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jueves, 25 de abril de 2024 21:56h.

Las ideas no mueren a pesar de la violencia - por Nicolás Guerra Aguiar

Que seis mentes perversas y trastocadas ataquen a un ciudadano granaíno y le propinen una paliza mientras algunos gritan como alucinados “¡Mátalo, mátalo, dale en la cabeza!”, traduce bestialidad.

Las ideas no mueren a pesar de la violencia - por Nicolás Guerra Aguiar *

Que seis mentes perversas y trastocadas ataquen a un ciudadano granaíno y le propinen una paliza mientras algunos gritan como alucinados “¡Mátalo, mátalo, dale en la cabeza!”, traduce bestialidad. Y que de los seis agresores cuatro sean menores ya manifiesta, de entrada, impactante desestabilización social ante la que nadie puede permanecer en silencio: fallan las familias (acaso son familias afectadas por el desajuste del paro), las estructuras aularias, los organismos oficiales y la sociedad que, las más de las veces, solo reclama mano dura. Fue todo como vemos en documentales: la manada ataca al más débil. El cual, en este caso, es además vagabundo errante y mendicante, paria.

   Como pelagato, trotamundos errante y mendicante es también un hombre sevillano a quien quemaron cuando dormía en el interior de una cabina bancaria, vigilaba sus capitales. Aquella cuadrilla que lo atacó y prendió fuego era consciente de lo que hacía, e incluso estoy seguro de que satisfizo su vandálica y salvaje sed de destrucción de algún cuerpo vivo no solo indefenso sino, además, solitario en su propia condición casi infrahumana.

   Mientras paseaba su ideología de hoz y martillo en la camiseta, un joven ucraniano sufrió  corporalmente la ira de los Pravy Sektor, jóvenes de ultraderecha que actúan con violencia física sobre manifestantes o sencillos ciudadanos que no ocultan en la vía pública su simpatía por movimientos o partidos de izquierdas.  Casi el mismo día la jovencísima presidenta de VOX Cuenca padeció la absolutamente injustificable agresión que ejercieron tres desalmados mientras gritaban "¡Es ella! ¡A ver qué dices ahora, fascista de los cojones!". Y no la encontraron de casualidad, todo estaba estratégicamente organizado: la esperaban a la puerta de su casa, casi en la del alba. La joven de VOX (partido que se registra como tal en 2013 cuando se escinde del PP) fue ingresada tras el bárbaro ataque o “incalificable atentado” para el ministro del Interior a quien, dicho sea de paso, no he oído comentario alguno sobre el vagabundo granaíno al que vapulearon miserablemente ni en torno al sevillano convertido en pira humana por la acción directa de otros. (¿Acaso casualidad, despiste ministerial?)

   Me preguntó ayer un veterano de la vida qué está pasando en nuestra sociedad, aunque él lo sospecha, lo sabe. Pues, así a primera vista, lo de siempre, le contesté. Así pasa en un romance lorquiano cuando las navajas brillan llenas de sangre contraria y el gitano lo explica como algo natural: “Señores guardias civiles: / aquí pasó lo de siempre. / Han muerto cuatro gitanos / y cinco cartagineses”.

    Al igual que en el Romancero Gitano, “lo de siempre” en nuestra sociedad es la violencia de sectores humanos marcados por odios, rencillas, envidias, frustraciones o trastornos mentales. ¿No han existido desde siempre las guerras? ¿No han sofisticado las industrias armamentísticas sus productos -con espléndidos apoyos institucionales- para vender al mejor postor el cada vez más exquisito misil, las bombas de racimo, las balas más precisas y destructivas, armas ofensivas para implantar fanatismos, visiones unilaterales de la vida, interesadas explotaciones comerciales cuyas consecuencias estamos ahora pagando con radicalizados fanatismos?

   ¿Qué nos llama la atención si ahí están Irak, Libia, Túnez, Afganistán… y ayer el centro de Europa donde sacrosantas ciudades fueron arrasadas con su gente, y la Biblioteca de Sarajevo cayó destruida por bombas europeas, norteamericanas, rusas…? ¿Qué fue de la voz humana cuando se recuperaron para la civilizada civilización europea campos de concentración, fosas que albergaron a decenas de miles de personas exterminadas por razones exclusivamente raciales o religiosas? Y todo con el silencio sepulcral de nuestras democracias occidentales, porque del asedio a Sarajevo solo han pasado veinte años, no veinte siglos… Y anteayer fueron Vietnam y las bombas incendiarias de napalm, las armas químicas, las destrucciones masivas de poblados civiles…

   Y ante tales presentes y antecedentes, ¿extrañaría acaso que dos vagabundos –a fin de cuentas sin responsabilidades sociales, sin producciones materiales- fueran atacados por jaurías de lobos hambrientos de sangres y cuerpos humanos que revientan a patadas para acallar frustraciones y miserias personales en el más absoluto desprecio a la básica dignidad humana? Pero algo fundamental se deja dentro del tintero: los agresores son el fiel producto de una subrepticia educación que ni es improvisada ni nace espontáneamente. O lo que es lo mismo, de una manera de entender el entorno como algo exclusivo para las clases fuertes. Por tanto, vagabundos, parias, mendigos y deficientes mentales son víctimas propiciatorias para la limpieza de su sociedad. 

   El ejercicio de la violencia física contra un joven porque lleva en su camiseta la hoz y el martillo o sobre una chica dieciochera presidenta de VOX son, también, comportamientos demenciales, salvajes, ajenos a la elemental condición humana. Pero asimismo más peligros, si cabe, en cuanto que se trata de golpear y hacer daño físico por cuestiones de ideas y pensamientos.  Y aunque cuantitativamente –ahí están las hemerotecas- un sector ideológico siempre ha sido mucho más intolerante que el otro, no se trata de números o proporcionalidades. Ocurre que cualquier embestida contra un ser humano por su condición social o planteamiento ideológico es, pura y llanamente, deshumanización.

   Mas, ¿significa lo anterior que nuestra sociedad ha sido deshumanizada, insensibilizada? En absoluto. Por suerte, amplísimos sectores ciudadanos  sienten pálpitos de personas capaces de levantar sus palabras contra actos vandálicos y agresivos. Y aunque les cabrea que las hayan usado o se beneficien de sus ingenuidades, estoy seguro de que serenarán con madurez porque siguen creyendo en respetos, libertades e ideas con sonoras voces cuyos ecos deben revolucionar en las urnas y en la calle donde, eso sí, solo muestran sus desarmadas manos. 

 

* En La casa de mi tía por gentileza de Nicolás Guerra Aguiar