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jueves, 28 de marzo de 2024 09:57h.

El fascismo en la actualidad - por Teodoro Nelson

 

teodoro nelsonEl fascismo es una de las formas que puede adoptar el Estado capitalista. La existencia del fascismo presupone, además, un determinado estadio de desarrollo del capitalismo. Esta fase de desarrollo es el imperialismo, o sea, la etapa donde el capital financiero (y posteriormente bancario) centraliza y controla el resto de la economía. Es, también, el paso siguiente a la cartelización de las industrias.

El fascismo en la actualidad - por Teodoro Nelson

El fascismo es una de las formas que puede adoptar el Estado capitalista. La existencia del fascismo presupone, además, un determinado estadio de desarrollo del capitalismo. Esta fase de desarrollo es el imperialismo, o sea, la etapa donde el capital financiero (y posteriormente bancario) centraliza y controla el resto de la economía. Es, también, el paso siguiente a la cartelización de las industrias.

Así pues, el fascismo es la forma dictatorial del Estado imperialista. No es, por supuesto, la única forma que puede adoptar. El fascismo presupone el corporativismo de las empresas con el Estado, el reforzamiento de las primeras con el segundo. Se suele dar, entonces, en Estados que, por su debilidad, necesitan aumentar la cuota de plusvalía a través de los monopolios públicos y fusionarse con el Estado hasta determinado punto.

Cabe destacar que esta unión es una forma genuina que aparece en el imperialismo en general, no sólo en el fascismo. Según Lenin en su libro El Imperialismo, fase superior del capitalismo: “vemos claramente como los monopolios públicos y los privados entretejen formando un todo en la época del capital financiero, cómo tantos unos como los otros no son en realidad sino distintos eslabones de la lucha imperialista entre los grandes monopolistas para repartirse el mundo”. Ahora podemos entender qué es y porqué aparece el fascismo. Si, dadas estas condiciones, analizamos el grado de desarrollo del capitalismo en cada país, entenderemos las diferencias entre cada “fascismo”. En España por ejemplo, la oligarquía bancaria se asentaba sobre una base industrial muy débil y, por lo tanto, dependía en gran medida de las finanzas del Estado. Entendemos así por qué surge con gran prontitud el fascismo en España, y cómo se mezcla con elementos antiguorregimentales, dando pie a un fascismo “feudalizante”, a un nacional-catolicismo.

Pero analicemos rápidamente el caso de fascismo más famoso del mundo, el nazismo alemán. Alemania era una gran potencia imperialista. Hacia 1910, el grupo Deustche Bank poseía, en mayor o menor medida, 87 bancos, con un capital aproximado de 2.000/3.000 millones de marcos. En 1938, la propiedad pública constituía un 5% de la riqueza nacional, siendo (gracias a la invasión de Austria y los Sudetes, así como determinado número de empresas) del 8,7% en diciembre de 1939. La propiedad privada era la mayoritaria, a pesar de su palabrería sobre el “socialismo nacional”. El Estado era deudor y su legislación tendió a reforzar la propiedad privada. Este banco financiaría Auschwitz, que además se convirtió en el banco privado de Hitler. Durante todo el siglo XX y lo que llevamos del XXI, el Deustsche Bank ha sido probablemente el banco más importante de toda Europa..

Era, pues, un país imperialista muy desarrollado (el proteccionismo ayuda a la centralización de la economía, política que la burguesía alemana había practicado con gusto). Tras 1918, Alemania había perdido la gran guerra “de rapiña”, una guerra mundial por el control de las colonias, los recursos y los mercados del mundo. Las reparaciones de guerra, unidas a la grave crisis de los años 30, dejaron a la poderosa burguesía financiera alemana muy debilitada y sin un imperio sobre el cual recapitalizarse (además debemos contar con otros elementos, como el paro elevado previo a la crisis o el retroceso de industrias pesadas en el país). Según Charles Bettelheim, Alemania había pasado de ser un país acreedor sobre el extranjero a convertirse en un país deudor del extranjero.

