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jueves, 28 de marzo de 2024 09:57h.

Frank Estévez Guerra: Poesía, soneto, religión - por Nicolás Guerra Aguiar

  Como no soy poeta, no sé qué sienten ellos ante el soneto, aquella estructura de catorce versos compuesta por dos cuartetos (o dos serventesios) y dos tercetos. Pero sí estoy seguro de que ha de ser un reto, un desafío, una invitación a medir capacidades, dominio de la técnica, incluso hasta los propios acordes de sonidos, la musicalidad que define al lenguaje poético.

Frank Estévez Guerra: Poesía, soneto, religión -  por Nicolás Guerra Aguiar

  Como no soy poeta, no sé qué sienten ellos ante el soneto, aquella estructura de catorce versos compuesta por dos cuartetos (o dos serventesios) y dos tercetos. Pero sí estoy seguro de que ha de ser un reto, un desafío, una invitación a medir capacidades, dominio de la técnica, incluso hasta los propios acordes de sonidos, la musicalidad que define al lenguaje poético.

  Porque el soneto exige rimas, claro; y estas han de conseguir que dos palabras finales de versos coincidan total o parcialmente en los mismos sonidos. Es lo que Marcel Proust  llamó “la tiranía de la rima”, complejo logro en cuanto que el poeta está sometido a su búsqueda si quiere embellecer musicalmente el poema. Y si lo consigue, alcanzará aquello que también llamó “el logro de la belleza”. Pero aún se complica más: si el poeta escribe el soneto tradicional, debe alcanzar que cada uno de los catorce versos tenga once sílabas.

 Y como no quieren estar sometidos a normas –es la natural rebelión de muchos poetas, aunque a veces tal indocilidad oculte o disimule una aparente torpeza-, algunos escritores amanuenses se revuelven contra la rima, la métrica, el ritmo, y dejan caer conjuntos de palabras que colocan caprichosamente como si de ubicarlas en una estantería se tratara. Lo cual, por supuesto, no significa que el verso libre sea fácil, en absoluto, ni que un conjunto indeterminado de ellos no forme un poema de altísima calidad (Machado le recomienda al poeta que se libre del verso cuando lo esclavice). Pero en la concepción clásica de la Poesía el poema debe entrar por el oído, no por la lectura en silencio. Y el oído agradece cuando no solo el texto dice algo, sino también cómo lo dice.

  El soneto cantó a Laura (Petrarca); a la dama contenida y apasionada (Garcilaso); a la brevedad de la vida (Quevedo); a la belleza femenina que se convierte en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada (Góngora); lo usó Unamuno para cantar a Fuerteventura y a las palmeras majoreras, aunque sus encabalgamientos a veces sean violentos; con versos de catorce sílabas lo construyó Tomás Morales y musicó las tabernas del muelle; los poetas falangistas cantaron en perfectas estructuras sonetiles a José Antonio Primo de Rivera en 1939… O lo que es lo mismo, a ninguno –ni a muchísimos más- el soneto los encadenó, pues fue música de la sangre por las venas, como escribió Vicente Gaos y cita Dámaso Alonso.

  Desencadenado, que no encadenado a él, está el exquisito poeta galdense Frank Estévez Guerra, hoy arribado a los cincuenta años de su vida, a quien en su primera aproximación a José María Millares Sall este le reclamó un cuadernillo de sonetos. El poeta de la musicalidad y la palabra, el hombre que rompió con esquemas y escuelas y supo hacer de su verbo un canto de armonías, bellezas y compromisos, lo tenía claro: el soneto es la prueba inicial para quien pretenda entrar en el mundo de la creatividad poética. Cuando alguien le entregaba sus versos para que los leyera, era esta su primera pregunta: “¿Hay sonetos?”. Porque si no, José María invitaba al principiante a que se familiarizara con ellos.

  Frank sí tenía su cuadernillo. En él se desplazaron sonetos a la manera clásica, de frágiles estructuras inicialmente pero con sólidos asentamientos. Eso me dijo una tarde José María, en aquel momento casi septuagenario poeta que en su madurez llenó libros de versos libres, libros por los que metáforas, símbolos, juegos, musicalidades, ritmos interiores… se desplazan como en natural algarabía o en sedente silencio. Porque Frank despertó de inmediato el interés de José María, y este fue terminante: Frank no tendría problemas con la Poesía si dominaba la estructura sonetil. Y acertó. Y lo guió con sus consejos.

  Desde que el VI Encuentro de Jóvenes Hispanistas (marzo de 1998) lo dio a conocer en la Facultad de Filología de la ULPGC, Frank, con sonrisa abierta, mochila y capacidad de convicción, se convirtió en un fundamental referente para los más jóvenes que se iniciaban en la creatividad poética. Y no solo como vate, sino como editor literario y promotor de encuentros donde la poesía reinaba. Su peso en la gestación del tomo Última generación del milenio (1998) debe servir de ejemplo para lo apuntado. (Así me lo cuenta el hoy meticuloso investigador, riguroso prosista y profesor que es Victoriano Santana, estudiante del doctorado por aquellos años, y conocedor de su actividad.)

  Porque Frank, en efecto, es un poeta plenamente definido, hecho, de altísima musicalidad y dominio del lenguaje, del poético y del otro, el de los contenidos. Y destaca sobremanera por sus colecciones de sonetos cargados incluso de cadencias interiores: Ya sereno y habiendo amanecido / escondido en su rostro quedo ajeno / y me apeno sintiendo en su gemido / el latido fugaz de aquel veneno.

  ¿Tiranía de la rima? En absoluto. Se trata de facilidad creativa, soltura, dominio, placer en la creación. Y, sobre todo, directísima comunicación con el oído del escuchante, embriagado por la suavidad de las coincidencias fonéticas de las que Natura dotó a Frank Estévez Guerra,  poeta quizás desconocido por la inmensa mayoría pero que ocupa por su mérito un lugar destacado en la creación poética de Canarias.

  Pero, además, tal estructura sonetil le sirve para distanciarse de casi todos los poetas de hoy: él sonetiza la poesía religiosa, ajena actualmente aunque de exquisita tradición (me traslada a San Juan de la Cruz, Fray Luis…), en la que Frank margulla con el pálpito de su creencia cristiana. Y parece que consigue la comunicación con el Dios que lo sacó de una existencia sumisa en que vivía: Cuanto más me alejaba de Tus pasos / más cercanas Tus huellas presentía / cuando el arte del mundo prefería / esbozarme ridículo en sus trazos.

  Sí, poesía religiosa, su poesía, su creencia. Y ambas, conjuntadas por Frank con sutil soltura, dominio de la técnica y corazón de poeta, podrán conseguir el impacto religioso en los creyentes. Yo me quedo con la belleza formal, la exquisitez del poema, el rítmico acompasamiento de las palabras que son la esencia de este gran poeta.