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sábado, 20 de abril de 2024 09:50h.

Hombre rico, hombre pobre y La hora de la justicia fiscal - por Francisco Morote (2016)

 

FRASE MOROTE 1

 

 Nota de Chema Tante: En este momento de la celebración anual del cónclave de las fortunas en Davos y frente a la alegre complacencia generalizada con la especulación financiera y los delitos fiscales, sigue siendo valioso que OXFAM recuerde que la bochornosa desigualdad sigue presente y, por ello, hay que recuperar escritos como estos dos de Francisco Morote, de Attac Canarias, de 2016. Porque hay que seguir gritando, mientras quede esperanza de rescatar a la Humanidad de las garras de las inclementes grandes fortunas. La riqueza por arriba crece, la miseria de abajo crece también.

La riqueza de los multimillonarios del mundo aumentó 900.000 millones de dólares el año pasado, 2018, a un ritmo de 2.500 millones de dólares por día, mientras los ingresos de la mitad más pobre de la población del planeta cayó un 11%, reveló el informe anual de la ONG Oxfam Internacional

https://www.infobae.com/america/mundo/2019/01/21/26-multimillonarios-concentran-tanta-riqueza-como-la-mitad-de-la-humanidad/

 

Hombre rico, hombre pobre y La hora de la justicia fiscal - por Francisco Morote Costa (2016), presidente de Attac Canarias *

 

Hombre rico, hombre pobre

La suerte del mundo globalizado, es decir, el destino de todos nosotros, depende de la forma en que los más ricos del planeta decidan gastar o, mejor, invertir el dinero.

Y eso es terrible por dos razones, primera porque ellos han concentrado en sus manos una proporción muy elevada de la riqueza mundial, como revelan numerosos informes de la ONU, y segunda, porque emplearán esa riqueza no en provecho del bienestar de toda la humanidad, loables gestos filantrópicos aparte, como el del matrimonio Gates, sino con el propósito de acrecentar aún más si cabe y de forma ilimitada la proporción de su riqueza.

Para ellos y quienes les sirven, lo que cuenta es el beneficio, la ganancia, el lucro, todo aquello que les permita enriquecerse todavía más, y el resto, incluidos los escrúpulos morales, está fuera de lugar.

Esa minoría de los más ricos del planeta y, por consiguiente, de los más poderosos, abunda más en EE.UU., en algunos países de la UE -Alemania, Francia, Reino Unido, Italia-, y el resto de Europa, como Suiza, y en Japón, el viejo mundo industrializado, pero también está presente en los países emergentes -Rusia, China, India, Brasíl-, y hasta en diversos países del mundo empobrecido, y en la época histórica que nos ha tocado vivir de globalización neoliberal, poseídos por la fiebre de la acumulación de capital como pocas veces antes, confían más en los mecanismos acumulativos de la especulación que en los de la alicaída producción.

Es por eso que además de enrocar su fortuna en los inexpugnables paraísos fiscales se encomiendan, como parte del juego, a la economía de casino, a la especulación bursatil y al conjunto de las entidades e instituciones financieras -banca privada anglosajona y continental europea, Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial-, que velan por los intereses del sistema, es decir, por los suyos y los de quienes les sirven fielmente.

¿Cómo hacer frente al poder de esa élite, fundamentalmente occidental, y al de los gobiernos que se pliegan a sus dictados tomando decisiones lesivas para la vida de la mayoría de las personas y para el planeta mismo?

Desmontando el engranaje financiero que les ha permitido y permite usar su riqueza para hacer aún más honda la diferencia entre enriquecidos, los menos, y empobrecidos, los más.

 

¿Cómo hacerlo?

Erigiendo un Nuevo Orden Financiero Internacional (NOFI), un nuevo orden que reglamente y supervise el desregulado sistema financiero internacional, los mercados financieros, la banca especulativa, estableciendo impuestos disuasorios y solidarios a las transacciones financieras, suprimiendo los paraísos fiscales, promoviendo y apoyando redes de bancas públicas, cívicas y éticas sin ánimo de lucro, extendiendo la cultura de la justicia fiscal global, etcétera.

