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martes, 16 de abril de 2024 13:10h.

Dos encuentros - por Alejandro Floría Cortes


ALEJANDRO FLORÍA CORTÉSSalgo del trabajo con la certeza de que voy a comprar un gran libro: "Rutas sin Mapa-Horizontes de transición ecosocial" de Emilio Santiago Muiño.

Dos encuentros - por Alejandro Floría Cortes *

Salgo del trabajo con la certeza de que voy a comprar un gran libro: "Rutas sin Mapa-Horizontes de transición ecosocial" de Emilio Santiago Muiño.

Cuando me dirijo a caja identifico a un antiguo compañero. Somos tocayos. Nos alegramos de vernos, la conversación es un vórtice de tranquilidad. Me pregunta, "¿estás mejor?", le digo que sí y le devuelvo la pregunta inmediatamente, pues más allá de la cortesía y del sincero interés por un compañero, tengo la certeza de que no está bien. 

Me cuenta poco, me dice que "se toma las cosas de otra forma", esta coletilla parece haberse convertido en una constante en cualquier conversación; nuestras voces parecen espejos, si tal cosa fuera posible, con esa lentitud con la que se habla de infiernos y derrotas. 

Mi compañero lanza miradas a mi libro, aún, en el mostrador; me divierte que le pique la curiosidad, es evidente que los libros también son importantes para él.

Nos despedimos cordialmente, le digo que pasaré a saludar a la gente y me contesta con un nítido "¡para cualquier cosa que necesites!".

Conforme me alejo caminando, me noto algo acelerado. Me observo y advierto que me siento indignado por el estado en que he encontrado a un compañero de una gran talla profesional y personal.

Hay organizaciones que tienen un estilo de dirección y gestión "orientado a la Dirección". Una guasa tristemente frecuente. 

Estas organizaciones suelen estar a cargo de incompetentes inseguros y ególatras que piensan que con la herencia expiden certificados académicos y de profesionalidad.

Como tal cosa no sucede (comprar un título, incluso, sólo sirve para colgarlo de la pared), esta fauna sale adelante a costa de gente con un alto nivel de responsabilidad, y no es raro que la reviente o abuse de ella en una cruel dinámica de rotaciones. O ambas cosas.

Pienso en esto, camino de casa, y separo la cuestión organizacional de la sistémica, argumentándome que aunque el sistema no tuviera futuro, como contaba el libro que llevaba en la mano, las organizaciones quizás sí podían elegir como comportarse, aunque intuía que no contaban con muchas opciones si querían sobrevivir en el sistema y/o superarlo.

Entonces tengo el segundo encuentro, aunque no sabría decir si fue tal, pues no nos detenemos. Se trata de un señor al que vi por primera vez, hace meses en la oficina de empleo. 

Pantalón y chaqueta gris sobre un jersey amarillo, barba y cabello más gris que cano, escaso por delante, sonrisa franca y una de las miradas más inteligentes, observadoras e inquisitivas que he visto en mucho tiempo.

Habíamos intercambiado alguna observación sobre el sistema de gestión de citas del servicio.

Lo vi semanas más tarde en Triana, me pareció más serio, terminaba una conversación con alguien en quien no me fijé. Y es en esta ocasión que advierto que el caballero siempre viste la misma ropa.

Esta vez lleva levantadas las solapas de la chaqueta y tira de un trolley.  

Me aparto para facilitarle el paso y, al cruzarnos, intercambiamos una mirada de reconocimiento. Él deja entrever una leve media sonrisa lobuna que no puedo evitar asociar a unas capacidades, habilidades y ocupaciones de gestión y negociación.

Me gustaría entablar conversación con él, las tripas me dicen que nos hemos cruzado antes que en la oficina del empleo, y preguntarle cómo le va, saber si podría ayudarle...

Es frustrante e indignante que hoy en día alguien resulte sospechoso por estar desempleado o por buscar un empleo mejor, o por haber llevado a rajatabla los requerimientos fiscales y legales de su negocio y haber tenido que cerrarlo.

Es grotesco que el sistema, sus instituciones y las organizaciones pidan lealtad y entrega hasta que le interese aplicar, sin compasión, sus criterios de flexibilidad y austeridad. 

Sigo caminando hacia casa, bastante más serio y malhumorado, desesperanzado por la manifiesta falta de decencia y honradez de este país de mierda.

Agarro con fuerza el libro, deseando que contenga un montón de buenas ideas.

* En La casa de mi tía por gentileza de Alejandro Floría Cortes