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jueves, 28 de marzo de 2024 09:57h.

Ofensiva - por María Vacas Sentís

La señal más palpable de que Podemos ha conseguido dinamitar el marco en el que se había encerrado al debate político es la reacción de toda la caballería de analistas, tertulianos y políticos del “sistema”, que nos alarman desde hace una semana agitando el coco de la ultraizquierda”,  mientras se preguntan que ha podido pasar para que más de un millón de personas se ilusionen y voten desde el sentido común por un partido que habla claro en defensa de las mayorías, dando la espalda al bipartidismo cuasi gemelar.  

Ofensiva - por María Vacas Sentís

La señal más palpable de que Podemos ha conseguido dinamitar el marco en el que se había encerrado al debate político es la reacción de toda la caballería de analistas, tertulianos y políticos del “sistema”, que nos alarman desde hace una semana agitando el coco de la ultraizquierda”,  mientras se preguntan que ha podido pasar para que más de un millón de personas se ilusionen y voten desde el sentido común por un partido que habla claro en defensa de las mayorías, dando la espalda al bipartidismo cuasi gemelar.  

 Muchos factores juegan a favor de que Podemos no se quede en flor de un día, un producto frágil del hastío (por no llamarlo asqueo) hacia la casta política tradicional, y los intereses que representan (conscientemente pero también por mera incapacidad de discernir el disfraz técnico con el que se enmascaran las recetas teñidas de ideología ultraliberal). Porque si ya el marco del juego político era estrecho, producto de unas reglas ideadas para el solaz del bipartidismo, en los últimos años este espacio se había ido estrechando más y más hasta llegar a la casi indistinción de las propuestas económicas de ambos partidos, con su momento culmen de reforma constitucional para priorizar el pago de la deuda.

 Podemos se ha lanzado a la ofensiva, a la conquista del poder político, sin complejos, tras tristes años de conformismo y posiciones posibilistas por parte de partidos políticos y sindicatos, acostumbrados a negociar la defensa en minúsculas de derechos, al pactismo corto de miras, atrincherados en el mal menor y el entreguismo. A ratos ha parecido que teníamos que agachar la cabeza para agradecer al patrón nuestro empleo, sintiéndonos poseedores de un privilegio y no de un derecho, casi atónitos ante recortes e injusticias, culpables por los “alegres años que supuestamente vivimos por encima de nuestras posibilidades”. Este planteamiento ofensivo junto a la moral de victoria -los vamos a echar del poder- ayudan a tomar conciencia de la necesidad del cambio político real (y no una simple rotación), pero sobre todo abonan el convencimiento de que este cambio es posible, algo fundamental para echar a andar, con cabeza pero también desde el corazón.

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