¿Qué se lograría reformando de ese modo la arquitectura financiera internacional?

Cuanto menos refrenar la locura del casino especulativo global y empezar a revertir la tendencia actual a incrementar el enriquecimiento de los menos y el empobrecimiento de los más.

¿Cómo hacerlo?

No hay otro camino que el de la organización, la movilización, la acción y la presión -concentraciones, manifestaciones, huelgas generales, etcétera, pacíficas y multitudinarias-, de los movimientos sociales y ciudadanos hacia los partidos, los gobiernos y las instituciones internacionales para que adopten las medidas que pongan fin al poder tiránico de los mercados financieros, máscara de los más ricos del planeta, sobre la inmensa mayoría de la empobrecida humanidad.

Cuanto más tarde se haga mayores serán los riesgos de nuevas y más devastadoras crisis financieras y mayor el sufrimiento para los pueblos sometidos a la dictadura de los más ricos del planeta y sus inexcusables cómplices mediáticos y políticos.

La alternativa, de no hacerse nada, será la subversión de todo el orden económico y social mundial actual, porque la paciencia de los pueblos ante los abusos y las injusticias tiene un límite que cuando se sobrepasa prepara las conciencias para los cambios de época histórica.

 


La hora de la justicia fiscal

¿Es posible remontar la crisis del sistema sin un cambio de mentalidad sobre la urgencia de restaurar una verdadera justicia fiscal global y nacional?

El concepto de justicia fiscal no es tan difícil de entender. Se trata, sencillamente, de que paguen más, a escala mundial y nacional, quienes más tienen y ese objetivo sólo se puede lograr sobre la base de regular los flujos internacionales de capital y de priorizar los impuestos directos, los que gravan al capital y al trabajo mejor remunerado, sobre los impuestos indirectos, sobre el consumo, que por ser universales afectan por igual a los enriquecidos y a los empobrecidos, favoreciendo claramente a los primeros y perjudicando significativamente a los segundos.

Si el concepto de justicia fiscal está claro y es inteligible para todos, ¿cómo es posible que haya soportado décadas de incomprensión, impopularidad y desapego general?

Merced a una campaña permanente de descalificación y deslegitimación emprendida y mantenida, por los círculos económicos y políticos del pensamiento neoliberal y sus medios exclusivos, desde los años setenta del siglo pasado hasta la actualidad.

A esa campaña no le faltaron argumentos tramposos. Establecido el imperio de la mano invisible del mercado y el dejar hacer dejar pasar del estado, fue fácil proclamar que si se quería que los dueños del capital invirtieran creando así riqueza y puestos de trabajo no se les debía castigar con políticas fiscales que detrajeran parte de su patrimonio de la inversión productiva. Además, para reforzar la idea de que las grandes fortunas, los grandes capitales, no debían ser sancionados con una fiscalidad severa que desanimara la inversión, se recordaba ” oportunamente” la existencia de los paraísos fiscales, donde las grandes fortunas por procedimientos más o menos lícitos podían poner a buen recaudo, bajo el manto protector del secreto bancario, sus capitales.

Es así, como por cierto proliferaron los paraísos fiscales que poco a poco fueron ampliando el círculo “selecto” de sus clientes desde los simples evasores de capital, a los gobernantes corruptos, los traficantes de armas, de drogas, de blancas, etcétera y ,por si fuera poco, además de no mover ni un dedo contra los paraísos fiscales, los estados y los gobiernos, paralizados por la ideología neoliberal, se entregaron a diseñar políticas tributarias con las que premiar a los grandes capitales que rehusaran poner a salvo sus fortunas en los acogedores y seguros paraísos fiscales creando, como sucedió en España con las SICAV ( Sociedades de Inversión de Capital Variable), consideradas ” paraísos fiscales sin salir de casa”, auténticos privilegiados fiscales.

