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martes, 23 de abril de 2024 10:22h.

La lengua española y el lenguaje inclusivo - por Nicolás Guerra Aguiar

 

F NICOLÁS
F NICOLÁS

 

La lengua española y el lenguaje inclusivo - por Nicolás Guerra Aguiar *

Para empezar a entendernos, estimado lector, vayamos por partes. Interesa precisar, desde el inicio, qué podemos entender por “lenguaje inclusivo”, cuáles podrían ser sus posibles características. Y lo digo desde las iniciales líneas precisamente por dos rigurosos comentarios sobre el particular.

  El primero corresponde a la señora presidenta de la Academia Argentina de las Letras: "El lenguaje inclusivo no es un lenguaje, sino el espejo de una posición sociopolítica". Por tanto, "Carece de fundamento lingüístico, está fuera del sistema gramatical" (El País, 2019).

ALICIA ZORRILLA, PRESIDENTA DE LA AAL
ALICIA ZORRILLA, PRESIDENTA DE LA ACADEMIA ARGENTINA DE LA LENGUA

  Respetando tal aserto, cito también (segundo comentario) la definición dada por el  presidente de la Real Academia Española,  señor Muñoz Machado (febrero 2020), muy importante. Es, también, el argumento de autoridad: “Aquel en el que las referencias expresas a las mujeres se llevan a cabo únicamente a través de palabras de género femenino, como sucede en los grupos nominales coordinados con sustantivos de uno y otro género”. 

SANTIAGO MUÑOZ MACHADO PRESIDENTE DE LA ACADEMIA ESPAÑOLA
SANTIAGO MUÑOZ MACHADO PRESIDENTE DE LA ACADEMIA ESPAÑOLA

  O lo que es lo mismo, pero en román paladino (“en el qual suele el pueblo fablar a su veçino”): se trata de eliminar el masculino genérico (“El alumnado canario vuelve...” sustituiría al sujeto en “Los alumnos canarios vuelven al aula”) o imponer la palabra femenina junto a la masculina (“El hombre escribe bellos poemas” debe completarse con “...y la mujer escriben...”). Cabría, entonces, el título de un artículo -“Consejo de ministros y ministras”- publicado años atrás. 

  En él defendí la inclusión de “ministras”: se trata de una cuestión extralingüística -ajena a la estructura de la lengua- en casos concretos, pues la lucha de la mujer por la igualdad trasciende conservadurismos y trasnochadas tradiciones académicas. Además no crea confusión, tal como sucede en los titulares anteriores. Pero otra cosa bien distinta es la construcción “Los / las niños / niñas y sus profesores / profesoras invitan a los / las padres / madres...”: afecta ya a la imprescindible economía del lenguaje y lo dificulta sobremanera. (Aunque se trataría de una adaptación a muy largo plazo, son los hablantes -únicos propietarios de la lengua- quienes tienen la decisión.)

  La segunda parte se refiere a las aparentes contradicciones actuales del español, nuestra lengua. Y la inicio con una imprescindible interrogación: si distingue gramatical y sexualmente entre gato / gata, perro / perra, niño / niña…, ¿por qué recurre a la diferencia léxica caballo / yegua,  carnero / oveja, toro / vaca, hombre / mujer…? (¿Serán responsables el latín, la etimología?) Y si decimos que “Ovejas y carneros andan sueltos por el campo”, ¿por qué no “Hombres y mujeres son seres pensantes”?

  Más: ¿por qué nos vemos obligados en nuestro discurso a construcciones como leopardo macho / leopardo hembra, murciélago macho / murciélago hembra? A fin de cuentas, los dos coinciden en algo fundamental: son animales y mamíferos como gato / gata, perro / perra... (Por cierto: el murciélago -inicialmente “murciégalo”- es el único mamífero volador.) 

  Otros términos (jirafa, cebra, ardilla...) tienen las mismas características, y sus hembras también alimentan a las crías con la leche de sus mamas. No obstante, la terminación -a de jirafa, cebra,  ardilla... no se refiere exclusivamente a la hembra: vale también para el macho. Como no están registradas las formas “jirafo, cebro, ardillo”, hemos de recurrir a las construcciones jirafa macho, cebra macho, ardilla macho, el llamado género epiceno (debido al añadido de “macho”) como en el párrafo anterior. 

  (Por cierto: si el Diccionario define “rata” como ‘la hembra del ratón’; si considera la voz “ratona” como el femenino de ratón y “rato” es ‘el macho de la rata’, ¿podría concluirse que ratón y rato son lo mismo? ¿Y rata – ratona? Más: ¿no hay cierto aparente antagonismo entre las definiciones de la RAE y la generalizada afirmación de que “La rata y el ratón no son la misma cosa, son roedores pero poco más tienen en común”?) 

  Por otra parte, tampoco la -o (posición final de palabra) significa que pescados como congrio, mero, sargo… se caractericen absolutamente por sus órganos sexuales masculinos. ¿O acaso son hermafroditas como la vieja, capacitada para cambiar de sexo y así aparearse con cualquier individuo de su misma especie (¿habría que añadir “cualquiera individua”?) o la estrella de mar (órgano reproductor masculino “de joven” y cambia a femenino ya madura). 

  Porque tales terminaciones (-o, -a) sí indican a la vez sexo y categoría gramatical masculino / femenino, respectivamente (“El niño es hábil / La niña es habilidosa”). Pero, ¿qué características femeninas tienen palabras como voz, guagua, fe para que en la lengua deban llevar determinantes o adjetivos femeninos (“eleva la voz; esta guagua lenta; fe ciega”)? ¿Y por qué “enigma, teléfono, sistema, atril” son consideradas palabras masculinas? ¿Hubo confusiones arrastradas desde muchos años atrás cuando en la escuela nos insistían en que la -o significa masculino y la -a se refiere al femenino… “salvo excepciones”? 

  En absoluto: mis maestros de La Graduada galdense no estaban equivocados. Pero les faltó completar la clase con una precisa matización: “Estamos hablando solo desde el punto de vista gramatical, no sexual”. Pues, en realidad, sexo y género gramatical no son necesariamente coincidentes (“Merodeaban miles de gaviotas” significa que solo rondaban las hembras? Sospecho que dada la pecaminosa y endiablada referencia a la palabra “sexo” en los años de mi angelical niñez, la voz “género” fue la pura, casta y recatada sustitución: de ahí el despiste.

  El lenguaje inclusivo a la manera comentada (“Los niños – las niñas están en el aula”) tiene cierta presencia en determinados sectores de hablantes (¿”hablantas”?), profesorado, políticos..., pero muy poca entre la población general. A pesar de su uso minoritario merece el respeto en cuanto que, como dije más arriba, trasciende lo estrictamente lingüístico. Pero construcciones como “Todos / todas los / las españoles / españolas” sobrepasan la prudencia recomendada y la efectividad del mensaje. 

  En un extremo mucho más alejado de los usuarios se encuentran “elle, nosotres, nosotrxs, elles, ellx, todes, ell@s, todxs, chiques, chicks”… Bien es cierto: obedecen a justas reivindicaciones socio-personales, pero lingüísticamente les auguro difícil porvenir. 

 

* La casa de mi tía agradece la gentileza de Nicolás Guerra Aguiar

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