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sábado, 20 de abril de 2024 09:50h.

Bruno Madan, mi primer alumno - por Nicolás Guerra Aguiar


Hace ya tres años que escribí un artículo sobre cuestiones lingüísticas relacionadas con lo que llamé, en aquel momento, palindromear, voz que no existe en nuestra lengua.

Nota de Chema Tante. Me confiesa Nicolás Guerra Aguiar sus dudas sobre el interés general de este artículo. Pues bien. Yo debo decir que la emoción le añade un punto más de atractivo a la acostumbrada calidad literaria del autor. Además de solidarizarnos con el sentimiento por el amigo perdido, comprobamos que hasta las cosas más íntimas pueden, si se cuentan bien, proyectarse al ámbito colectivo

Bruno Madan, mi primer alumno - por Nicolás Guerra Aguiar

  Hace ya tres años que escribí un artículo sobre cuestiones lingüísticas relacionadas con lo que llamé, en aquel momento, palindromear, voz que no existe en nuestra lengua. Sin embargo,  cabe la posibilidad de que un día aparezca con el significado de ‘hacer palíndromos’, es decir, ‘crear palabras o frases que se leen igual de izquierda a derecha, que de derecha a izquierda’, tal reza el DRAE. Este pone dos ejemplos, ya se trate de una palabra (anilina), ya de una locución (dábale arroz a la zorra el abad), ambos sin conexión alguna, exactamente igual que los discursos de aquel político profesional en el que usted y yo estamos pensando, estimado lector.

  Y aunque bien es cierto que tanto el sustantivo anilina como la oración del arroz, el abad y la zorra nada nos dicen actualmente, al menos nos permiten jugar con las palabras e, incluso, crear con ellas, lo cual refleja la riqueza del español, su flexibilidad y, también, sus variantes combinatorias que valen para significar sobre aquel: así, por ejemplo, <>.   

  En el artículo me permití sustituir la –n de Madan por –m, con la muy sana intención de hacer un palíndromo en honor, precisamente, a mi primer alumno en estas cosas de la lengua que fue Bruno Madan (-m) Rodríguez, a quien acabo de despedir en el tanatorio, espacio físico cada vez más familiar y visitado, la inmensa mar manriqueña, qu’es el morir. Este apellido irlandés (con –n) se localiza en el Puerto de la Cruz a partir de la segunda mitad del siglo XVII, tal como recordé con su hermano Enrique. Pero no es el único: también los Cullen, Sall, Power, Murphy (don Nicolás Estévanez y Murphy: <>), O’Shanahan, Molowny… llegan a Canarias y se establecen, además, en Santa Cruz de La Palma, Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas.

  Recordaba yo en aquel artículo –quizás lo lingüístico no fue más que una simple y banal excusa para hablar de aquel noblote muchacho- que Bruno Mádam  <>, ya no solo porque seguíamos palpitando palabras y sentimientos cuando nos encontrábamos sino, y sobre todo en este caso, porque fue mi primer alumno. Y, con su experiencia, definí mi vocación profesional: estudiaría Filosofía y Letras y no Derecho  (aunque mi pasión eran las Matemáticas) porque descubrí que me podría apasionar –racionalmente- la enseñanza, aquella ciencia que nos permite trasladar conocimientos, principios e ideas –sobre todo Ideas, Principios- a los alumnos, ilusión a mis diecisiete años recién inaugurados.  

  Bruno Madan empezó a caminar por la rigurosa fuente de la lengua –el diccionario- cuando en mis tardes de Preuniversitario bajaba a los Llanos de Sardina de Gáldar para iniciarlo en las cosas de las palabras y las escrituras. Y aunque no me recibía con manifestaciones de rotunda felicidad (yo iba a interrumpir la libertad de la que gozaba en aquel caserón), lo cierto es que el carajo avanzaba con acelerada rapidez, sentía la necesidad de entender todas las palabras para entrar en las colecciones de novelas de aventuras (recuerdo las estanterías con Julio Verne) que recreaban la inconmensurable imaginación  de Bruno. Y como su segunda infancia había hecho vidas entre libros que memorizaba al pie de la letra, no me extrañó reencontrarlo muchos años después también entre libros, ahora como delegado de una editorial. (En medio, clases de Literatura y Latín en el Bachillerato, cuando empezó a crear, incluso, sus primeros versos.)

  De aquel año inicial en que mi aún imberbe figura daba los primeros pasos como profesor recuerdo también que me llamó <> el primer día. ¡Yo, todavía aprendiz de afeitadas, era deferenciado como persona mayor, muy mayor, pues no era el respetuoso sufijo –ito característico del dialecto canario lo que añadía a mi nombre, sino aquella forma tan seria reservada para minorías (en Gáldar, los médicos don José Martínón, don José Guerrero, y todos los docentes del colegio Cardenal Cisneros). Cuando le enmendé su recargado tratamiento, Bruno fue tajante: <>. Y yo, en aquel momento, me sentí trascendente porque no pude contradecir a don Bruno Madan, padre, arribado desde Tenerife (Puerto de la Cruz, San Juan de la Rambla, La Laguna). Creo que, incluso, hasta empecé a afeitarme tres veces por semana, por aquello del tratamiento.

  Bruno Madan, hijo, me invitó hace años a participar en un proyecto sobre literatura canaria cuando esta variante empezó a entrar en las aulas de colegios e institutos. La cosa quedó ahí, en una intención, pero me permitió recuperarlo ya en la madurez absoluta, tras la etapa de Bachillerato, este con comentarios de textos literarios e históricos, pasión que a veces lo dominaba. Y tras aquellos tiempos, el presente actual, que se llama en Lengua, es decir, la visita al tanatorio porque Bruno no pudo con Ella, y mira que lo intentó, y quiso dominarla, contrariarla...

  Todo lo anterior fueron intensas correntías de recuerdos en aquel espacio donde la vida ya no puede con la muerte. Cuando eché un vistazo –somero, disimulado, impotente- a la fúnebre estancia en la que esperaba Bruno a que fueran las cuatro y media para su incineración, impactaron mi mente su timbre de voz, palabras y frases acompasadas, serenas, agradables, de hombre en calma y a veces pachorriento. Y me vi con aquel niño-pollillo-hombre a quien había enseñado las primeras letras de las palabras, las metáforas de la literatura, el Caesar transit… Ella, una vez más, había vencido a la madurada juventud. Ella, inexorable, cumplió otra vez con la danza macabra que en la buhardilla de Bravo Murillo le expliqué un día a Bruno… Pero, amigo mío, no iba tan en serio mi clase, en absoluto…