Sin embargo, el anuncio de que la reducción de la presión fiscal sobre los grandes capitales llevaría aparejado, necesariamente, una mayor inversión en la economía productiva resultó ser, en muchos casos, radicalmente falso. Con una tasa de beneficio cada vez menor la economía capitalista fue transitando cada vez más del campo de la producción al campo de la especulación que, al fin y al cabo, sólo acaba creando riqueza para una minoría de especuladores profesionales y sus clientes y no crea o apenas crea puestos de trabajo.

En fin, una consecuencia más de la injusticia fiscal universal imperante en los años de la globalización neoliberal, fue que la creciente desigualdad en la distribución de la renta del capital y el trabajo a favor del primero, no fue corregida por los estados redistribuyendo, mediante políticas tributarias progresivas y a través del estado de bienestar, una parte de la riqueza acumulada por el capital en beneficio de las depauperadas clases trabajadoras.

De ese modo, llevados por la invisible mano del mercado llegó la crisis financiera de 2008, cuando el sector bancario de la mayor parte del mundo occidental tuvo que ser rescatado de la bancarrota por la mano visible del estado, con el dinero de todos los contribuyentes. Pero lo peregrino, sino fuera por los tintes cada día más dramáticos e intolerables de la situación, es que una vez salvado el irresponsable sector financiero especulador – Wall Street, la City y los bancos estadounidenses, británicos, etcétera – y consecuentemente el gran capital, el estado tiene que reponer los desembolsos multimillonarios del rescate del sector financiero pidiendo prestado, precisamente a los mercados financieros que en gran parte contribuyó a salvar, el dinero que invirtió en socorro de los banqueros especuladores.

Es así como después del rescate del sector financiero los estados, en medio de una crisis que ahora golpea ya a los sectores productivos y genera un desempleo creciente, en lugar de sacar las lecciones pertinentes sobre la contumacia de los poderes financieros, para empezar a revertir el peso de la salida de la crisis sobre ellos, la carga sobre las espaldas de los ciudadanos corrientes y, especialmente, sobre las de los trabajadores. Atrapados por un sistema financiero hecho a la medida de la globalización neoliberal, desregulado, complacientes con los inaceptables paraísos fiscales, pusilánimes a la hora de corregir la injusticia de los modelos fiscales nacionales, los gobiernos neoliberales o socioliberales del mundo occidental, han optado por compensar la pérdida de las grandes sumas de los rescates bancarios y la caída de los ingresos fiscales mediante la emisión de deuda pública, la subida de impuestos indirectos, la congelación salarial, el recurso a reformas laborales lesivas para los intereses económicos y laborales de los trabajadores, etcétera.

Todo eso en lugar de proceder de una vez a una reforma profunda del sistema financiero internacional, regulando las transacciones, estableciendo impuestos internacionales solidarios con los que reequilibrar los maltrechos presupuestos nacionales y con los que reunir los recursos para combatir el hambre y la pobreza extremas de los países empobrecidos, suprimiendo los paraísos fiscales, talón de Aquiles de cualquier sistema financiero que pretenda alcanzar un mínimo de eficiencia y equidad y, en el caso de los estados, la vuelta a un modelo fiscal progresivo, del estilo de los que aún hoy hacen posible sociedades con una cohesión social envidiable y que sin ir más lejos están en el norte de Europa.

Es la hora de la justicia fiscal global y nacional y si los ciudadanos y muy especialmente los trabajadores no se movilizan y presionan a las instituciones internacionales, el FMI, el BM el G-7 y el G-20, y a los gobiernos para conseguirla, los banqueros y los grandes empresarios, la elite de los de arriba, empleando su enorme poder sobre los gobiernos impondrán salidas a la crisis que sólo contemplarán sacrificios y sufrimientos para los simples ciudadanos y trabajadores, es decir, para la inmensa mayoría que formamos nosotros, los de abajo.

En definitiva, ¿por qué no acabar con el déficit público no mediante el pago de una injusta deuda pública, sino mediante el cobro de una gran deuda privada que los grandes bancos, las compañías transnacionales y los megamillonarios capitalistas han contraído con toda la humanidad y el planeta mismo?

* La casa de mi tía agradece la gentileza de Francisco Morote

FRANCISCO MOROTE ATTAC

 

MANCHETA 9