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viernes, 26 de abril de 2024 00:00h.

Leandro Pinto, entre sueños y subconscientes - por Nicolás Guerra Aguiar

 Hubo un año en la vida de Federico García Lorca -1910- en el cual los ojos de aquel niño de doce quedaron impactados ya no solo por lo que vio –el hocico del toro, la blanca pared donde orinaban las niñas, los tejados del amor- sino, además, por lo que no vio: entierros, madrugadores llantos a causa de “feria de ceniza”: es el Surrealismo, o Suprarrealismo, o Sobrerrealismo, una de las cuatro etapas en que, por cuestiones pedagógicas,  se encasilla al Vanguardismo. Y como tal, no se trata de un simple movimiento estético, una pose, una renovación respecto a lo anterior: será una revolución. Por tanto, intentará liberarse de la represión que sobre el hombre ejerce la sociedad (Marx) y defenderá, además, la búsqueda, análisis y estudio de todo lo que el ser humano ha ido almacenando en el subconsciente y allí quedó olvidado (Freud), mas no perdido. El psicoanálisis se convertirá en un imprescindible elemento para que recuerdos infantiles, impresiones negativas o positivas, afloren a través de la introspección, observación interior de los propios actos o estados de ánimo o de conciencia...

Leandro Pinto, entre sueños y subconscientes - por Nicolás Guerra Aguiar

 Hubo un año en la vida de Federico García Lorca -1910- en el cual los ojos de aquel niño de doce quedaron impactados ya no solo por lo que vio –el hocico del toro, la blanca pared donde orinaban las niñas, los tejados del amor- sino, además, por lo que no vio: entierros, madrugadores llantos a causa de “feria de ceniza”: es el Surrealismo, o Suprarrealismo, o Sobrerrealismo, una de las cuatro etapas en que, por cuestiones pedagógicas,  se encasilla al Vanguardismo. Y como tal, no se trata de un simple movimiento estético, una pose, una renovación respecto a lo anterior: será una revolución. Por tanto, intentará liberarse de la represión que sobre el hombre ejerce la sociedad (Marx) y defenderá, además, la búsqueda, análisis y estudio de todo lo que el ser humano ha ido almacenando en el subconsciente y allí quedó olvidado (Freud), mas no perdido. El psicoanálisis se convertirá en un imprescindible elemento para que recuerdos infantiles, impresiones negativas o positivas, afloren a través de la introspección, observación interior de los propios actos o estados de ánimo o de conciencia.

Leandro Pinto
 

Muchos años nos separan de aquel movimiento que intentó enfrentarse a tabúes, limitaciones y tiranías de una sociedad –en este caso, burguesa- que había condicionado al individuo desde los primeros años de su infancia. Más: desde los primeros momentos del nacimiento. Y para liberarse era preciso ahondar en las profundas interioridades con el fin de detectar, para luego eliminar. Y aunque se trata como algo rigurosamente original del siglo XX, Galdós ya había entrado en la mente de algunos de sus personajes a través, precisamente, de la introspección.

  Así, cuando Leandro Pinto, este jovencísimo escritor que aún no ha llegado a los 30 años, crea en su última novela (la tercera) una estructura narrativa capaz de llamar la atención del lector y llevarlo hasta la última página, uno se pregunta que de dónde ha conseguido sacar  la historia de un joven que en primera persona nos va contando todo lo que gira a su alrededor. Pero  -y es lo que llama la atención- también lo que hay en la mente de aquel niño ayer, narrador hoy, cuyas vivencias están tremendamente condicionadas por un hecho impactante a los nueve años: el asesinato de sus padres y, como consecuencia, el bombazo emocional que lo marcará para toda su vida, como a Lorca.

  Por esta razón hilvanamos más de media hora solo en el mundo del subconsciente, elemento primordial y básico que desentrañará al final la realidad del protagonista. Mientras se ajusta las gafas por enésima vez, Leandro serena aún más la distensión en que nos encontramos aquel atardecer del viernes pasado, pues está empezando a hablar de una obra que le impactó –El ruido y la furia, de William Faulkner-, genio de la novela universal: conocemos a los personajes a través de ellos mismos. Sabemos de ellos lo que ellos nos quieren decir: abren sus palabras para trasmitirnos interioridades, sentimientos a través del monólogo interior, y así nos enteramos de sus tragedias de manera directa. Esta es la razón de que la obra esté narrada en primera persona, la única que le interesa a Leandro Pinto en cuanto que “el personaje es más convincente, es imposible que mienta”.  

  Y establece el autor una intensa conexión con aquel personaje que narra en primera persona. Y él - lo matiza para que no haya otra interpretación- sabe cómo entrar en la mente de su actor aunque, una vez pasada la puerta que separa lo material de lo psicológico, puede haber un elemento confundidor: el mundo de los sueños, que le impedirá discernir en cuál se encuentra, si en lo onírico o en lo tangible. Pero tal como habla y con la vehemencia que lo hace, tengo la impresión de que Leandro Pinto es más feliz en el mundo del subconsciente que en el que le ha tocado vivir, o quizás sería más preciso decir que se desenvuelve con más soltura en el primero que en el segundo. ¿Por qué? Él lo tiene claro: “El subconsciente me aísla del exterior porque su campo de manifestaciones es inmenso”, se multiplican por mil unas ramificaciones las cuales, aisladamente, son inmensidades a la vez. Y ahí le permite preguntarse, en interrogación retórica, sobre cuestiones de su entorno como, por ejemplo, por qué el ser humano es perverso. ¿Obedecerá tal comportamiento, acaso, a traumas del pasado, a herencias, a su propia condición humana, imperfecta y muchísimas veces maligna? Sin saberlo abre un nuevo campo de estudio, y lo perfecciona para próximas creaciones.

  Le planteo la posibilidad de que él mismo sea parte de aquel entramado novelesco. Un escritor, le digo, que se encuentra consigo mismo cuando rompe amarras con el medio o es un ser solitario por naturaleza o, tal vez, teme enfrentarse a lo exterior. Inmediatamente percibo que ninguno de los dos es su caso, por más que sí reconoce tendencia a la soledad. Pero la razón es otra: el oficio la exige, al menos para él. Las contextualizaciones, los esquemas novelescos y las a veces enmarañadas personalidades de sus personajes lo van aislando de la realidad en cuanto que es creador y, si no cambia, será de los buenos.

  Y aunque aún anda en los 29, me parece que estoy hablando con un joven ya muy madurado, que viene de vuelta de muchas experiencias y vivencias. Porque, por ejemplo, Leandro Pinto tiene muy claras dónde están las fuentes de algunas de sus historias: “en el azar, contesta.  El azar es el origen de ellas”. Para él un hecho fortuito, casual, aparentemente desprovisto de contenido, “puede dar forma a un corpus que estaba en la mente pero que no se había estructurado”.   

  Sí, estoy convencido: Leandro Pinto podrá llegar a ser un gran narrador. Tiene, claro, 29 años, pero su interés en aprender lo hace caminar como con cuatrienios. Y lo define algo fundamental en su haber, a veces olvidado por quienes se inician: la lectura selectiva, aunque no monotemática. Sabe con precisa soltura dónde están los maestros, de ellos aprende aunque mantiene algo definidor: “No copio, me recreo en sus obras”. Y eso ya indica personalidad.

 

http://www.canarias7.es/articulo.cfm?Id=315341

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