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jueves, 28 de marzo de 2024 09:57h.

Historia de un represaliado del franquismo – (I) Mi primera detención - por Ramón Armando León Rodríguez

En los “avatares” de la lucha política fue, junto al camarada Juan Rodríguez Betancor, en una manifestación del 1° de mayo de 1966 en la Avenida Marítima de Las Palmas de Gran Canaria. Una actuación que traería consecuencias. Habíamos preparado unas banderas rojas y unas octavillas haciendo alusión al primero de mayo (Día Internacional de los Trabajadores).

Historia de un represaliado del franquismo – (I) Mi primera detención - por Ramón Armando León Rodríguez

En los “avatares” de la lucha política fue, junto al camarada Juan Rodríguez Betancor, en una manifestación del 1° de mayo de 1966 en la Avenida Marítima de Las Palmas de Gran Canaria. Una actuación que traería consecuencias. Habíamos preparado unas banderas rojas y unas octavillas haciendo alusión al primero de mayo (Día Internacional de los Trabajadores).

Aprovechamos, que se celebraba una regata de botes de vela y que los aficionados se extendían a lo largo del muro que protege la avenida de las olas, para sacar nuestras banderas y comenzar la manifestación, no pudimos avanzar mucho, casi inmediatamente, aparecen varios coches de la policía, se rompe la manifestación y cada uno escapa como puede, el compañero Juan y yo nos echamos a correr juntos, pero no llegamos muy lejos, todas las calles de la zona estaban tomadas por la policía armada y la guardia civil y fuimos detenidos inmediatamente.

Nos llevaron al cuartel de la guardia civil, situado en una calle de la zona del barrio de Vegueta, era una casa antigua de las llamadas casa cuartel. Allí nos hicieron los primeros interrogatorios que fueron solo verbales, nos preguntaban cuál era el significado de las banderas que portamos, nosotros que ya nos habíamos puesto de acuerdo, contestamos, aprovechando el color de uno de los veleros de la regata, llamado Alcorde, que era de color rojo, que éramos aficionados a la vela latina y en concreto del velero Alcorde y que las banderas simbolizaban a dicho barco.

Naturalmente, no nos creyeron y sobre la marcha nos trasladaron a las dependencias de la policía armada, situada en la Plaza de la Feria. Nos llevaron al sótano y nos introdujeron en un calabozo que mediría tres metros por uno. Las horas pasaban, pero por allí no se acercaba nadie, tiempo que aprovechamos para ponernos de acuerdo en las declaraciones.

Nuestra «tranquilidad» no duró mucho, al filo de la madrugada, llegaron unos policías que pertenecían a la temida Brigada Político-Social, estos policías actuaban como represores de los grupos políticos antifranquistas, sacaron a mi compañero y se lo llevaron, el tiempo se me hacía interminable, la incertidumbre de lo que le estuviera pasando a mi compañero, me mantenía en vilo.

No sé cuánto duró el interrogatorio, se que el tiempo pasaba y que yo cada vez estaba más intrigado. Casi al amanecer le trajeron de vuelta a la celda, venía con la cabeza desgreñada y cabizbaja, ese abatimiento me asustó. Estaba totalmente magullado, le habían sometido a un interrogatorio durísimo, tan duro, que le habían puesto las nalgas en carne viva. Por lo que me contó, le maniataron poniéndole unas esposas sujetando los pies y las manos de manera que se quedara en cuclillas, pronto sabría yo cómo era esta forma de poner los grilletes, después cogieron una regla de madera y empezaron a darle en las nalgas, estos golpes hacen que se le levantara la piel y apareciera el característico color rojizo.

Al día siguiente o el mismo día, no estoy muy seguro, llego mi turno. Los interrogatorios se hicieron en la planta baja, según se entraba a la comisaría en una especie de despacho al fondo del pasillo de la izquierda. Era un salón bastante amplio con una mesa en el centro, en la mesa estaba sentado un policía de paisano frente a una máquina de escribir, a la derecha y de pie había tres policías de la Brigada Político-Social, en la parte izquierda se encontraban, también de pie, tres guardias civiles con graduación, en total eran siete y los siete me miraban y las miradas no eran de amistad.

Y, efectivamente, me ataron de la misma manera, pero los golpes con la regla me los daban en el estómago. El miedo era tan intenso que me orine en los pantalones. No me desmaye de puro milagro. Aguante con el miedo en el cuerpo, los insultos las vejaciones y los golpes.

No recuerdo cuantas veces nos interrogaron, pero nosotros seguíamos manteniéndonos firmes con lo que habíamos acordado. Insistimos, una y otra vez, que lo sucedido en la Avenida Marítima, no era una manifestación y que éramos aficionados a la vela latina. La última vez que me llevaron a dicho despacho, fue para que firmara la declaración, por supuesto firme sin leerla y sin saber que decía. Quería abandonar aquel lugar cuanto antes...

* En La casa de mi tía por gentileza de Ramón Armando León Rodríguez