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jueves, 25 de abril de 2024 15:33h.

La mancha - por Max Estrella


Max Estrella constata que hay una mancha peor, más grave que la que producen las actividades petrolíferas: la mancHa de la codicia, que todo lo arrasa

Las cometas dibujan un espectáculo de colores sobre el gran azul. El feroz viento tira de los kite surfers guiando sus evoluciones en un duelo caprichoso de azar y destreza. El tiempo se detiene en las dunas de Corralejo, afortunadas espectadoras de los movimientos zigzagueantes, colonia de visitantes que son puntitos caminando por la inmensidad arenosa, con el fondo recortado por el islote de lobos. Mar adentro, crece otra ínsula muy diferente, un territorio formado por hierros, metales y máquinas inteligentes dotadas de cerebros electrónicos; una insignificante mancha apenas visible ésta mañana desde mi avión, un borrón no más grande que las yemas de los dedos pulgar e índice, oscurecidos por la tinta del periódico en el que se leen cómodamente las noticias sobre la realidad que vive allá abajo, a ras del suelo. La confusión parece disiparse, como si esa mancha fuese en realidad una pequeña y sólida bola diminuta de piche en la que pudieran encerrarse todos los intereses económicos particulares, los egos políticos, las ansias de protagonismo, las opiniones contradictorias, las segundas intenciones, las medias verdades que son aún peores que las grandes falacias.

Sol y viento, esas energías que mueven los molinos y generan electricidad, inundan ésta tierra amenazada por la mancha de la codicia humana que permanece ahí, inmutable, como un tumor maligno instalado en nuestro primitivismo; aferrarse al primer y aparente salvavidas para ir escapando de la quema y crear un debate agónico que nos aleja de las referencias objetivas, como me ocurre a mí en este momento, mientras sobrevuelo a gran altura el archipiélago del atrevimiento ignorante, preguntándome si soy el único que ve la mancha, pues vuelvo a restregarme los ojos y nada, no desaparece, continúa en el mismo lugar, inerte en el espacio horizontal, justo detrás de los rencores personales, el cainismo y las actitudes cínicas.

Oscurece y un brillo lunar tiñe las dunas de silencio. El viento esparce las sombras y agita el asfalto de los caminos, manchas negras trazadas por alguien para circular más rápido a través de la naturaleza, la intensa velocidad que marca mi ritmo vital al volante del coche alquilado sobre cuatro ruedas que giran y dan vueltas y más vueltas, aterrizar, correr, despegar, volver a correr, stop.

Parar, bajarse del coche, sentir el aire en el rostro cansado, descalzarse y pisar la arena caliente, oler el salitre, disfrutar la visión de las cometas, divisar puntitos caminantes. Respirar profundo. Luego, cerrar los ojos y descubrir la mancha, y querer limpiarla.