Don Juan entre los fantasmas - por Gerardo Rodríguez , miembro del Secretariado Nacional STEC-IC

 

El despertar de la ciudadanía canaria y su toma de conciencia medioambiental, reflejado en las últimas movilizaciones contra los macroproyectos urbanísticos desproporcionados de toda índole, coincide con el reciente asesinato del ministro de Medio Ambiente dominicano Orlando Jorge Mera, a manos presuntamente de un amigo suyo empresario de la construcción que había tenido que paralizar la extracción de materiales para una cementera de su propiedad.

Cabe decir que en Tenerife la extracción de áridos de manera ilegal ha sido una práctica generalizada por algunos constructores que hoy pernoctan en la cárcel Tenerife 2. 

La sorprendente noticia del ministro acribillado a balazos, me trajo a la memoria la exuberancia del paisaje dominicano, un país que conserva muy bien su patrimonio natural aunque el turismo de masas ha convertido en carne de cemento rincones de gran belleza, y la construcción ilegal, la especulación urbanística y la corrupción hayan arruinado playas de fantasía.

Aun así, la República Dominicana se diferencia nítidamente de su vecino Haití, prácticamente desforestado, aunque el motivo en el caso haitiano es la pobreza crónica de la población, que ha recurrido históricamente al carbón vegetal como fuente de energía, devastando sus montes.

Más allá del deplorable “todo incluido” de los hoteles de Punta Cana, más allá de ambiente sórdido de Boca Chica, incluso más allá de las mansiones de millonarios como Julio Iglesias o Felipe González (nacionalizado dominicano a los 80 años a sabiendas de que la pana no es un paño para el Caribe, o precisamente por eso);

el dominicano es un pueblo alegre, cordial y risueño, cuna del merengue y la bachata, ritmos que modernizó con sus letras sociales Juan Luis Guerra, con aquellos personajes que buscan visas para un sueño.

La brisa marina barre la ciudad vieja de Santo Domingo y uno puede recrear, paseando por la calle de Las Damas, la vida social en tiempos de la colonia o verme sentado, con los ojos llenitos de ayer,  en la terraza de El Conde de la Plaza de la Catedral, en aquellas noches que aun en mi recuerdo perduran.

El hecho de que el país conserve sus bosques no es algo casual, más bien es producto de una historia bien original. La dictadura de Rafael Leónidas Trujillo, una de las más crueles que hayan existido, llevó a acabo amplias talas que beneficiaban a sus empresas y las de su camarilla. En la era que marcó, toda la República era suya, el Pico Duarte pasó a llamarse Pico Trujillo y Santo Domingo Ciudad Trujillo, creyéndose un faraón del antiguo Egipto llamó a sus hijos Ramfis y Rhadamés y nombró al primero general del ejército a los 6 años, sin duda como reconocimiento a su trayectoria. Cuando crucé el Río Masacre camino de Haití y pregunté por su nombre me respondieron que se debía al color rojo que una vez tuvo, cuando alrededor de 15.000 haitianos fueron masacrados con todo tipo de armas por orden del carnicero.

Minerva, Patria y María Teresa Mirabal, activistas antitrujillistas de enorme valentía y gran inteligencia, viajaban en su coche cuando los sicarios del Régimen las secuestraron, torturaron y asesinaron para después despeñar su coche simulando un accidente. La consternación que este hecho produjo, la admiración que causaban “las mariposas” en la sociedad dominicana, el peso de sus nombres, supuso el fin de Trujillo. Seis meses después otros héroes como las Mirabal lo ajusticiaron en la carretera de San Cristóbal, de donde era oriundo. Se acabó la fiesta del Chivo, como se conocía al genocida, para decirlo con el título de una novela de Vargas Llosa que recrea esta tiranía de más de tres largas décadas. Por cierto, el mismo Vargas Llosa que hoy, convertido en un siniestro personaje de oropel pide el voto para ultraderechistas como Fujimori o Bolsonaro o critica la victoria de Petro en Colombia.

