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viernes, 29 de marzo de 2024 10:20h.

Don Eduardo Estévez Ferrero, el médico del Sur por excelencia - por Ana Beltrán

 

FRASE BELTRÁN

 

EDUARDO ESTÉVEZ FERRERO

Don Eduardo Estévez Ferrero, el médico del Sur por excelencia - por Ana Beltrán

Días pasados supe del óbito de D. Eduardo Estévez, uno de los médicos más humanitarios  que ha tenido el sur de Tenerife. La noticia me apenó enormemente, como si de un familiar se hubiese tratado. Hacía años que no sabía nada de él, de su consulta  me ausenté, con pesar, al cambiar mi lugar de residencia. Así y todo le hice alguna que otra consulta vía  teléfono, tanta era la confianza que me inspiraba. Y no sólo como médico, también como persona; la sabiduría habitaba al hombre y al galeno.   

Don Eduardo Estévez nació en San Miguel de Abona, donde  su padre, farmacéutico de profesión, tenía la farmacia. Una farmacia  que su familia hubo de trasladar a Granadilla de Abona cuando el farmacéutico fue detenido, acusado de  republicano y masón.  

El adolescente Eduardo cursó estudios en distintos colegios de la isla, pero fue en Cádiz  y Madrid  donde  se  formó como médico. Y vuelta al sur de la isla, donde  empieza (y acaba) su andadura profesional.

Por aquel entonces los médicos rurales se las veían y deseaban para cumplir con el juramento hipocrático, en el que la llamada ética médica, entre otras cosas, exige a éstos atender a los enfermos  dónde y cuándo sea menester, sin importar  a quién  ni  cómo. Infinidad de veces se desplazó el joven médico, maletín en ristre, a cumplir con su deber. Y lo hizo a lomos de caballerías por veredas tortuosas y caminos polvorientos; bajando y subiendo empinadas cuestas,  atravesando campos, montes o lo que fuera  necesario, que  salvar vidas era su misión.  

Y su misión (y vocación) lo llevó, año tras año, a dejar reuniones familiares  en  días festivos para acudir a las llamadas que frecuentemente le hacían desde cualquier pueblo del Sur.  Un  Sur  paupérrimo, sin clínicas ni centros de salud ni médicos de urgencias.

Con el tiempo las cosas fueron mejorando, ya había carreteras y coches para desplazarse por ellas, la gente que vivía entre montañas y barrancos se fue aproximando a núcleos urbanos, pero mientras, este inigualable médico supo de dificultades como ningún otro galeno de la zona, a los que cualquier desplazamiento por esos lugares, dejados de la mano de Dios, se les hacía en extremo cuesta arriba.  

No deja de resultar sorprendente que muchos de los enfermos del Sur, después de escuchar el diagnóstico de otros médicos, acudieran a él en busca del suyo. Don Eduardo, además de conocimientos médicos, poseía lo que se ha dado en llamar «ojo clínico», por lo que rara vez se equivocaba en el diagnóstico. A ello se añadían sus sabias palabras, que tenían la virtud de  imprimir a las dolencias de cierta levedad.  

No quiero pasar por alto lo que cobraba a sus pacientes, una verdadera nimiedad si se compara con lo que cobraban los demás colegas. Hubo casos en los que, viendo la pobreza extrema de algunos de ellos, sacaba dinero de  su propio bolsillo y se lo ofrecía para que pudiera comprar los medicamentos recetados.    

El contacto diario con los enfermos, escuchar sus penas y penurias, le hicieron gran conocedor del hombre y sus miserias. Las del cuerpo y las del  alma. Don Eduardo sabía tanto de pobres como de ricos, incluidos aquellos que componían el mundo caciquil de entonces, tan pernicioso como arraigado en los pueblos sureños.  

Por la prensa me enteré de que el Ayuntamiento de Granadilla le había concedido la Insignia de Oro; lástima que los otros municipios  del Sur no hicieran lo propio. Aunque no sé yo hasta qué punto hubiera sido satisfactorio  para él esos posibles reconocimientos, tanta era su humildad, pero es de suponer que  los  recibiera  con agrado.

A la memoria de este querido y respetado médico copio la siguiente frase,  extraída del juramento hipocrático, que él sin duda cumplió:

...Ahora, si cumplo este juramento y no lo quebranto, que las fuentes de la vida y el arte sean míos, que sea siempre honrado por todos los hombres  y que lo contrario me ocurra si lo quebranto y soy perjuro.  

 

* La casa de mi tía agradece la gentileza de Ana Beltrán

ana beltránFRASE BELTRÁN