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martes, 16 de abril de 2024 13:58h.

Entre la norma lingüística y el uso popular - por Nicolás Guerra Aguiar

Toda lengua que no evoluciona está condenada a su desaparición.

Entre la norma lingüística y el uso popular - por Nicolás Guerra Aguiar *

   Toda lengua que no evoluciona está condenada a su desaparición. Las que permanecen (aunque dependientes de elementos externos a ella), y a las cuales se les augura una larga vida, se van adaptando a las muy naturales renovaciones. Porque una cosa es lo que diga la norma oficial, la académica, y otra bien distinta el uso que la población hace de su idioma. A fin de cuentas las lenguas son seres vivos aunque en ellas, claro, no hay sistemas de relaciones moleculares ni están formadas por la materia que compone a aquellos (carbono, hidrógeno, oxígeno, nitrógeno).   

   Recuerdo que en la facultad de Filosofía y Letras (3º de carrera) estudiamos una asignatura llamada Latín Vulgar. En ella se trabajó lo que un purista (¿Probo?) consideraba formas correctas o cultas frente a las que estimó como defectuosas o vulgares. Así, el autor de la lista recomendaba la voz latina tabula frente al uso casi generalizado de tabla. ¿Qué había sucedido? Pues exactamente lo que apunto desde el principio: el latín hablado evolucionaba entre sus usuarios en oposición al estancamiento del latín escrito. O lo que es lo mismo, el primero reflejaba las innovaciones que con naturalidad se iban imponiendo.

  Desde mi primer contacto con el latín (3º de Bachiller, 13 angelicales añitos) dominó en las aulas la firme idea de que se trataba de una lengua muerta en cuanto que desapareció tras la caída del Imperio Romano. Por tanto, nos explicaron, los países en que se hablaba tuvieron casi que improvisar nuevas lenguas: parecía como si el mundo fuera a venirse abajo tras la irrupción de los pueblos centroeuropeos.

   Sin embargo, ni el latín se evaporó ni surgieron lenguas artificiales por real decreto. Lo sucedido fue algo más natural, absolutamente normal en las lenguas con tradición y cultura: el latín había evolucionado, como afirmo más arriba, comportamiento que se aceleró tras la caída del Imperio y el aislamiento de muchos territorios. Pero como si hubiera previsto los aconteceres a siglos vista, el latín vulgar (‘popular’) fue transformándose en aquellos lugares donde se había impuesto y, de forma natural, dio paso a las llamadas lenguas románicas o romances (gallego-portugués, castellano, catalán, sardo, rumano, provenzal, francés, italiano, retorrománico, dálmata) con sus correspondientes y riquísimas variedades dialectales.

   Por tanto, el latín no es una lengua muerta, en absoluto: es una lengua naturalmente evolucionada como lengua hablada y cuya esencia estructural se encuentra –por ejemplo- en el español nada más entrar en él con ese bisturí diseccionador que es la filología. Así, tres ejemplos inmediatos: palabras como apicultura, apicultor, apícola… tienen como punto de partida la voz latina apicula (‘abeja’). ¿Y qué son el puente y el cemento sino el ponte y el cementum latinos, respectivamente?

   Viene a cuento lo anterior porque también hoy –a muchos siglos de distancia- los hablantes de nuestra lengua imponen con frecuencia el uso sobre la norma (a pesar de radicales puristas). Y la Academia de la Lengua (mejor, las Academias de la lengua española) aceptan con sabiduría y naturalidad lo que es el uso mayoritario de los hablantes aunque muchas de estas voces o construcciones se rechazaron como inapropiadas hace años.  Lo cual no quiere decir, claro, que determinados usos –por muy impuestos que estén- desaparezcan del listado de impropios o inadecuados, como veremos con “le” + plural. (Por tanto, estimado lector, ¿fortísimo -forma culta- o fuertísimo, variante popular?)

      Fue en 1961 cuando el Diccionario de dudas… (Manuel Seco) vio su primera edición. En 1987 ya iba por la novena y, además, muy renovada. La aparición de aquel Diccionario tan riguroso, sabio y pedagógico, obedeció a una denuncia: ¿se había enfriado el interés normativo de quienes se creían obligados a vigilar el “correcto” uso de la lengua? ¿O, por el contrario, los viejos censores iban siendo sustituidos por desapasionados observadores de una lengua viva, activa, rica, en proceso natural de evolución porque a pesar de normas y censuras los hablantes –sus únicos propietarios- se habían saltado la a veces muy rigurosa y discutible imposición académica?

  Así, por ejemplo, en la edición de 1987 el profesor Seco se refiere a la voz “extravertido” (‘que se interesa por lo exterior a sí mismo, que muestra su interioridad’). Consideró errónea la forma extrovertido, palabra ya muchísimo más usada que la anterior. (Y tiene razón el profesor: extra es un adverbio latino que significa ‘fuera, al exterior’. Y extro no existe en latín.) ¿Qué había sucedido? Pues que la mayoría de los hablantes actuaba por analogía, como los niños y aprendices del idioma: “Cabo es a caber lo que bebo es a beber”. Por tanto, lo opuesto a “extrovertido” es “introvertido”. (Hoy la norma recomienda el uso de la forma culta, pero no considera inapropiada la popular, la impuesta por los hablantes.)

   Algo parecido sucede con el término “cesar”. Según el Diccionario… del profesor Seco, debe evitarse su uso generalizado con el significado de ‘destituir’, aunque lo encontró en un texto americano de 1942. En su lugar recomienda deponer, relevar.  (Sin embargo, la última edición del Diccionario académico le añade el significado de ‘destituir’.)

   Pero hay un incorrecto caso impuesto en la lengua hablada y en la escrita (incluso a niveles cultos) que no puede justificarse de ninguna manera: me refiero al improcedente uso del pronombre “le” cuando se relaciona con colectivos. Así, leí el lunes: “Le dije a mis alumnos que con esfuerzo…”. Lo mismo que la noticia de ayer en la radio: “El maquinista fue agredido porque le llamó la atención a los grafiteros”. En ambos casos (el del profesor y el del periodista) falla la concordancia de número en cuanto que “le” es singular. Por tanto, no puede relacionarse con “alumnos” y “grafiteros”, respectivamente. Sin posibilidad de argumentación alguna, pues, es un error que ha de evitarse: lo correcto es “Les dije” (¿a quiénes?) y “les llamó la atención” (¿a quiénes?).

* En La casa de mi tía por gentileza de Nicolás Guerra Aguiar