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jueves, 25 de abril de 2024 09:47h.

Pesares, incertidumbres y… algunas alegrías (III) - por Ana Beltrán


Este mayo, de pétalos mil, no se ha distinguido de los meses que lo precedieron. Su comportamiento ha sido como el de un niño travieso cuando se empeña en imitar al peor de la clase, haciéndolo con tanto afán que hasta llega a superarlo.  Si no, pasen y lean:   

Pesares,  incertidumbres  y… algunas alegrías (III)  - por Ana Beltrán

Este mayo, de pétalos mil, no se ha distinguido de los meses que lo precedieron. Su comportamiento ha sido como el de un niño travieso cuando se empeña en imitar al peor de la clase, haciéndolo con tanto afán que hasta llega a superarlo.  Si no, pasen y lean:   

Pobre einfeliz de mí, con que precipitación canté ¡albricias!; las aguas negras vuelven a campar a sus anchas Barranco de Santos abajo. Así que mi gozo en el más profundo y abismal de los pozos.

  Y un buen  pozo se llenaría con los dineros de los “IBIs” que los “príncipes de la iglesia” (lo de príncipes me suena a la Edad Media, época ésa que me produce un terrible repelús) tendrían que pagar al Estado si fueran realmente cristianos. Lejos de eso, don  Rouco amenaza  con  dejar  a  los sin comida sin comedor si al Gobierno le da por cobrarles aunque sólo sea un céntimo de euro. Eso es lo que se llama chantaje puro y duro. Lo que me dejó patidifusa, ignorante de mí, es la aportación que hace la iglesia católica a Cáritas: sólo el 2%,  y eso últimamente, en años anteriores el 1, y en la actualidad en algunos lugares patrios ni eso. Nunca he entendido, y ahora menos que nunca, que esta jerarquía, y a estas alturas, y con la que está cayendo,  pueda tener semejantes privilegios.  

Los que no tienen ninguno son los casi dos millones de niños que  padecen malnutrición en esta España paradójica e injusta.  Cuando lo leí no lo podía creer, pero allí estaban las últimas estadísticas (malditas ellas, que casi siempre llegan para medir calamidades) para dejarlo bien claro. Esos mismos niños, cómo no, también sufren escasa atención sanitaria y educativa. Y entretanto nuestros gobernantes mirando para otro lado,  especialmente para los bancos, a los que han inyectado dinero a mansalva, y a los que seguirán  inyectando “todo el que haga falta”, según sus propias  palabras, rayanas en la obscenidad, y con las que también están de acuerdo los que de manera especial deberían velar por sus respectivos y casi sagrados  cometidos: el  señor Wert  y  la señora  Mato.

En cambio nosotros, los ciudadanos de a pie, nos pasamos la semana mirando al viernes, a ver con que nuevas recortaduras nos sorprende el Gobierno en su arrogante “absolutismo”, empeñado en empeñarnos más de lo que ya estamos, imparable, en su tozuda escabechina. Pavor les tengo yo a esos viernes. Y es que este día de la semana ha dado mucho de sí a lo largo de la historia. Cuando yo era niña (cuánto ha llovido desde entonces) todos los primeros viernes de cada mes, y durante nueve consecutivos,  las chicas nos veíamos obligadas a confesar y comulgar, lo que nos daba derecho a tener la oportunidad, antes de morir, de arrepentirnos de los pecados cometidos, lo que nos llevaría directamente al cielo. Claro que ahora, al no haber infierno (lo ha reconocido el propio Vaticano) ya no hace falta llevar a rajatabla ese sacrificio, bastante tenemos con los que nos impone el señor Rajoy y sus acólitos. De todos modos, los viernes que con más alegría recuerdo, también en mi niñez (la infancia es ancha), son  aquellos en que las noches se alargaban con la lectura de las novelas por entregas, floridos folletines que le llegaban a mi madre con apabullante puntualidad ese día de la semana, y que leía por la noche en reunión de familiares y vecinos,  éstos convertidos en devotos escuchantes. Toda  una alegría en el ocaso semanal. Yo no entendía de la misa la mitad, pero me bastaba con verlos sentados alrededor de la mesa, llorando a lágrima viva con aquellas melodramáticas  historias,  para sentirme en el séptimo cielo.                          

Y por ahí me sentí el otro día viendo que hay una nueva mujer en la RAE (yo soy así, qué le vamos a hacer), ocupando la silla con la letra n. Se trata de la novelista y ensayista Carmen Riera. Ya iba siendo hora de que las féminas dejaran de entrar en la Academia con cuentagotas. Mujeres de gran valía, talentosas en grado superlativo, han sido vetadas, negándoseles el derecho que cualquiera debe tener en base a su preparación, y no en relación a su sexo, ya sea en la Academia de la Lengua o en la de Policía. Un ejemplo de ello fueron, entre otras, doña Emilia Pardo Bazán y doña María Moliner, de la que García Márquez dijo que ha escrito el más completo y  divertido de todos los diccionarios del español. Ser mujer en este país  aún es un lastre, y no digamos si encima huele a republicanismo, como fue el caso de doña Rosa Chacel, motivos por los que fue vetada. Años después de haber cometido tamaña injusticia con estas mujeres, la RAE, los hombres que la componían entonces, y aunque sólo fuera a medias, trataron de enmendarla, admitiendo en ella a doña Carmen Conde, lo que obligó a hacer reformas en el emblemático edificio, ya que éste carecía  de lavabos  para  señoras  académicas.  Sin  comentarios.