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viernes, 19 de abril de 2024 22:39h.

En homenaje a las víctimas del bombardeo del ejército usa-gringo sobre el hospital de Médicos sin fronteras en Afganistán - por Antonio Hernández Rodríguez

La máscara de las fieras. (C. Marx)

En homenaje a las víctimas del bombardeo del ejército usa-gringo sobre el hospital de Médicos sin fronteras en Afganistán - por Antonio Hernández Rodríguez, de la Plataforma por la defensa de las pensiones públicas de Tenerife *

La máscara de las fieras. (C. Marx)

Kunduz, estribaciones del Himalaya afgano. Dos de la madrugada. Los médicos duermen
con el cansancio acumulado por trabajos sin medios,
horarios infames, heridos sin causa. 


No preguntan quiénes son, de dónde vienen o si son combatientes.

Sólo ven rostros deformes de dolor, miembros rotos
al final de cuerpos inmóviles, trasiego de órganos
bajo un sol de justicia. Aparece la humanidad bombardeada que sólo pide paliar el dolor, recuperar la sangre perdida,
en última instancia, vivir. 


Y el contrapunto, medicina que alivia, herramientas que cortan
la vida para que siga la vida, ojos, manos,
músculos que tiemblan al latido del corazón.
El dolor de dios, las diferencias monoteístas
tienen un solo grito, el de la litera compartida,
la compasión por lo nacido, la fe con la que curamos,
la risa con la que amamos el presente
y queremos construir el futuro.

Pero los tecnólogos
de la muerte, los obscenos bárbaros sin memoria,
sin nombre bautismal, sin consciencia, bombardean
de noche el hospital con bombas de racimo,
-trágico diseño el de las uvas- balas trazadoras,
artilugios reforzados contra la vida que amamanta,
contra la ternura recostada en colchones pobres,
contra toda civilización que merezca ese nombre.
Kunduz, al norte de Afganistán, estribaciones
del Himalaya. Veinticuatro personas muertas,
otras más, heridas.

Los medios de salvar la vida 
apagados en fuego, los rostros de la Historia
transformados en máscaras de fieras imposibles.
Está prohibido acoger, no se permite curar o nacer.


Sólo podemos morir en nombre de dios, de la civilización
de la tecnología que inventaron para sembrar dolor,
acoger el silencio, matar la música, aniquilar
la fiesta alegre de la vida que sigue pariendo a contrahecho.

* En La casa de mi tía por gentileza de Antonio Hernández Rodríguez y la Plataforma por la defensa de las pensiones públicas de Tenerife