Buscar
jueves, 25 de abril de 2024 23:47h.

Siete mujeres aldeanas con bravura - por Nicolás Guerra Aguiar

   Demostrado queda una vez más: entre la hipoglucemia (la glucosa en la sangre está por debajo de los índices normales) y las huelgas de hambre hay absoluta incompatibilidad. Desde siempre ha vencido la primera contra la extremada postura de quienes deciden manifestar su radical rechazo a lo que consideran un comportamiento injusto, una inmoralidad, acaso un abuso flagrante del poder.

Siete mujeres aldeanas con bravura - por Nicolás Guerra Aguiar

 

   Demostrado queda una vez más: entre la hipoglucemia (la glucosa en la sangre está por debajo de los índices normales) y las huelgas de hambre hay absoluta incompatibilidad. Desde siempre ha vencido la primera contra la extremada postura de quienes deciden manifestar su radical rechazo a lo que consideran un comportamiento injusto, una inmoralidad, acaso un abuso flagrante del poder.

   Pero a pesar de que los humanos conocemos los graves peligros que significa la voluntaria no ingestión de alimentos, siete mujeres aldeanas, bravas como los vientos bravos que soplan por aquellas tierras del oeste grancanario, se plantan con sus rigores y tragedias ante la sede presidencial del Gobierno canario, el suyo y el nuestro, porque se consideran víctimas de comportamientos nada coherentes y raquíticamente equitativos.

   Siete mujeres aldeanas abandonan las tierras en las que nacieron e instalan su protesta allí donde es más visible, quizás más llamativa y noticiable. Se trata de una protesta cuya realización material es altamente arriesgada: les va en ello su salud física porque la otra, la mental, cada día se fortalece pues son mujeres conscientes de que su dignidad humana es inviolable. Siete mujeres, siete, que deciden tomar determinaciones, drásticas y exageradas para unos, responsables y dignas para otros. De máximo respeto para mí.

   Se trata de un pequeño grupo que, en realidad, representa a un colectivo mayor, el de las mujeres rigurosamente atadas al tomate, la gran riqueza aldeana de otros años. Ellas reclaman lo que consideran justo, calibrado e imparcial: la recuperación de lo suyo, siete millones de euros que la Administración les adeuda desde 2010 a través de distintos Planes, amén de la ayuda al transporte por aquella carretera que cada año aleja a los aldeanos más y más… Sin embargo solo exigen lo pactado a pesar de que  si la ayuda llega, a ellas les resultará más cara que a los plataneros, pues los intereses bancarios van sumando miles de euros.

   Ellas creyeron en la palabra de la Administración, y por eso se identificaron con la tierra aldeana, la revolvieron en sus entrañas para que renaciera y diera vidas, a fin de cuentas las esperanzas de quienes llevan ya en sus frentes los mismos surcos que aran en el suelo para plantar las semillas. Semillas que significan ilusiones de futuro aunque a veces el presente les impida soñar o, al menos, tener derecho a los sueños. Ponen ellas a sus hijos como justificaciones ante tales posicionamientos, sabedoras y conscientes de lo que se juegan, su salud. Y como son constantes y tenaces, se empecinan en lograr para ellos un mundo mejor del que les toca hoy vivir en medio de tantos nuevos millonarios, de tantos banqueros que se enriquecieron a costa de los treinta y seis mil millones de euros que hemos de pagar entre todos, por más que nos engañaron con la supuesta gratuidad del préstamo que Europa dio a la banca española hace un par de años.

   Sí, son mujeres de valor, mujeres capaces de llegar a los extremos más expuestos y arriesgados porque están hartas de que haya gente que cobre mil ochocientos euros diarios, por ejemplo, mientras la empresa que dirige va con la proa para el marisco. O que se disponga del dinero público en Valencia, a millones, para entregarlo a empresas fantasmas bendecidas por lazos familiares de recio agarre. Y mientras se presume de organizaciones sin ánimo de lucro, hipotéticamente se viaja a costa de aquellos presupuestos, se habilitan palacetes, se vive a cuerpo de rey. O cómo, al paso de los meses, pabellones de deporte van reclamando cada vez más aportaciones económicas de un Cabildo que se nutre, qué cosas, de nuestros impuestos.

   Siete mujeres aldeanas para quienes su salud –y estamos hablando de cosas muy muy serias- ya no es inconveniente para una huelga de hambre, si no mortal por el momento, sí cargada implícitamente de secuelas para toda la vida, si aquello que tienen en sus manos es vida en el riguroso sentido de la palabra. Porque para ellas la vida se les ha puesto al rojo vivo, como se le puso la suya a Gabriel Celaya cuando miraba a la calle de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado.

   En efecto: los impactos directos de la huelga de hambre ya empiezan a sentirse en sus cuerpos. Dos mujeres fueron evacuadas hasta centros de salud por aquello que apunté al principio, la bajada de la glucosa. Pero a pesar de los pesares y de que primero fue una, luego otra, las cinco restantes permanecen enhiestas, serenas, en apariencia relajadas pero conocedoras de los peligros que ya están avisando. Y aunque vieron cómo la segunda mujer investida de valiente coraje perdió la conexión con la realidad cuando portaban dos cajas de tomates y hacían simbólica entrega en la presidencia del Gobierno, ellas persisten. Y es ahí cuando la sociedad al completo toma conciencia de que la verdad y la justa reivindicación están con ellas, son ellas.

   La Administración las convoca a la palabra, con retraso. Parece como si fuera menester inmolar cuerpos y vidas de quienes reivindican solo lo que les pertenece. Llega tarde, bien es cierto, pero debe ser consciente (el Gobierno está formada por personas) de que hay otro mundo en la calle. Y a ese mundo pertenecen personas anónimas que no gozan –aunque sea su derecho- ni tan siquiera de los elementales principios que definen a la dignidad humana; muy al contrario, arriesgan su vida en el literal sentido de la frase para reclamar justicia. Y si la Administración, el Gobierno, quienes deben servir a la sociedad tienen soluciones como ahora aparecen, ¿por qué esperaron a radicales y necesarios posicionamientos que ponen en vilo vidas humanas?

   Sí, mi admiración hacia estas mujeres aldeanas, continuación de aquellas tomateras que conocí hace ya treintaitantos años, casi obsesionadas para que sus hijos no padecieran los atropellos que ellas sufrieron como aparceras. Coraje y valor, sí. Y mi respeto.