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miércoles, 24 de abril de 2024 10:18h.

Entre chicles y normas de urbanidad - por Nicolás Guerra Aguiar

   Aunque en varios medios de información he leído, oído y escuchado que el señor Rajoy es “el presidente en funciones del Gobierno español”, prefiero esta otra estructura sintáctica: “El presidente del Gobierno español en funciones”. Y me parece así porque en la primera secuencia podría concluirse que quien está “en funciones” es el presidente cuando, en realidad, la interinidad abarca al Gobierno en pleno.

Entre chicles y normas de urbanidad - por Nicolás Guerra Aguiar *

   Aunque en varios medios de información he leído, oído y escuchado que el señor Rajoy es “el presidente en funciones del Gobierno español”, prefiero esta otra estructura sintáctica: “El presidente del Gobierno español en funciones”. Y me parece así porque en la primera secuencia podría concluirse que quien está “en funciones” es el presidente cuando, en realidad, la interinidad abarca al Gobierno en pleno.

   Viene a cuento tal inicio porque el pasado miércoles algunos repetían “presidente en funciones del Gobierno” mientras las cámaras lo enfocaban con frecuencia y el aspirante señor Sánchez hacía uso de la palabra en el Congreso de los diputados, defendía su (imposible) candidatura. Pues bien: en varias tomas, el señor Rajoy masticaba chicle (voz americana). Lo cual, claro, ni es anticonstitucional ni mucho menos puede ser criticado como aparente malcriadez, prepotencia, desprecio o tosquedad plena. En absoluto.

 

   Si se tuvieran en cuenta desfasadas imposiciones sociales, tal acción chiclera sí sería condenable. E, incluso, justificaría un “cobotazo” como en la escuela pública de mi infancia cebollera cuando, en un singuido, teníamos que esconder el chicle a la llegada del maestro, ojo avizor ante las buenas normas de urbanidad. Pero aquel agradable regusto dulzón del Bazooka que comprábamos por trozos en la dulcería de Paquito suplía nuestras apetencias de comida: a fin de cuentas padecíamos jilorio a la tercera hora de clases a pesar de la escudilla de leche y gofio que habíamos desayunado. (No todos, bien es cierto.)

  Sin embargo, tal norma de urbanidad de aquella España contradecía a los sabios: no tuvieron en cuenta que los alumnos de la antigua Grecia eran invitados por los filósofos a que masticaran chicle. Este, en su opinión, fomentaba el razonamiento. Acertado punto de vista –juegan con ventaja: son filósofos- que la ciencia se encargará de corroborar muchos siglos después: a pesar de ciertas contraindicaciones, mascar chicle estimula la memoria, la concentración; reduce la ansiedad, el estrés y, acaso, combate la demencia. (¡País aquel en que nos imponían tantos disparates y sinrazones a 20 años de la Institución Libre de Enseñanza, introductora del pensamiento pedagógico y científico más avanzados!)

   Por tanto, y en vista de lo que se le venía encima, están claros su uso y mastique por el señor Rajoy como calmante, sedante o narcótico: previó su necesidad para tal momento parlamentario. Él, seleccionado por los dioses y elevado a los cielos por el dedo aznariano, debía bajar la cabeza ante la imposición de una elemental norma democrática (casi inexistente en el Parlamento, por cierto): escuchar al candidato. Aunque, más, bien, estimo que se limitó a oírlo, un hombre que no llega de la aristocracia política pero -¡oh, dioses!- le gana al non grato pontevedrés en apellidos. Y en primera instancia, además, venció a cierta estirpe psocialista, barones y baronesas, algunos refugiados en la más insultante suntuosidad nada socialista.

   También es cierto que, desde el punto de vista odontológico, masticar chicle sin azúcar resulta beneficioso para la salud bucodental e, incluso, estomacal. Más cuando el frustrado pretendiente a la presidencia del Gobierno de vez en vez soltaba dardos, flechas, saetas e incluso arpones bañados en curare (americanismo) contra el cuatrienio del señor Rajoy, no precisamente modelo de pureza política, pudor ético y compromiso social. A lo que debe añadirse su empeño en tomarnos por tontos: mientras cientos de coleguillas suyos y príncipes del PP robaban a millonadas, traficaban con lingotes de oro, almacenaban mordidas y las cajas B gozaban de sus mejores momentos, él se empeñaba en que todo era conjunción comunista de quienes sentían envidia por sus rescates, apoyos a la Banca, leyes mordaza, abaratamiento de despidos, esclavizaciones obreras…

   Tal como sabemos, por tanto, la saliva impregnada de chicle también ayuda a combatir la acidez, es decir, la sensación física o psicológica de ardor o quemazón en el estómago. Y ya se sabe: la simple visión de alguien (el usurpador señor Sánchez) que le cae al señor Rajoy como una patada “en la boca lestómago” (al decir de Pancho Guerra) produce determinadas reacciones químicas en su ser humano de su persona que llegan a trastocar su personalidad. Y entre la metafórica coz en el estómago y la acción acidal en sus interiores, la mala leche almacenada en el subconsciente puede llegar a cortarse, y tales consecuencias afectan directamente a estabilidades emocionales y placideces estomacales. Lo cual necesita ser combatido. Por tanto, justifico el mandibular desplazamiento del señor Rajoy, achiclado aquella tarde.

   Y bien es cierto que estimula el sistema nervioso, aunque no sé si el señor Rajoy guardó el chicle en algún huequito de muela cariada, en la barba, o si se lo dejó prestado a la señora Santamaría mientras intervino. Así, tuvo brillante oratoria como ironizador (burla fina, a veces simpática, inteligente…, aunque en momentos pasó al sarcasmo, a la ironía cruel, reflejo ya de su sobrehumana valoración y desprecio a la inteligencia ajena cuando se invistió de catedrático y pedagogo inmaculados). 

  La verdad es que no me lo imagino, ni de coña, dale que te dale en aquella acción chiclera cuando está en Europa a la desesperada búsqueda de alguien importante que pose con él para la foto, éxtasis subliminal si se trata de la señora Merkel, amor de mis amores, vida mía, ensoñación patriótica, pureza ideológica. Porque frau Merkel es como la musa redentora y hospitalaria de nuestro hombre, ansioso de diluirse en ella y ascender como el gerardiano ciprés de Silos envuelto de eternidades. (Aunque en Cuba y Colombia él hubiera sido chicloso, es decir, persona que llega a ser molesta a otra por querer estar siempre en su compañía.)

   Sí, hizo bien el señor Rajoy en llevarse el chicle aquella tarde. Y aunque bien es cierto que en momentos de soberbia y prepotencia debió masticar triple ración, dejó claro que los efectos de aquella goma masticable contra la ansiedad son impactantes e, incluso, antiinfarto.

* En La casa de mi tía por gentileza de Nicolás Guerra Aguiar