que por supuesto y con las cartas debidamente marcadas, son siempre los mismos.

Recuperar las ocho horas de vida para la lucha, para soñar, para existir…

En esta batalla desigual para que la clase trabajadora recupere estas ocho horas enajenadas por el capital a través del coctel explosivo que combina  televisión basura, cine de Hollywood, pornografía, consumismo y violencia gratuita, aunque parezca ilusorio, la principal arma que tenemos es, fue y será el arte.

El arte es como expresión