Buscar
martes, 16 de abril de 2024 13:58h.

Gandulas copas cerveceras - por Nicolás Guerra Aguiar

 La encuesta del Centro de Información Cerveza y Salud (sabia relación la de cerveza – salud) concluye que los canarios elegimos la birra, piva, bier… como segunda bebida tras el agua, tal reprodujo Canarias7 tiempo atrás.

Gandulas copas cerveceras - por Nicolás Guerra Aguiar *

 La encuesta del Centro de Información Cerveza y Salud (sabia relación la de cerveza – salud) concluye que los canarios elegimos la birra, piva, bier… como segunda bebida tras el agua, tal reprodujo Canarias7 tiempo atrás. Aunque, a fuer de prudentes y exactos, también es cierto que depende de los días. Porque, estimado lector, si usted se deja caer desde la noche del jueves (sector Triana – Vegueta) y del viernes (Mercado del Puerto) hasta el mediodía dominguero, se percatará de que aquella conclusión es muy discutible, cuando no rigurosamente rebatible.

   Porque lo cierto es que en tales fechas las esencias cervezales rubias, tostadas y negras se bañan en sus propias espumas (ligeras o cremosas) y circulan a velocidad de vértigo por barras, gaznates, tragaderas o gargueros de jóvenes desagallados en cuanto que se reconfortan con sublimes efervescencias. Y así regaliz, cebadas, lúpulos, maltas… emprenden y hacen caminos con parada definitiva en juveniles estómagos tras dominantes pasos por bocas, glándulas gustativas, velos del paladar, faringes…

   Aunque a veces las rutas se vuelven tortuosas e impredecibles al inmediato y en apariencia fortuito enchumbamiento de la niña de al lado, aquella que sin querer (o para iniciar querencias) dio el dúctil roce en el codo del vecino pollo que levantaba la caña… e hizo discurrir por su camiseta la virginal espuma empujada por gasificaciones artificiales. (Y que no se sonroje la muy teatralera, ni airee un falso emputamiento: medio minuto antes me percaté de la artimaña que iba a emprender la jóvena, quizás una manera de ligar al uniformado piloto de la marina mercante que iniciaba maniobra de atraque en la barra.)

   Y no solo se trata en los tales lugares del botellín (sufijo –ín traductor de atrofia aumentativa). Ni de la cañita, aunque esta inicia el ritual casi sagrado a la manera de Ulysses. Esa cañita (sufijo –ita) que también abarca una muestra, una casi evaporación del producto que nunca cae mal, qué cosas inventaron los frailes, qué astutos, qué sabios. Aunque turísticos visitantes canarios recién llegados de Egipto pregonan a gritos en Triana que los faraones ya conocían la cerveza hecha de trigo, que lo dijo el guía, y eso va a misa, ¡oh ya…! Si así fuere, una prueba más de que no es triponadora o tripudamente descarada si uno se fija en la estilización corporal de los tales reyes egipcios que reflejan pinturas y esculturas, salvo que les pincharan supuestas prominencias barriguiles antes de posar.

   Pero también es cierto que los canarios beben agua. Conozco a unos cuantos y no les ha pasado nada: ni flojeras estomacales diarreíticas, ni ahogamientos, ni toses espasmódicas. Mucho menos trastornos mentales o cambios de personalidad. Aunque sí me mosquean cuando dicen que les gusta sin gas -¡poco conocimiento!-. Me parece que algunos lo hacen por esnob (que se dice en los estratos más “in”), es decir, por afectación social, por imitación de personas a las que consideran superiores.

   Yo dejo que hagan lo que quieran, a fin de cuentas ya son mayorcitos. ¿Pero se imagina usted, estimado lector, lo que puede pasar por esas estructuras estomacales si con el vaso de agua en la mano -¡sacrilegio, sacrilegio!- piden pulpos a la canaria, carajacas, queso herreño a la plancha o mojo de la reputísima para las papas? ¿Qué revoltijo se formará en esos estómagos expuestos a reventar… tras ser bautizados con agua? Otra cosa, claro, es que la usen para echársela por encima en mediodías o noches de efervescencias caloriles, un suponer. ¡Pero mezclada con comida...! Yo no sé si la ley Mordaza registra tal desajuste social, tan delictivo comportamiento, tal atentado a la gastronomía. Si así no fuera, debería ampliar para recoger esa prohibición. 

   Porque donde haya una mediolitrera copa cristalina rellena de esencia cervecil hasta la mitad y su blanquecina, turbia o negra corona cubra la otra parte sobresaliente, que bajen los dioses del Olympo y consuelen angustias sobrehumanas entre tales éxtasis, sublimaciones, arrebatos y delirios.  Pero antes, claro, la selección: no vale cualquier marca, ni a cualquier temperatura. Y a ser posible, de grifo con tirada reposada y prudente para no herirla en su íntima susceptibilidad, con palabras mimosas de sumo maestro tirador. Porque tras el primer sorbo (el inicial roce es un insinuante coqueteo con ella y sus ígneas convulsiones sensoriales) debe quedar, ya, la circunferenciada marca de recia espuma adherida en el interior del grial… Y digo “en el interior”, y digo bien: camareros hay empeñados en que lamamos y no sorbamos la cerveza pues se empeñan en que la mitad caiga por fuera, pesadumbre y dolor, torpeza e insensibilidad. Atrae, además, a impertinentes mosquitos cual si uno acabara de exprimir el pañal de un bebé, un decir.

   Bien es cierto que al tercer vigoroso copooón mediolitrero empieza el baile de san Bito, pues el apremio de su evacuación aprisiona desde las entrepiernas. Y uno, pletórico, sale discretamente hasta el correspondiente… donde hay infinita cola como aquel día en la oficina galdense donde se paga el agua de abasto. ¡Y que no camina, o va al paso de cansino chuchango! ¡Y aquello que cada vez aprisiona más, empuja con fuerza, quiere erupcionar!..., lo cual obliga a cruzar las piernas con posible desestabilización del centro de gravedad. Luego vienen los saltitos, que se convierten en tarzaniles piruetas y cabriolas, y los aullidos selváticos (“¡auuuuuuuu, auuuuuuuu!”), el primer empapamiento con olor a pis, y aquello que ya se desboca sin control… hasta que uno llega al meódromo con la mitad de la carga.

   La otra mitad quedó absorbida entre el calzoncillo y los bajos de la camisa, etiqueta incluida. Y jieden a malta, lúpulo, cebada, regaliz… ¡La madre que los parió! Y ahora… ¡una ronca y ruidosa sonoridad diarreítica! ¡Malditos cereales monjiles o faraónicos! ¡Y ni un cacho de papel a mano! (Por cierto: ¿me habré equivocado de edad?)

* En La casa de mi tía por gentileza de Nicolás Guerra Aguiar