Con el desarrollo de la economía nazi, los empresarios privados ostentaban la titularidad de los pedidos públicos (otros elementos como los bonos del tesoro suponían un papel poco relevante en conjunto). O sea, que la financiación del mercado interior se realizó a través de los considerables pedidos a la industria Alemana. El mercado exterior, como cualquier país imperialista, se desarrolló a costa de los acreedores extranjeros del régimen nazi. Vemos así como Francia se convirtió en la carga del verdadero hombre blanco, tras décadas insistiendo en que era a la metrópoli a quien le costaban cara las colonias. Trabajos como los de Elise Hullery nos vienen a confirmar lo obvio. Es decir, los grandes pedidos públicos y de rearme se acompañaban de grandes esfuerzos por parte del estado nacionalsocialista para aumentar los beneficios de las grandes empresas.

El Estado capitalista alemán en sus formas fascistas rescató también a bancos y empresas afectadas por la crisis, como el Commerzbank: el Estado intervino para sostenerlo adquiriendo una parte del capital y restituyéndoselo en 1937. Así, al comienzo de la guerra este banco tenía aproximadamente 80 millones de Reichsmarks (capital por acciones) en 1941 fue ampliado a 100 millones. Otras medidas “intervencionistas” sirvieron, de facto, para aumentar el poder de los cárteles y eliminar la pequeña y mediana competencia. La gran propiedad capitalista saldría fuertemente favorecida.

Vemos como bajo la Alemania nazi se reproduce uno de los elementos más característicos del imperialismo y cómo resuelve sus contradicciones. El imperialismo, en cuanto a capitalismo monopolista de Estado (el gran monopolio financiero nacional permite que la burguesía pase de controlar indirectamente el Estado a corporativizarlo de una manera absoluta, fusionándose con él como si de una empresa más se tratara) necesariamente arrastra del capital del Estado para recapitalizarse, o lo que es lo mismo, aumenta la cuota de plusvalía a través de la resección del salario indirecto de los trabajadores que acaba en el Estado a través de los impuestos. Y este hecho es común a toda forma de imperialismo, dándose independientemente de la forma que tenga su estado.

Analicemos ahora la política económica del imperialismo estadounidense (como potencia financiera e imperialista más importante). El reciente aumento propuesto en cuanto al gasto militar contempla una subida de 54.000 millones de dólares. Entre 1960 y 1986, la participación en la producción industrial mundial de Estado Unidos bajó del 25 al 10% Según Alejandro Nadal, “la razón es que mientras Japón y Alemania innovaban en la introducción de máquinas herramienta de control numérico para uso genérico en la industria civil, Estados Unidos se dedicaba a diseñar sistemas automatizados para las máquinas herramienta que usaba la fuerza aérea en la producción de sus equipos y refacciones”. O sea, un país imperialista en crisis cuya economía, dominada por el capital financiero, busca raíces sólidas de dinero “real” a través del Estado y la bajada de salarios (es decir, en la plusvalía, donde único puede encontrar capital real más allá del aumento ilusorio del dinero aritmético). ¡Y luego nuestros amigos “progresistas”, defensores de las mismas medidas imperialistas, se extrañan de tener a un fascista en la Casa Blanca!

Evidentemente, la situación no podía ser más distinta en la Alemania de 1933 que en el Estados Unidos de hoy día; mientras uno era una potencia derrotada, el otro es un gran imperio desarrollado. La evolución histórica e industrial así como sus enemigos son bien distintos. Sin embargo, el problema de fondo es el mismo: la crisis capitalista, la enorme crisis de sobreproducción que desencadena la necesidad de obtención de capital “real”. Y, especialmente bajo el imperialismo, es en el Estado donde encuentra esas grandes remesas de capital aunque, en el fondo, no sea sino una forma de aumentar la cuota de plusvalía, la explotación general del trabajo.

