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viernes, 19 de abril de 2024 00:09h.

El exilio europeo de nuestra juventud - por Nicolás Guerra Aguiar


Hace días, un exalumno de esos que quedan en el recuerdo por su seriedad y capacidad de trabajo (suma, además, tres idiomas –ahora, cuatro-, bonhomía y fácilcomunicación) me escribió desde un país centroeuropeo. Y aunque hacía ya casi quince años que no sabía de él, me satisfizo su correo –casi páginas de un diario- porque en él recordaba gratos momentos del aula, anécdotas de algunas clases, estrofas de poemas estudiados durante el curso y, sobre todo, porque a sus 33 o 34 años ya tiene la vida profesional ordenadamente encauzada… aunque insiste en que le hubiera gustado que se desarrollara aquí, en Gran Canaria, a orillas de zonas bugueras y surferas, aficiones las del salitre, seba, yodo y olas que forman parte de su vida como remanso, equilibrio y bienestar espiritual.

El exilio europeo de nuestra juventud - por Nicolás Guerra Aguiar

  Hace días, un exalumno de esos que quedan en el recuerdo por su seriedad y capacidad de trabajo (suma, además, tres idiomas –ahora, cuatro-, bonhomía y fácilcomunicación) me escribió desde un país centroeuropeo. Y aunque hacía ya casi quince años que no sabía de él, me satisfizo su correo –casi páginas de un diario- porque en él recordaba gratos momentos del aula, anécdotas de algunas clases, estrofas de poemas estudiados durante el curso y, sobre todo, porque a sus 33 o 34 años ya tiene la vida profesional ordenadamente encauzada… aunque insiste en que le hubiera gustado que se desarrollara aquí, en Gran Canaria, a orillas de zonas bugueras y surferas, aficiones las del salitre, seba, yodo y olas que forman parte de su vida como remanso, equilibrio y bienestar espiritual.

  Me cuenta que desde tercero de carrera se había impuesto estar unos años en países europeos por aquello de la ampliación de estudios, conocimientos y algún máster seleccionado con su ordenada y rigurosa mente matemática, es decir, sabía con exactitud qué debía hacer, y lo hizo. Tuvo suerte (le ayudaron su preparación, los idiomas, la constancia, el ímpetu rompedor de mundos y las palpitaciones que dominan la mente de un joven que sale a la vida  para descubrirla por sí mismo, aunque lo pretendió fuera de su tierra, más difícil para un isleño). Lo consiguió, e incluso se ha adaptado –al principio, con algunos conflictos- a la especial manera de ser de sus nuevos paisanos, quizás excesivamente ordenados para quien vivió intensamente carnavales, fiestas, salidas nocturnas, equilibrado todo con sus responsabilidades como estudiante, tanto en el Bachiller como en la Universidad.

  Desde hace unos meses anda con la idea de retornar a la insularidad, el clima, las amistades de años, lazos familiares, un exquisito impacto emocional, su propia idiosincrasia de hombre nacido y vivido en una geografía –sobre todo costera- que le marcó una forma de ser. Me dice con cierta amargura que a pesar de su historial, experiencia profesional incluso como profesor universitario, idiomas y sólida formación, le resulta imposible conseguir algo que le pueda interesar. Y no le importa que al cambio deba renunciar a ciertas ventajas económicas y laborales de las que disfruta hoy en aquel país centroeuropeo, uno de la triple A en los que la juventud no tiene mayores problemas si quiere trabajar para emanciparse y construir su vida, la que necesariamente le corresponde pero que aquí, en este Sistema que se descompone (¿será delito tal afirmación?) le regatean, roban y estafan, cuando no se la consumen a precios de saldo entre silencios, impotencias, feudalismos, explotaciones decimonónicas y frustraciones.

  Antes, hace minutos, leí que el señor ministro de Educación casi casi celebra las salidas profesionales de nuestros jóvenes -cerebros, cerebritos y titulados universitarios- hacia otros países. Y no sé si en derroches de cinismo, ignorancia o desprecio más absoluto justifica su despreocupación por aquellos jóvenes en cuanto que, dice, muchos de ellos volverán al país pero ya cargados de experiencia, enriquecidos profesionalmente y con posibilidades de que las empresas españolas los contraten en cuanto que valoran su nuevo currículo fortalecido en países extranjeros.

  Bien es cierto que la salida a otras naciones –incluso desde la propia etapa universitaria- es indiscutiblemente positiva para el alumno no ya por lo que a sus estudios se refiere sino, además, porque le permite aprender o reforzar idiomas y amplía, universaliza su mente en contacto con otras culturas, a ser posible muy diferentes (Gran Bretaña, Finlandia, Alemania, Suecia, Holanda…). Casos tenemos hoy de muchos conocidos que se acogieron a programas europeos –Erasmus, por ejemplo- y desarrollaron ya no algún curso en universidades extranjeras, sino que incluso acabaron allí sus carreras y permanecieron un tiempo más para afianzarlas en la práctica. Es de sentido común, se trata de la globalización. Y en el caso de los insulares debería ser incluso hasta obligatoria la salida al menos durante tres trimestres.

  Pero de ahí a que el señor ministro –aquel de “castellanizar a los alumnos catalanes”- considere que no hay nada negativo en que titulados con atrayentes expedientes se vean obligados a emigrar porque aquí no hay posibilidades de investigación  median, como poco, “tres pueblos y dos gasolineras”, al decir del pollerío con renovador y refrescante ímpetu juvenil. Claro que es recomendable –lo vengo defendiendo- la salida a otros espacios físicos y a otras sociedades. Es más: aprenden, sin duda, porque tienen que buscarse la vida y organizarse fuera de sus padres, a veces inconscientes protectores  que arropan –sin malas intenciones, claro- más de lo necesario. Pero el problema no está en que tengan que salir, sobre todo los “cerebros”: la pega, la contrariedad, la frustración se producen porque no pueden volver precisamente para investigar con sueldos decentes que les permitan organizar su vida con absoluta independencia en todos los órdenes. Porque investigar –y es lo que me perpleja- no es un principio de acción-reacción inmediata, a corto plazo, a meses vista. A veces deben pasar varios años para que el investigador llegue a resultados positivos.

  Por tanto, me resulta si no cínica por desvergonzada, sí desajustada intelectualmente la defensa que el señor ministro hace porque recalca que nuestros cerebros no huyen de España, sino que amplían estudios en el extranjero.  Y por aquella monomanía de comparar siempre con los demás, afirma que lo mismo sucede en Alemania, donde no se garantiza un puesto estable para profesores e investigadores “antes de los 35 años”.  Bien, ¿y qué? Pero, ¿y a partir de los 35? Sin embargo los nuestros, ante la precariedad absoluta y la imposibilidad de realizar proyectos a largo plazo, sí se ven obligados a marcharse, quizás definitivamente. O lo que es lo mismo, el Estado invirtió en ellos auténticas millonadas, ¿para qué? ¿Quién se beneficia de aquel exalumno tan rigurosamente preparado que hoy investiga fuera de su tierra?

También en:

http://www.infonortedigital.com/portada/component/content/article/17480

http://www.canarias7.es/articulo.cfm?Id=279006