Buscar
viernes, 19 de abril de 2024 21:46h.

Don Carmelo, un maestro comprometido - por Nicolás Guerra Aguiar


El prolífico en letras Nicolás Guerra Aguiar toca en su abundantes artículos los más variados temas, todos ellos interesantes, alguno emocionante, otros ejemplificadores. Este es uno de los terceros. 

Leyendo la historia de Carmelo Jiménez Hernández (él me dispensará que le apee el tratamiento, que no es uso en esta página) me ha vuelto a la mente una reflexión recurrente y deprimente. ¿Cómo aguantamos un sistema democrático que impide  que hombres y mujeres de la talla de este  personaje -que no nos faltan- hayan gestionado nuestras islas, en tanto que permite que una insalla de bardagos ocuparan las poltronas estos años para ponernos donde estamos, en el peor lugar de Europa? ¿Cuánta razón tiene Carmelo Jiménez cuando adjudica a los malhadados CC, PP y PSOE la responsabilidad, activa y pasiva, de nuestras tribulaciones. Una responsabilidad que yo extiendo a quienes, con el error de la abstención y el voto blanco o nulo, han posibilitado que semejantes bandas político empresariales gobiernen con el respaldo del 15 o el 20 por ciento del electorado total. Cuento con la comprensión de Nicolás para hoy sustituir su efigie con ese gánigo que quisiera que contuviera toda la admiración que siento por gente como Carmelo Jiménez. (Chema Tante)

Don Carmelo, un maestro comprometido - por Nicolás Guerra Aguiar

  El maestro de escuela don Carmelo Jiménez Hernández presentó en 1977 la dimisión no forzada como concejal del Ayuntamiento de Santa Brígida. Lo hizo a los 38 años, cuando su nombre sonaba para encabezar una lista quizás vencedora en la imparable convocatoria de elecciones libres. El cese pudo deberse a varias circunstancias ajenas a la salud. Así, porque le habían concedido en Las Palmas la plaza solicitada en voluntario concurso de traslado. O quizás quería abandonar la política pues, a fin de cuentas, ejerció como delegado de la Juventud y, por su cargo, figuraba como hombre del Movimiento, condición para ser nombrado concejal por el tercio de actividades culturales en 1973. O, tal vez, fue consecuente consigo mismo y cesó a los cuatro años, tal como había dicho.

  Pero hubo algo muy curioso en este hombre, algo extraño, perplejante, incluso hasta sospechoso: se convierte en el concejal díscolo, impertinente, a veces agresivo aunque siempre con absoluta corrección. Se empeña en que el municipio que construía colmenas para humanos debe frenar la desordenada expansión del ladrillo. Exige a la Corporación que muchos solares se dediquen a zonas verdes con bancos y jardines, con ilusiones infantiles y para mayores. Reclama la implacable vigilancia del paisaje satauteño, riguroso respeto a la arquitectura rural. Y que calles, aceras y solares abandonados reverdezcan sobre flores de mil colores, espacios libres, y que se prohíban urbanizaciones de lujo en suelo municipal porque hay urgencias para quienes necesitan salir de chabolas, paredes de latas y cartones, miserias, indignidades humanas. Su rotunda negativa a la especulación del suelo resuena en los pasillos del ayuntamiento cuando los de siempre reclaman lo que siempre había sido suyo: deshonestidad, corrupción, descomposición.

  Este hombre de carne y hueso, casi recién terminado Magisterio, llega a Sardina del Sur, tierra medievalizada de señores feudales y siervos, aparceros que viven los años, aunque no la vida, porque lo suyo no es vida sino miseria, flagelación, servidumbre, injusticia social, a solo cuarenta años del siglo XXI. Y como sabe que también los engañan con papeles ilegibles, y que firman con la huella, y conoce la fortaleza de la palabra escrita en documentos oficiales, emprende por su cuenta lo más osado en aquel Sur: una campaña de alfabetización a aparceros, fuera del aula. Las seretas de tomates hacen de mesas, asientos, porque los atiende en la misma tierra de trabajo una vez terminan la agónica tarea que esclaviza. (Y aunque algunos hijos –hoy políticos acomodados- de aquellos aparceros se hacen los longuis cuando lo ven, él los sigue recordando descalzos, con liendres, sucios, casi embrutecidos entre las cuatro gallinas y los piojosos perros, espíritus de sí mismos.)

  Malos momentos aquellos para compromisos sociales, sobre todo si llegan velados avisos de que se limite a su escuela, la de una pizarra de metro y medio, desvencijada, pero que aún es capaz de soportar palabras, voces, significados, y ya algunos alumnos alcanzan la capacidad de mezclarlas y convertirlas en mensajes como aquel del justo repartimiento de la tierra ¡abajo, en Sardina, casi cuarenta siglos atrás! Insolente don Carmelo, atrevido maestro de escuela sin compromisos políticos, aunque sí tenía claro algo: aquella política que potenciaba el subdesarrollo no era la suya, pues él ansiaba mundos en libertad, perfeccionamiento del hombre a través de una cultura no elitista, estructuras económicas que no definieran con tanta brutalidad la inhumana ley de lo tuyo y lo mío, de tu posesión del trabajo para que lo desarrolles en lo mío, mis tierras, mis tomates, mis almacenes, mis empaquetadoras…

  Y cuando está destinado en Las Meleguinas, la formación ideológica ya se define: lee a escondidas a los maestros de la Institución Libre de Enseñanza, aquella con revolucionarias teorías pedagógicas y científicas. Y por eso sigue en su empeño: quiere un centro de EGB que albergue a todos los niños esparcidos por barrios, laderas, silencios y abandonos. Paga de su bolsillo –el Ayuntamiento no puso un duro- billetes, hoteles y comidas en Madrid (él, con mujer y cuatro hijos dependientes de su mensualidad), a donde acude para lograr su socialización de la enseñanza: al poco, el Ministerio construye el centro Juan del Río Ayala, hoy dirigido por un exalumno suyo. (Quizás en Madrid tomaron nota: poco después le conceden el Premio Nacional de Alfabetización). Y consigue el comedor escolar para Zárate, barrio de profundísimos impactos sociales. Y como es agradecido, recuerda la ayuda del delegado del Gobierno en Canarias aquel cuatrienio, don Eligio Hernández.

  Mira don Carmelo el momento de hoy. Y silencia su sonrisa porque le duele lo que vive. Él, que había ansiado la democracia para que se hiciera realidad la justicia social, echa en falta una palabra, «ética», «en la que destacaron algunos alcaldes franquistas» a los que conoció porque estaba convencido de algo: solo desde dentro se puede trabajar para el pueblo. Y su mirada me pregunta cómo es posible que más de la mitad de los presupuestos de hoy se dediquen a nóminas. Y sentencia desde el impacto emocional de quien está decepcionado: «PSOE, PP y CC tienen que asumir su cuota de responsabilidad, ya por nefasta gestión, ya por su silencio, ya por mirar para otro lado». Pero a pesar de todo, a pesar de su desengaño con los partidos llamados progresistas, lo sigo encontrando en todas las manifestaciones reivindicativas y denunciadoras. A sus setenta y tres años, aquel maestro de compromiso social sigue en el aula.

También en:

http://www.canarias7.es/articulo.cfm?id=268985