Batallones contra botellones - por Luis Alsó
Batallones contra botellones - por Luis Alsó, Attac Canarias
En varios países europeos (Francia, Alemania, Italia, Países Bajos, España, , etc..) la desesperación de la población crece al ver como se acumulan las dificultades para erradicar la pandemia y recuperar la vieja “normalidad” perdida hace dos años ante la “nueva “. Los costos sanitarios y económicos empiezan a ser peligrosos por su volumen pero los costos sociales también. Paralelamente a la “nueva normalidad” que tratan de imponernos, se está abriendo paso una “nueva anormalidad” que se manifiesta en la lucha callejera, habitual los fines de semana, entre batallones de policía cada vez mejor equipados (Israel investiga y vende muchas “novedades y España es un buen cliente) y grupos igualmente numerosos de jóvenes (sin miedo, sin mascarilla y sin “distancia”) que beben, bailan y se abrazan al calor de ruidosos “botellones”, denunciados por “los mayores” a la policía como focos molestos y dañinos a erradicar. En suma: “batallones” contra“botellones”; o entre “gente de orden” y “gamberros”.Ambos se retroalimentan, creando situaciones de violencia creciente que pueden desembocar en la muerte o lesión grave de alguno de los contendientes. Sucedió ya en Francia , donde una policía sin escrúpulos, entrenada en la brutalidad (a Macron no le tiembla la mano para exigirla) dejó inválidos a algunos estudiantes que se habían unido a las manifestaciones de los “chalecos amarillos”.
Bajo el clima de esta “nueva anormalidad” se ha ido desarrollando también un odio indisimulado entre los mayores y los jóvenes (hijos, a veces, de aquellos) que ha llegado a culpabilizar a los “botelloneros” de la persistencia de la pandemia (los mayores se alegran cuando ven, en los telediarios, a la policía moler a los jóvenes a palos). Pero, pese a que esas “fuerzas de seguridad del Estado” incrementan cada vez más su capacidad represiva y su contundencia, los jóvenes les están perdiendo el miedo y, lejos de dispersarse, se muestran más aguerridos y se enfrentan a ellos en una auténtica batalla campal. En un reciente “botellón “ masivo llegaron a reunirse unos 25.000 jóvenes en el “campus” de la universidad de Madrid. Al verlos los mandos de la policía renunciaron a disolverlo y se limitaron a prevenir desordenes y daños materiales, evitando que, como en Francia, se produjesen graves consecuencias. Sin embargo, pocos días después, en Barcelona, las “fuerzas del orden” decidieron atacar a un macrobotellón de 40.000 jóvenes , pero dejaron detrás un desolador “panorama después de la batalla”, con un coste difícil de evaluar; y confrontaciones políticas en el ámbito municipal catalán .
Sus críticos adultos reprochan a los jóvenes “botelloneros” que no se comportan como “gente de orden”, tomándose una cerveza cómodamente sentados en la terraza de algún restaurante. La respuesta les dejó helados : “porque no tenían dinero para ello”.
Porque estos “alborotadores” de los fines de semana no son simples ”jóvenes descarriados” o “ninis”; sino “jóvenes sin futuro”, a los que se les viene diciendo crudamente que van a vivir peor que su padres. La mayoría carece, en efecto, de un empleo estable y bien remunerado; o de una vivienda digna donde convivir con su pareja; no se plantean procrear hijos (no se los pueden permitir) ni albergan esperanza alguna de futuras pensiones. Sus títulos de licenciatura cuelgan ociosos en las paredes de la casa de sus padres o abuelos, con quienes conviven para no morirse de hambre. Sólo les queda, tentando la suerte, emigrar para vivir, probablemente, de camareros en restaurantes de la UE, sin familia y sin tierra ; o bien suicidarse: ya se han triplicado en España el número de suicidios de jóvenes y siguen en aumento. Y les piden ahora sus padres y “las “autoridades” que se confinen y eviten los botellones para que la pandemia se acabe….
Pero la minoría criminal a la que sus “mayores” permitieron saquear el planeta, como denuncia Greta Thumberg, va también a por sus ancianos , para ahorrase las pensiones de las que muchos jóvenes viven, eliminándolos en sus residencias (en las que los virus siempre saben como entrar).
No es un problema exclusivo de España sino, en mayor o menor medida, de muchos países europeos; algunos ricos como Holanda o Dinamarca, donde también hay batallas y batallones; o incluso Alemania, donde las parejas jóvenes difícilmente encuentran un piso asequible. En Francia, en la periferia de grande ciudades, como Paris (el de los “ banlieu”) o Marsella, donde los jóvenes -sobre todos los descendientes de emigrantes- viven de la delincuencia, engrosando amenazadoramente un “lumpen social” que algún día puede devenir un poder fáctico difícil de erradicar. Desde luego, hoy por hoy, no parece probable una segunda revolución francesa, pero quizás podríamos oír algún día consignas alarmantes , como “el lumpen al poder”; sobre todo si tenemos en cuenta que para Macron es mas importante aumentar los presupuestos militares para recolonizar Africa , que hacer que su juventud pueda labrarse un futuro digno.
La pandemia decae ostensiblemente. Las vacunas han hecho su parte positiva; pero en manos exclusivas de los genocidas están haciendo también -ya lo hemos dicho - su parte negativa: evitar que la mayor parte del “tercer mundo” las posea . Aunque se caduquen (junto con “los derechos humanos”) en los almacenes de los países ricos.
* La casa de mi tía agradece la gentileza de Luis Alsó