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martes, 16 de abril de 2024 13:58h.

Gonzalo Pérez Ponferrada, el relato como ansiosa búsqueda - por Nicolás Guerra Aguiar

"Como ”historia llevada al papel, real o ficticia, con datos que interesen a los lectores” lo define Gonzalo Pérez Ponferrada, un inicial cincuentón que encaja perfectamente en aquel grupo del que vengo hablando dos meses ha, “La Generación del COU”, la que estudió literatura española y universal en BUP y arrancó en la producción del siglo pasado (españoles, renovadores europeos y norteamericanos, la “generación maldita”, hispanoamericanos) cuando estudió el curso preuniversitario con una asignatura imprescindible para su formación: Literatura española del siglo XX. Y eso se nota."

Gonzalo Pérez Ponferrada, el relato como ansiosa búsqueda - por Nicolás Guerra Aguiar

  Aquel sabio profesor de Crítica Literaria que es don Gregorio Salvador Caja, hasta hace unos años vicepresidente de la Real Academia Española, nos preguntó un día en clase qué entendíamos por novela.  Algunos de mis condiscípulos intervinieron y dieron sus opiniones, ninguna de las cuales negó u objetó el catedrático. Después, muy serio, la definió: “Novela es todo aquello que se publica bajo el nombre de tal”. Y entró en los detalles: debe estar en prosa, ha de tener cierta extensión, produce placer estético al lector, la acción es fingida en su totalidad o en parte de ella...  Como variante, la voz latina relatus, nuestro “relato”, se refiere a una narración más corta que la novela. Por tanto, aquella publicación que almacena mezcla de partes –y Los olores de Teodora Castro tiene componentes variadísimos en las veinticuatro pequeñas narraciones- es un libro de relatos.

  Como ”historia llevada al papel, real o ficticia, con datos que interesen a los lectores” lo define Gonzalo Pérez Ponferrada, un inicial cincuentón que encaja perfectamente en aquel grupo del que vengo hablando dos meses ha, “La Generación del COU”, la que estudió literatura española y universal en BUP y arrancó en la producción del siglo pasado (españoles, renovadores europeos y norteamericanos, la “generación maldita”, hispanoamericanos) cuando estudió el curso preuniversitario con una asignatura imprescindible para su formación: Literatura española del siglo XX. Y eso se nota.

  Mientras lo escucho, voy descubriendo que leyó y aprendió en profundidad a los noventaiochistas: le impactó Unamuno -Niebla, San Manuel Bueno, mártir-, cuyo drama existencial flota en algunos relatos de Los olores de Teodora Castro. Porque este hombre barbado, periodista antes que canónigo de las letras, siente la imposibilidad de saber qué será de él, como le sucede al nivolista vasco  (“nivola” es precisamente el subtítulo de Niebla, y en la voz se define su rechazo a la novela realista anterior).  Y si Unamuno tiene la necesidad de Dios por más que su razón lo niegue (“Oye mi ruego Tú, Dios que no existes”), Gonzalo anda inmerso también en una urgencia, si no de Dios (hoy es agnóstico, me dice) sí de entender el porqué de la vida, aunque puede ampliarse con para qué, le observo.

  Gonzalo Pérez Ponferrada

En esa mirada que Gonzalo pierde oteando hacia la Alameda de Colón silencia sus preguntas de imposible respuesta. Y, así, sabe de “Lo fatal”, impactante poema de Rubén Darío cuyos versos finales son demoledores (¡y no saber adónde vamos / ni de dónde venimos!).  O los de Tomás Morales en el soneto “Final” (y cuando ya mi brazo desfallecía, cansado, / una mano, en la noche, me arrebató el timón…)  Y ambos ejemplos lo devuelven a la serenidad de la palabra, aquella que le permite ejercitar la razón y sigue pensando en alta voz: ¿qué es el abismo?; ¿por qué su vida está flotando?; ¿por qué la curva es el verdadero símbolo de lo que no conocemos?; ¿qué es aquello del infinito? Lo corto y le digo que son demasiadas preguntas, que una sola de ellas es más que suficiente para concluir que nada sabemos y, lo peor, que nada sabremos dada la inmensa nimiedad de nuestro raciocinio. Y lo entiende, claro, es un hombre inteligente. Pero me reta con otra interrogación retórica: si no vivimos eternamente, ¿morimos eternamente?

  Enciende su quinto cigarrillo. ¡Y eso que no es fumador! Pero noto que necesita asir algo, o quizás la libertad del humo para llegar más allá de su propia limitación física, acaso quiere acompañar a aquella minimísima nube en su infinito camino hacia la atmósfera…  Y por eso escribe, dice, porque se encuentra perdido por más que busca respuestas no ya en lo etéreo o sutil, sino en lo diario, lo cotidiano: ¿por qué el hombre destruye al hombre? ¿Por qué fabrica armas de exquisita sofisticación y emplea trabajo, inteligencia y milmillonadas para malparir aviones que todo lo devoran a su paso? ¿Por qué el padre de aquel joven anónimo que pasa a nuestro lado quizás sea pobre o está angustiado por el drama del paro?

  Pero no todo es tragedia, caos, pesadumbre en los relatos de Gonzalo. Quizás ante la imposibilidad de encontrar aquello que busca –si es que acaso existe- aporta también acciones gratas, relajantes, simpáticas a sus relatos. Y sabemos que una mujer lleva –es el eros- veinte años desnudándose con incitación muy cerca de su ventana porque en el edificio que está frente al suyo unos ojos masculinos la acechan a la misma hora.  Ella quiere satisfacer a su fotógrafo anónimo, por más que luego descubra la verdad: aquel piso con aquella ventana lleva muchos años vacío (es el tánatos, la muerte en vida de una mujer a quien lacera la más absoluta de las soledades).  

  Este exalumno de Cou, hoy cincuentón muy, muy corto, no sabe de dónde salen sus personajes, y no le preocupa el desconocimiento de su propia creatividad. Sabe que cobran vida, y que él muchas veces se convierte en un lector de su historia, aunque no es suya, sino de aquellos. Es decir, son los elementos más importantes para el creador-lector, está convencido. Pero Gonzalo necesita la complicidad del lector porque quiere plantearle sus propias visiones de las cosas, cosas que dejan de ser elementos materiales cuando se convierten en objetos que sustituyen a las cabezas humanas, ya sean sombreros, boinas, cofias, turbantes, bonetes, cascos…, por más que incluso en todos ellos se pueda instalar el miedo, y deban recurrir al hospital para que se lo extraigan.

  Este exalumno de Cou, se ve, también estudió a los surrealistas, y a Kafka. Y si no fuera porque no ha leído a Agustín Espinosa, el sombrero de nuestro paisano en “Hazaña de sombrero” podría ser, incluso, el de Gonzalo, a fin de cuentas tanto en uno como en otro  el lenguaje se ha convertido en un perturbador de la sociedad burguesa, como el Surrealismo subvirtió el orden social en Tenerife. Y esa sociedad desordenada, amante de sagradas tradiciones como denuncia Machado, es la misma que impacta en Gonzalo porque destruye todo aquello que está a su alcance, incluso lo más sagrado: la dignidad humana.

 

También en:

http://www.canarias7.es/articulo.cfm?Id=301097

http://www.infonortedigital.com/portada/component/content/article/22522-gonzalo-perez-ponferrada-el-relato-como-ansiosa-busqueda