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viernes, 19 de abril de 2024 23:04h.

Una izquierda sin clases sociales, un feminismo sin mujeres - por Lidia Falcón

 

FRASE LIDIA FALCÓN

 

 

 

Una izquierda sin clases sociales, un feminismo sin mujeres - por Lidia Falcón, abogada y escritora. Presidenta del Partido Feminista de España

A partir de la caída del Muro de Berlín y de la desaparición de la URSS, la posmodernidad se impone en el discurso ideológico del Capital. Hoy se usa ese término muy frívolamente por toda clase de pensadores y creo que sin comprender lo que significa. Se ha convertido en eslogan de lo moderno cuando, en realidad, los posmodernos pretendían superar el modernismo. Pero no es esta la contradicción, que indica ignorancia, más peligrosa. El objetivo de la teoría del posmodernismo como ideología social y política es descalificar y hundir en el olvido al marxismo. 

 

 

Cuando alcanza auge la posmodernidad el mundo socialista ha quedado recluido en unos pequeños países que sobreviven como náufragos rodeados de tiburones capitalistas, y los voceros y defensores del posmodernismo son los difusores de los intereses del Capital. Algunas de las definiciones que se intentan explican que 

  • En contraposición con la Modernidad, la posmodernidad es la época del desencanto. Se renuncia a las utopías y a la idea de progreso de conjunto. Se apuesta a la carrera por el progreso individual.

  • La revalorización de la naturaleza y la defensa del medio ambiente se mezclan con la compulsión al consumo.

  • Deja de importar el contenido del mensaje, para revalorizar la forma en que es transmitido y el grado de convicción que pueda producir.

  • Desaparece la ideología como forma de elección de los líderes siendo reemplazada por la imagen.

  • Desacralización de la política.

  • Desmitificación de los líderes. 

Entre otros ítems. 

Pero, ¿qué subyace bajo estas explicaciones y no tan sutilmente? Puesto que han fracasado las utopías hay que renunciar a toda búsqueda de un futuro no ya perfecto sino siquiera mejor. Por tanto, ya  no son necesarias las luchas colectivas, que se observan patéticamente minúsculas e ineficaces. Y, ¿a quién beneficia semejante doctrina? 

Una filósofa feminista de primera línea y largo recorrido escribe: “El único feminismo que puede plantear un debate serio desde la postmodernidad, que precisamente es la que reina en el debate actual identitario, es el feminismo de la diferencia sexual, porque el feminismo de la modernidad o de la igualdad carece de la suficiente panoplia conceptual y, por tanto, argumental, para construir un debate a la altura de los tiempos.” 

Ella, que se pronuncia por el feminismo de la diferencia, habla de la altura de los tiempos, cuando esa tendencia mantuvo poco tiempo el debate en los años 70, 80, que hoy está completamente periclitado, y no parece comprender que las diferencias las ha creado el poder. El objetivo de éste, bien claro, es separar, dividir y enfrentar a las clases en lucha. 

Ya sabemos, según afirmación sorprendente de Nicolás Sartorius, que las clases no existen, y en consecuencia tampoco se podrá hablar ya de lucha de clases. Si el término clase no puede aplicarse a la sociología, la economía y la política como hacíamos desde Marx, no existe lo colectivo unido por los mismos intereses “de clase”. 

Cuando la filósofa repite los eslóganes del posmodernismo está negando los intereses comunes a las clases sometidas que siguen luchando por lograr la igualdad de condiciones de vida y de derechos que les niegan las clases dominantes. Está negando la existencia de clases, y sin ellas, ¿para qué necesitamos la izquierda? 

Si los problemas, las demandas, las exigencias, las luchas ya no son colectivas, ¿qué acción nos queda? Se han hecho populares los libros de autoayuda, los consejos populares e incluso la  psicología de la felicidad como denuncia el psicólogo Rafael Pardo en su último libro Felicidad Tóxica. Ya no precisamos políticos ni sindicalistas ni activistas ni tribunos de la plebe, sino especialistas en couching. Esta nueva disciplina –si es que lo es- que se dedica a consolar a los tristes, animar a los deprimidos, a convertir en optimistas a los pesimistas y a pensar únicamente en el bienestar individual, para que no nos preocupen las grandes desgracias que asolan a la mayoría de la humanidad. 

Si la sociedad no se divide en clases no hacen falta los sindicatos ni los partidos de clase. Recuerda la decisión de Franco de abolir la lucha de clases y, en consecuencia, la creación del Sindicato Vertical que unía en la misma organización a empresarios y trabajadores. 

Ante la declaración de que no hay clases las organizaciones de izquierda tampoco son necesarias. La mayoría de los partidos políticos se pretenden de centro, alguno se atribuye el calificativo de progresista y acaba rendido a las exigencias del que más poder tiene. Ser de centro significa ser de orden, prudentes, sin extremismos de ningún tipo. Es decir, cumplir los deseos y exigencias de la patronal: basta de conflictos sociales atizados por partidos comunistas que sólo conducen a la desestabilización del orden capitalista, sumisión de los trabajadores que deben esperar con paciencia conmiseración de sus gobernantes y caridad de sus empresarios, y, en todo caso, para apagar los fuegos que pudieran reactivarse de las cenizas del Movimiento Obrero, algunas ayudas para los más pobres, concedidas con mucha generosidad por las corporaciones multinacionales que dominan el mundo. 

Si hay otra contradicción más grave es la de que ya no existan mujeres que tengan que liderar el feminismo. La teoría queer, las absurdas demandas de “autodeterminación” de género, las diversidades sexuales, están ahogando, con sus gritos, las voces ya centenarias de las mujeres demandando esa igualdad que desprecia mi filósofa. 

Si el posmodernismo te dice que ya no existen las grandes causas: la libertad, la igualdad y la fraternidad, es posible y hasta deseable cualquier perversión que esclavice –véase la prostitución-, no hay que demandar igualdad cuando “todes” somos diferentes y, ¿qué es la fraternidad en un mundo de competición?

El sexo no existe ni distingue a los dos seres de todas las especies mamíferas. Los seres humanos son tan cambiantes como los deseos, las emociones, los impulsos. Si no hay nada demostrado en la ciencia moderna y todo puede ser contestado y revisado, también la construcción corporal de los seres sexuados, que podrán cambiar de destino y apariencia a voluntad. 

El “género” líquido, como le llaman, aunque no haya más géneros que el gramatical, el textil, el musical, el literario y dramático. Pero, utilizando ese término lingüístico para referirse a la categoría mujer, han acabado con el Patriarcado, con la clase, con la explotación de clase, y, por tanto, con la lucha feminista. Ahora “todes” somos diferentes y nos relacionamos de muchas formas en nuestra vida privada que no incluyen una organización ni política ni social. 

El Patriarcado y el Capital han triunfado sin oposición. No ya dominan el mercado y la explotación de los trabajadores, no sólo siguen asesinando y violando mujeres impunemente sino que, además, nos han convencido de que no hay alternativa. 

Madrid, 1 de julio 2020.     

* La casa de mi tía agradece la gentileza de Lidia Falcón

LIDIA FALCÓN RESEÑA