Buscar
jueves, 25 de abril de 2024 00:27h.

Consejos para la Paz en forma de poemas - por Nicolás Guerra Aguiar

   Si bien es cierto que muchos poetas fueron trovadores de guerras y pusieron sus palabras al servicio de ideologías totalitarias o rebeldes contra el poder constitucional establecido, también lo es que la inmensa mayoría de quienes cultivan el verso fueron y siguen siendo cantores de la Paz. No obstante, la influencia de los segundos es mínima pues, desgraciadamente, muy poca gente lee poesía.

Consejos para la Paz en forma de poemas - por Nicolás Guerra Aguiar *

   Si bien es cierto que muchos poetas fueron trovadores de guerras y pusieron sus palabras al servicio de ideologías totalitarias o rebeldes contra el poder constitucional establecido, también lo es que la inmensa mayoría de quienes cultivan el verso fueron y siguen siendo cantores de la Paz. No obstante, la influencia de los segundos es mínima pues, desgraciadamente, muy poca gente lee poesía.

   Y sucede porque, a veces, nadie en las aulas sensibilizó al alumno para que creara lenguaje poético, aquel en el cual no hay límites para la imaginación (los valores simbólicos, por ejemplo, de las rosas rojas, azules, doradas, blancas. O las metafóricas áureas hebras que “el viento mueve, esparce y desordena”. O el símil “La mar como un plato” frente a la aliteración “Los roncos ruidos que ruedan las rocas de la mar”). A la tal ausencia podemos sumar todo aquello que se publica bajo el nombre de “Poesía” aunque su contenido ni es poético ni se le parece en nada.  Porque en poesía no basta con decir: hay que decir, además, poéticamente. (Afirmación discutible y con excepciones; pero válida como punto de partida.)

   La literatura está cargadísima de ejemplos que corroboran la anterior afirmación: hay poetas de la guerra y poetas de la Paz. E, incluso, poetas que recrean con exquisita belleza los cinco sentidos del hombre mientras cantan acciones bélicas. Así, la “Marcha triunfal” de Rubén Darío impacta en la sensibilidad del oyente a través, por ejemplo, de la musicalidad (“claros clarines; canto sonoro, cálido coro”…) o la luminosidad (“vivos reflejos”…). Pero, en esencia, exalta a la milicia romana que desfila tras alguna victoria y luce su poderío militar (espadas, caballos de guerra, lanzas…) en rítmicos acompasamientos técnicamente perfectos a través de las acentuaciones.

En 1939 aparece en Valladolid una antología editada por el bando rebelde, vencedor en la Guerra Civil española. Poetas conocidos como Manuel Machado, Eduardo Marquina o José Mª Pemán (hace días alguien rechazó su etiqueta de fascista) loan a quienes echaron abajo la II República porque, desde el triunfo del Frente Popular en 1936, la “madre Patria” voló muy bajo: “¿Quién metió, mientras dormías, / una víbora en tus alas / y te mordió, en tus espacios, / y te aplastó en tus audacias?”. Venía a ser, sencillamente, la confirmación de aquello que escribió el falangista Jorge Villén: “Teníamos que levantar y hacer vibrar –en tonos de poesía épica- cuantas glorias y episodios triunfales ganaban para España sus buenos soldados. Por eso los poetas entonaron sus cantos desde primera hora”.

   Podría sumar otros títulos de falangistas que elevaron brazos y voces para cantar a José Antonio Primo de Rivera o evocan a sus muertos (en “¡Presente!”) y “se pliegan a los alambres” por la España franquista mientras “Las ametralladoras / cantan su canción sin música”. O cuando la novia del falangista gime entre sauces y cipreses a la vez que “El tremor de las descargas / rindiendo honores al muerto / salpicó de notas lúgubres / la amplitud del cementerio”.

   Pero también hay y hubo y habrá poetas de la Paz. Dos consejos de guerra (1966 y 1967) giraron en torno a Consejo de paz (1965), libro de Pedro Lezcano. Uno de sus poemas, el que da título al libro, recomienda a los muchachos que sueñan “con las proezas / y las glorias marciales” que tiren la espada y se bajen del caballo: los héroes ya no existen. Pero deben estar expectantes: cuando el símbolo del olivo sea pisoteado por las botas, “coged su savia espesa, echadla al mar, / y veréis cómo aplaca tempestades”.  Y Blas de Otero, poeta que bajó a la calle, eleva sus manos para reclamar algo que le pertenece como ser humano. Por eso escribe Pido la paz y la palabra (1955), su arribada a la poesía comprometida, la poesía social, ocho años después de los canarios de Antología cercada (1947).

  

 

Hace meses recibí Poemas para la paz, antología editada por EL CIERVO: “Se trata de una revista de pensamiento y cultura, progresista y social, de signo cristiano. Pero de un cristianismo poco dogmático y poco eclesial; [razón por la que] colaboran intelectuales ateos”, tal la define mi entrañable amigo, excolega en las aulas y poeta Alejandro Duque Amusco, director durante diez años de una sección de la misma. Duque Amusco (con mayúsculas también en el mundo poético) participó en Las Palmas (2012) y Barcelona (2013) en la presentación de Antología cercada, reedición del Cabildo de Gran Canaria.

 

 

 

Poemas para la paz se editó en 2014 para recordarnos que cien años antes había comenzado la I Guerra Mundial, en cuyos campos de batalla se experimentaron terribles armas de destrucción y muerte como  gases asfixiantes, carros de combate, sofisticados cañones, aeroplanos, submarinos… ¡gracias a la segunda revolución industrial! El libro –exquisito- no apareció en librerías, pues se reservó para amigos de la revista (en mi caso, amigo de mi amigo) y en él aparecen muchos poetas seleccionados (entre ellos, Duque Amusco) porque la poesía debe ayudarnos “a comprender, a luchar con el arma de la palabra para que nuestro tiempo pueda gritar, con convicción un Nunca más finalmente definitivo”, el “Más nunca” de Canarias.

  

 

La voz de la mujer; las palabras de quienes experimentaron guerras por puro patriotismo o las de quienes las padecieron de forma no directa pero que “sufren las consecuencias de otras no menos sangrientas y dolorosas”; las de quienes aspiran a la solidaridad o sueñan con ella… se conjugan en esta entrañable antología desde la perspectiva cronológica de los últimos 150 años.

   Si volviera al aula, de seguro que muchos de estos poemas estarían ya en el sentimiento de mis alumnos. Pero a pesar de la imposibilidad lograré, de una u otra manera, que este trabajo de sensibilización y compromiso con la sociedad llegue a las nuevas generaciones. Es de obligado cumplimiento por mi parte.

 

* En La casa de mi tía por gentileza de Nicolás Guerra Aguiar