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sábado, 20 de abril de 2024 09:50h.

Marina y Carmela - por Alejandro Floría Cortés

alejandro floría cortésDos meses atrás, Marina se quitó la vida saltando desde la terraza de una de las lujosas habitaciones de la última planta de un emblemático hotel de la ciudad. Había reservado la habitación y la había pagado. Se fue de madrugada, a esas horas en las que las calles se encuentran vacías entre los pasos de quienes ya han vuelto y los de quienes se levantan para salir.

Marina y Carmela - por Alejandro Floría Cortés *

Dos meses atrás, Marina se quitó la vida saltando desde la terraza de una de las lujosas habitaciones de la última planta de un emblemático hotel de la ciudad. Había reservado la habitación y la había pagado. Se fue de madrugada, a esas horas en las que las calles se encuentran vacías entre los pasos de quienes ya han vuelto y los de quienes se levantan para salir.

El pasado sábado, Carmela saltó por el amplio hueco de la escalera principal de unos grandes almacenes de la misma ciudad. Eran las cuatro de la tarde, la gente volvía de comer y proseguía sus compras o las iniciaba. Se dice que antes de saltar dejó caer su bolso por ese mismo espacio definitivo de diez pisos. Quizás contenía unas llaves, alguna foto, algún medicamento, alguna nota, algún motivo.

Nadie habló de ellas en los medios, salvo, en el caso de Carmela, por una ávida y fugaz mención en una noticia raquítica desarrollada sobre la ausencia de datos objetivos y que desapareció de la edición digital de un periódico al cabo de las pocas horas [1]. Eso sí, el paisanaje bruto, analfabeto y grosero se explayó a gusto en los comentarios de la edición del diario en Facebook (esa sinagoga global de lo digital[2]), exhibiendo en ocasiones una comprensión lectora tan nula como su compasión y su consciencia.

Lo cierto es que no conocemos sus verdaderos nombres, ni sus circunstancias personales, ni sus razones; y, sin embargo, basta con observar los hechos para advertir, no sin desasosiego, que ambas mujeres habían tomado una decisión y que habían visualizado ese momento con cierto detalle; en definitiva, que, en medio de la desesperación y el vacío más absolutos, en cierta medida, eran conscientes de lo que hacían.

Pero tenemos la fea costumbre, bien cierto es que cuidadosamente inoculada, deprocesar la información "como somos" en lugar de hacerlo "como es". ¿No hemos advertido, de veras, la consciencia del acto?, ¿no debería rebelarnos de inmediato y en buena lógica la noticia?, ¿no tendríamos que preguntarnos urgentemente en qué hemos fallado como familia, colectivo, pueblo,... para que un miembro, compañero, hermano,... decida quitarse la vida?

El tratamiento del suicidio por los medios es una reproducción de la doctrina del shock a pequeña escala, por lo que la probabilidad de que el suceso tenga como consecuencia la crítica colectiva del sistema es muy baja, mientras que, implícitamente, se alienta la conveniencia de esforzarse por no desviarse de la normalidad [3].

Por supuesto que también hay un factor cultural oneroso en el limitado enfoque del asunto.
En esta España tan de doble moral (“la que se predica y no se practica y la que se practica y no se predica”) gusta el argumento público de respetar la intimidad de los suicidas y sus familias mientras, en privado, se cuestiona el significado de la acción.

En estos tiempos de confusión organizada, arbitrariedad consciente y humanidad deshumanizada, el suicidio es el fracaso de la empresa unipersonal por la falta de herramientas y habilidades para la competición, el suicidio es el finiquito a uno mismo, la claudicación por acumulación de unas disfunciones de diseño ante los engranajes de una sociedad profundamente enferma y amoral.

