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martes, 23 de abril de 2024 21:49h.

Con la muerte, no morimos del todo - por Erasmo Quintana

 

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Con la muerte, no morimos del todo - por Erasmo Quintana *

George Richards MinotLa idea de la muerte está presente en toda la edad del ser humano, pero llegados a una altura de la misma se convierte en más familiar en nosotros, pues acude a nuestra mente cada vez con mayor frecuencia. Minot, médico y fisiólogo estadounidense, considera la muerte beneficiosa a la especie, y dijo “Si el animal viviese indefinidamente, sería cada vez más lastimado, por efectos de las contingencias del medio y traumatismos. A la muerte debemos nuestra organización y nuestra condición de hombres (y mujeres); por ella gozamos del conocimiento de nosotros mismos, del mundo y de nuestros semejantes… y debemos por fin a la misma la posibilidad de aquellas relaciones humanas que son lo más sorprendente de nuestra existencia. Éstos y otros beneficios los pagamos al precio de morir.”

Hay una teoría científica que afirma nuestra doble facultad natural: una perecedera y otra inmortal. Teoría aceptada por bastantes naturalistas y biólogos. Es la distinción del plasma germinal (imperecedero) y el soma o cuerpo celular, condenado a morir y desaparecer. Nuestro gran don Santiago Ramón y Cajal, Premio Nobel de Medicina, defendió la teoría de Weismann, biólogo alemán, cuando afirma “No es la muerte fenómeno inevitable e inherente a la esencia misma de toda la vida, antes bien, representa adaptación necesaria acaecida cuando los organismos adquirieron un cierto desenvolvimiento estructural.” Los animales MONOCELULARES Y METAZOARIOSmonocelulares carecen de muerte natural (protozoarios, microbios, etc.) puesto que la división de los mismos, que es su método reproductivo, genera dos elementos iguales, que siguen proliferando. En cada división, una de las partes no resulta, pues, un cadáver, sino expansión numérica de vida, cuyos individuos son tan viejos como la especie misma. La muerte natural apareció en los metazoarios (animales pluricelulares), a causa de la diferenciación de dos categorías de elementos: las células de propagación o germinales (óvulos zoospermos) virtualmente inmortales, destinados a la perpetuación de la especie; y las células del soma o cuerpo, esencialmente perecederas, no solo accidentalmente, sino en virtud de leyes inmutables.

ramón y cjalAugust Weismann

Arthur SchopenhauerHay pues en nosotros algo de seres mortales y otro algo de eternos tan antiguos como la Humanidad, y no me refiero al alma. “Cuando el instinto de los sexos se manifiesta -dice Schopenhauer en su “El amor, las mujeres y la muerte”-, cuando se especializa en un individuo determinado el instinto del amor, esto no es en el fondo más que una misma voluntad que aspira a vivir en un ser nuevo distinto (y eterno) exactamente determinado.” Esto tiene que darse -por supuesto- en el hombre y la mujer que copulan, él engendrando y ella dando vida a un nuevo ser en parte infinito. Una parte de éste es eterna: la conservación y continuidad de la especie humana. Los humanos y animales que viven y no mantienen relaciones con su sexo opuesto, sí que mueren y son esencialmente perecederos, porque no dan lugar a engendrar la “cadena de la vida” (los protozoarios y microbios).

INMORTALIDAD

Si le fuera concedido al ser humano una vida eterna, la indudable rigidez de su carácter y su parca inteligencia le acabarían pareciendo tan monótona y llevados a un disgusto tan inmenso, que para verse libre terminaría prefiriendo la Nada. De lo que se intuye que si exigimos la inmortalidad de los individuos sería perpetuar el error hasta el infinito. En el FINAL DE LA VIDAfondo -dice el filósofo-, toda individualidad es un error especial, una equivocación, algo que no debiera existir, y el verdadero objetivo de la vida es librarnos de él. Por esto, lo sabia que es la muerte, mírese por donde se mire. En otro lugar, he comentado que, con los años, siento que he ido llegando a los helados dominios de un hondo precipicio por el que caeré necesariamente a un invernal estado de la no-vida, del que no hay retorno. A lo que, de inmediato, debo añadir parafraseando al sabio referido al tiempo: éste corre lento al comenzar la jornada y vertiginosamente al terminarla. En ese suceder atropellado que es vivir, nos pasa en imágenes relampagueantes todo lo que hemos sido en la vida. 

TIEMPO RÁPIDO Y LENTO

 * La casa de mi tía agradece la gentileza de Erasmo Quintana 

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