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jueves, 25 de abril de 2024 06:58h.

Dos obispos católicos - por Nicolás Guerra Aguiar




Trata Nicolás Guerra Aguiar de las declaraciones de los obispos de Alcalá de Henares y de Barcelona, sobre homosexuales y el aborto

Dos obispos católicos - por Nicolás Guerra Aguiar

 Aunque no precisa, supongo que las palabras del señor obispo de Alcalá de Henares en la defensa de los menores (televisada misa del viernes santo) tienen que ver con las reiteradas denuncias contra sus hermanos de profesión y otros por supuestos abusos sexuales («Dios no es indiferente ante el sufrimiento de todos estos niños», sentenció). De ser así –lo que intuyo, por supuesto-, reciba el señor Reig Pla todo mi apoyo: la paidofilia (‘atracción erótica o sexual de adultos hacia menores o jóvenes’) es despreciable, más cuando se materializa en sacristías, colegios religiosos o públicos, centros de acogida, viviendas familiares u otros espacios controlados por sacerdotes y laicos (parientes próximos, amigos de la familia), pues no solo se trata de un repulsivo abuso, sino que se produce gracias a la especial influencia psicológica del adulto sobre el menor. Porque este, muchas veces, las más de las veces, ni tan siquiera es consciente de la situación, tal es la dependencia respecto al otro, por más que el señor obispo de Tenerife afirmara tiempo ha que los hay muy espabilados, astutos e incitadores.

Este carcelable comportamiento –el de quienes abusan de menores- se extiende a todos los sectores sociales, no es exclusivo de uno concreto, por más que en este uno su trascendencia salte países e, incluso, continentes, sea portada de muchos periódicos, y algunas instituciones se hayan visto obligadas a abonar grandes cantidades de dólares o euros para soslayar el repugnante hecho o, incluso, para cumplir condenas impuestas judicialmente. Así, con frecuencia nos enteramos de que la policía también desmantela redes de pedófilos que ofertan, intercambian y venden fotos, películas y material variopinto de niños en actos sexuales o poses forzadas por los mayores. Y muy cerca de aquí, un sesentón fue sorprendido in fraganti con un menor, uno más de la casi veintena de ellos con los que mantenía relaciones sexuales a cambio de regalos, almuerzos, dinero.

Vaya pues mi apoyo al señor obispo de Alcalá de Henares por su pública denuncia pues estoy seguro de que él, como católico y hermano en Cristo de curas procesados, condenados y penados por tales barbaries habrá sufrido en sus interioridades mientras lo hacía público en TVE, pero tuvo coraje y debe servir de ejemplo a quienes son conocedores de tales salvajadas pero las ocultan y se conforman con aislamientos físicos de aquellos miserables, cuando no con envíos a otras parroquias muy lejanas.

Sin embargo, en su carrera hacia adelante confunde el señor obispo –con todos mis respetos- cuando carga contra los homosexuales como si de corrompidos y prostitutos se tratara, pues me parece entender también en sus palabras que hay menores en clubes «de hombres nocturnos», quizás atraídos por una inestabilidad o indefinición. Para empezar, supongo que la entrada a tales clubes estará rigurosamente controlada, y que por tanto no se permite la presencia de ningún menor en ellos, ¡hasta ahí podíamos llegar! Pero si así fuera, si a pesar de toda la protección que ha de darse a los menores hubiera quienes los llevan allí engañados con cualquier excusa, la rigurosa acción de la Justicia debe caer sobre ellos, pervertidores que no merecen estar en libertad. Y si alguien supiera algo, su obligación es denunciar inmediatamente a quienes dirigen, potencian o explotan tales locales, no ya por obligación sino, sobre todo, por protección a los pollillos que empiezan a salir a la vida.

Pero quienes sienten atracciones por personas de su mismo sexo no están, en absoluto, transgrediendo ninguna razón humana o social, la misma Ley les permite contraer matrimonio y gozan de las mismas obligaciones y privilegios que las uniones de parejas varón-hembra. Otra cosa bien distinta –y que debe ser perseguida y condenada- es cuando homosexuales pervierten a menores, como vengo comentando desde el principio, o cuando heterosexuales pagan dadivosamente a familias, redes nacionales e internacionales para conseguir niñas de diez, doce años, y satisfacer con ellas sus apetencias.

Ahora bien: la Iglesia católica tiene derecho –se trata de una institución- a fijar normas, credos y actuaciones para sus miembros, quienes voluntariamente las acatan, aunque supongo que un homosexual, por su condición de tal, discutirá ante la jerarquía la obligatoriedad de abandonar la Iglesia en la que cree y a la que necesita como creyente. Y me baso en lo que afirma el señor cardenal arzobispo de Barcelona: los homosexuales son personas que merecen absolutamente todos los respetos en cuanto que en nada se diferencian de las otras. Y es obligación de la Iglesia, como tal, «abrir los brazos para recibir a todos los creyentes sin distinción alguna». Otra cosa distinta, claro, son las actuaciones, «que pueden ser buenas o malas» para la misma Iglesia. Pero eso ya compete exclusivamente a sus miembros, y gentes hay inteligentes y prudentes entre pastores y ovejas para llegar a entendimientos sin herir susceptibilidades.

Por otra parte, con todos mis respetos, fue muy parcial el señor Reig cuando trató el tema de las abortistas. En principio, estoy seguro de que la inmensa mayoría de las mujeres dan ese paso impelidas por circunstancias externas muy poderosas, cuando no por respetabilísimas consideraciones personales. Por tanto, si muy atrevida es su afirmación de que una mujer sale destruida de una clínica cuando va a abortar, osado sería por mi parte defender que la generalidad de las mujeres abortistas considera exactamente lo contrario. Pero sí estoy convencido de que no todas las mujeres –siempre hay excepciones- toman la decisión del aborto de una manera muy ligera, en absoluto. La especial sensibilidad que las define, su capacidad de pensamiento y meditadas actuaciones las hacen más fuertes de lo que algunos suponen. Porque también sucede lo contrario, aunque no sé en qué proporción: muchas de ellas aceptan el embarazo con alegría y deciden la maternidad aunque esta no fuera intencionadamente buscada. Me preocupan más las mujeres que por condicionantes ajenos no acuden a la clínica especializada para el aborto.