Así, en épocas de crisis se desarrollan los monopolios, se bajan los salarios y los grandes pedidos del Estado sostienen a la industria. La burbuja inmobiliaria en muchos países europeos o el fortísimo desarrollo de la industria armamentística estadounidense en las últimas décadas es prueba de ello. Al igual que en la Alemania de posguerra, son los pedidos del Estado, el rescate público de empresas, las subvenciones a las multinacionales, los que “salvan”, si bien momentáneamente, a los países capitalistas de sus consabidas crisis de sobreproducción, como explicara Marx en El Capital.

También es importante entender que en las colonias es donde los monopolios más pueden extenderse y desarrollarse, incluso hoy día (todo el continente africano es prueba de ello y, en buena medida, todo lo terrorífico del nazismo salió del África belga, inglesa y francesa). Por lo tanto, muchas colonias o “neo” colonias adquieren formas fascistas, aunque la metrópoli este regida bajo formas democráticas. La Operación Cóndor o la Escuela de las Américas son ejemplos perfectos de ello. Un ejemplo más concreto podría ser los 40 miembros de la CIA que formaban la cúpula del partido nazi Pureza y Libertad en Chile. Al adquirir formas fascistas neo-coloniales, las burguesías intermediarias se revisten con lo peor de las dictaduras pre-industriales y con lo peor de las dictaduras imperialistas. Aparece así el “fascismo islámico”, como por ejemplo, el wahabismo.

De este modo podemos entender cómo es posible que dos sistemas donde la vida cotidiana puede ser tan distinta, así como su desarrollo político, puedan ser, al mismo tiempo, tan similares. Y cómo es posible que las “democracias” occidentales dieran y den apoyo a regímenes fascistas. Conviene recordar que toda forma de Estado es una dictadura, y que, en palabras de Lenin, “las formas de los estados burgueses son extraordinariamente diversas pero su esencia es la misma: todos esos estados son, de una manera u de otra, pero, en última instancia, necesariamente, una dictadura de la burguesía”.

Incluso podemos observar formas “intermedias” entre la democracia y el fascismo, como por ejemplo España, un país democrático burgués en sus formas, pero regentado por fascistas. O el “fascismo de rostro humano” que fue el Justicialismo. No hay, sin margen de error, una línea divisoria clara entre el fascismo burgués y la democracia capitalista, que sólo es democrática en la medida en la que la clase dominante ejerce su democracia sobre el resto de personas. Por supuesto, el auge del fascismo en las democracias europeas ha permitido virar hacia la derecha el eje político.

De hecho, podría pensarse que el fascismo es una forma más efectiva de dominación, al ejercer de forma implacable los intereses del capital financiero. Sin embargo, la forma más eficaz de dominación capitalista es la democracia. No sólo por determinadas sutilezas del poder (la ventaja de la desinformación frente a la represión directa) sino porque ejerce el control de forma más indirecta así como más segura, como exponía Engels. A fin de cuentas, las relaciones de producción capitalistas se basan en la propiedad privada, incluso frente a su propio Estado y forma de gobierno. De ahí que, en realidad, el fascismo sea una forma de decadencia del capitalismo.

No nos extrañe si se da, especialmente en una Europa sin una izquierda revolucionaria, una “transición pacífica” entre democracia y fascismo, la fascistización de la democracia o una forma intermedia que incluso pudiera aparecer como un tercer modelo. Los comunistas defendemos la democracia contra el fascismo en general y la democracia socialista (la dictadura de los trabajadores sobre la oligarquía dominante) en particular, como único modelo realmente libertario.

Como ya pronosticaba Lenin antes de la Primera Guerra Mundial, el imperialismo conduce indefectiblemente a la guerra. La crisis conducirá a guerras a mayor escala. Es imposible terminar sin las claras palabras del poeta Bertolt Brecht cuando terminó la segunda guerra mundial: “Señores, no estén tan contentos con la derrota. Porque aunque el mundo se haya puesto en pie y haya detenido al bastardo, la puta que lo parió está caliente de nuevo”. 

* En La casa de mi tía por gentileza de Teodoro Nelson

TEODORO NELSON RESEÑA