 

En la espléndida “La maravillosa vida breve de Óscar Wao” (2008), Junot Díaz relata que el “fukú” es una especie de maldición y condena que cae sobre algunas pobres almas, y lo explica ilustrativamente :”Solo con que se le ocurriera pensar algo malo sobre Trujillo un huracán barría a su familia hacia el mar, un canto rodado le caía del cielo azul y lo aplastaba, el camarón que comió hoy se convertía en cólico que lo mataba mañana”. 

En la nómina de personajes de aquella época había esbirros como Jhonny Abbes, un torturador implacable que cumplía el papel que toda dictadura tiene asignado al matonismo, o Porfirio Rubirosa, casado con su hija Flor de Oro, un mefistofélico y tóxico galán que formó parte de la jet set internacional y que, todo sea dicho, murió como mueren los play boys de ley, estrellándose con su Ferrari a toda pastilla en las afueras de París.

 

La consigna nacional era “Dios y Trujillo”.

Terminada la dictadura, las elecciones libres llevaron a la presidencia a Juan Bosch, que para el caso que nos ocupa, trató de convencer a las madereras para que frenaran la deforestación, lo mismo que intentó llevar a cabo una reforma agraria, promulgó una constitución democrática que otorgaba derechos y garantías a los trabajadores, reformó la educación y otras acciones de calado pero un Golpe de Estado, auspiciado por el ejército, la iglesia, las élites y la CIA lo derrocó 6 meses después. El Golpe diluyó aquel soplo de frescura en la canícula ardiente del Caribe al mismo tiempo que 42.000 marines americanos desembarcaban en la isla, y no precisamente para tomase un ron.

Don Juan fue una esperanza efímera, una estrella en la noche tropical, un escritor notable que hoy está en las más selectas antologías, un preso político, un exiliado sin suelo ni consuelo, un hombre justo y valiente que es lo mejor que se puede decir de un político y un luchador tenaz.

Ya derrocado, que no derrotado, volvió al exilio y a sus cuentos y aunque nunca dejó del todo la vida política, no pudo ver terminada su obra de ayudar a los menesterosos, distribuir la riqueza y completar la Reforma Agraria. El próximo 30 de junio se cumplirán 113 años de su nacimiento. Si Trujillo era la oscuridad, Don Juan era la luz.

El claroscuro lo personaliza Joaquín Balaguer. Cuenta Jarek Diamond en esa obra imprescindible que es “Colapso” que este taimado personaje nacido de las entrañas mismas del trujillismo a cuyo servicio estuvo incluso como “presidente títere”, que una vez nombrado presidente tras la caída de Don Juan, prohibió toda tala comercial, declaró la guerra a las madereras, desplegó helicópteros militares contra los aserraderos clandestinos, expulsó a los ocupantes del hermoso Parque Nacional de Los Haitises, poblado de manglares, gazas y vestigios de los antiguos tainos y destruyó las segundas residencias de la élite dominicana en el Parque Nacional Juan Bautista Pérez Rancier, entre otras acciones.

Autoritario, e incluso homicida puesto que hizo desaparecer opositores, prolífero escritor aunque con obras como “El pensamiento vivo de Trujillo” que lo dice todo, Balaguer con más de 80 años y medio ciego seguía siendo presidente de la República, demostrando de camino que existen dinosaurios ecologistas: el camino dominicano hacia el surrealismo. Era desconfiado, astuto, camaleónico y austero como un castellano viejo, será por eso que le encantaba España.

 

 

 

De los tres mandatarios que protagonizaron la vida política del S.XX dominicano, el más breve dejó el rastro más indeleble, porque no hay ausente más presente que Don Juan, nadie reniega de su memoria y a todos seduce su estampa digna, lo que M. Foucault llamaba la parresia, es decir, la búsqueda y verbalización de la verdad, aun a riesgo de perder la vida. Todo eso y mucho más significó Juan Bosch, como bien sabía el camarero dominicano al que hace unos meses pregunté, en un ejercicio rotundo de memoria histórica.

* La casa de mi tía agradece la gentileza de Gerardo Rodríguez