La cultura neoliberal explica el suicidio por la incapacidad del individuo de hacer un uso "adecuado" de su libertad individual y de "hacer méritos" suficientes para acceder a la felicidad de consumir estímulos positivos. Y es que la sociedad positiva tampoco admite ningún sentimiento negativo. Se olvida de enfrentarse al sufrimiento y al dolor, de darles forma. La sociedad positiva está en vías de organizar el alma totalmente de nuevo [4]. Probablemente ya lo ha conseguido, de hecho, desde que Margaret Thatcher hizo explícito ese objetivo en una entrevista en The Sunday Times, el 1 de mayo de 1981.

Cuando alguien se suicida, nadie quiere preguntarse si, directa o indirectamente, los recortes y la regresión en las políticas económicas y laborales tuvieron algo que ver; si algún montón de mierda bien adaptado al sistema destrozó la vida de esa persona en el ámbito profesional o personal; si el expolio de lo público y los rescates a lo privado limitaron tanto los recursos en lo sanitario y lo social [5] que, entre otras cosas, privó de una ayuda, una opción, otra oportunidad para Marina y Carmela. Cuando alguien se suicida, nadie quiere preguntarse por el momento en que la vida perdió el sentido de vivirla por el de sobrevivirla, y mucho menos en qué punto ha contribuido con su granito de arena, por acción u omisión, a semejante aberración.

Pero si decidimos hacerlo, exige la situación asumir, tanto de forma personal como colectivamente, una experiencia de lo suficiente (y lo satisfactorio) que sea justa y deje espacio a los demás, como antesala a un cambio de paradigma cultural urgente. Porque el vigente trae más y más aislamiento, soledad y la “sensación torturante de estar al margen de la existencia” (Debord 1967) [5]. Así que debemos atender a combatir las causas y a generar alternativas, en lugar de especular y espectacularizar las consecuencias.

[1] El suicidio, un eterno tabú en España pese a las 3.870 personas que murieron así en 2013(http://www.elconfidencial.com/espana/2015-03-16/el-suicidio-un-eterno-tabu-en-espana-pese-a-las-3-870-personas-que-murieron-asi-en-2013_727954/)

El suicidio es una cuestión de salud pública de primera magnitud y durante años –aún sigue ocurriendo– ha sido un ‘tema tabú’ en la sociedad del que no se habla en voz alta y la cultura establecida es que se debe pasar por un duelo como el de cualquier otra muerte. Pero no es así. “Los interrogantes que despierta una pérdida de este tipo crean traumas muy profundos difíciles de superar”, explica Alastuey. Y la realidad es que no existen prácticamente unidades de prevención del suicidio ni tampoco programas de psicólogos y psiquiatras que se ocupen específicamente de personas con estos síntomas o de las llamadas de familiares que pierden a un ser querido tras un suicidio consumado y que inevitablemente quedan marcados de por vida.”

[2] “Psicopolítica”, página 26, Byung-Chul Han

[3] Distribución normal (https://es.wikipedia.org/wiki/Distribución_normal)

La importancia de esta distribución radica en que permite modelar numerosos fenómenos naturales, sociales y psicológicos. Mientras que los mecanismos que subyacen a gran parte de este tipo de fenómenos son desconocidos, por la enorme cantidad de variables incontrolables que en ellos intervienen, el uso del modelo normal puede justificarse asumiendo que cada observación se obtiene como la suma de unas pocas causas independientes. 

[3] “La sociedad de la transparencia”, páginas 18 y 19, Byung-Chul Han

[4] "La relación entre el incremento de los suicidios y la crisis económica es clarísima"(http://www.publico.es/actualidad/relacion-incremento-suicidios-y-crisis.html)

...cabe la conclusión de que la crisis no solo representa un factor directo de riesgo de suicidio, debido a su negativa influencia sobre la salud mental de quienes la padecen, sino también un factor indirecto, a tenor de la reducción de los presupuestos del sistema sanitario que debe velar por la prevención de las conductas suicidas. ”

[5] Rutas sin Mapa – Horizontes de Transición Ecosocial – Emilio Santiago Muiños

 

* En La casa de mi tía por gentileza de Alejandro Floría Cortés