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jueves, 25 de abril de 2024 03:32h.

El problema no es el agua - por Nicolás Guerra Aguiar

 Tras el natural pie de agua que cayó la tarde-noche del pasado martes en Gran Canaria, interesados y locuaces responsables de la cosa pública dieron a conocer el parte acusador ante el caos: la culpa fue del chachachá o de la lluvia.

El problema no es el agua - por Nicolás Guerra Aguiar *

   Tras el natural pie de agua que cayó la tarde-noche del pasado martes en Gran Canaria, interesados y locuaces responsables de la cosa pública dieron a conocer el parte acusador ante el caos: la culpa fue del chachachá o de la lluvia.

   Y como el baile cubano gritó “¡A mí que me registren!”, la cosa está clara. Que los túneles Julio Luengo, los de Silva y La Laja se inundaran de barro y piedras y bloquearan el paso a miles de vehículos no debe achacarse a hipotéticas deficiencias técnicas o abandonos; muy al contrario, la responsabilidad fue de la lluvia y de las puñeteras piedras, nacidas millones de años atrás en inadecuados espacios. ¿Cómo iba a preverse en la realización de los proyectos que sobre aquellas zonas se pararía una nube cargadísima y estuviera durante horas soltando agua? ¿En Gran Canaria? ¡Por favor, hasta ahí podíamos llegar!

   De la misma conclusión ha participado el consejero de Obras Públicas y vicepresidente primero del Cabildo grancanario, señor Torres, político en apariencia poco prudente (quizás por excesivamente charlatán), pues defiende que las torpes mallas supuestamente protectoras en la carretera aldeana son las únicas culpables de que las piedras inundaran la vía. O lo que es lo mismo, rechaza la irresponsabilidad de todos los gobiernos habidos en Madrid y en Canarias -y él es Gobierno- desde muchísimos años atrás hasta hoy.

   Así, y por experiencia personal, confirmo desprendimientos y cortes desde 1976: más de un viernes, profesores del Instituto tuvimos que dar la vuelta en el Andén Verde y volver a La Aldea ante la imposibilidad de seguir el viaje a Las Palmas.  Al igual que el muy imprudente señor El Jaber (hace días reclamaba el mallado mientras las piedras lo rompían e impactaban en la carretera), parece que el señor consejero del Cabildo tampoco tiene la más elemental idea de cómo está la cosa por aquellos lugares. 

   Porque el agua –lluvias, barranqueras y barrancos en movimiento- no es la culpable de tales angustias, desesperos y tragedias. Que en el Sur de la Isla las aguas naturales inunden viviendas, urbanizaciones y centros comerciales no siempre –casi nunca- se debe a violentísimas actuaciones de la Naturaleza que, de repente, truena, relampaguea, ruge y se despeña (Bento y Travieso) con ímpetus violentos. Las aguas buscan sus tradicionales cauces, los que fue haciendo durante millones de años. Pero el hombre, torpe y soberbio, construyó por donde aguas y peñascos caminan y tumban y destruyen todo aquello que pretende frenarlos. Y si entra en centros comerciales a través del tejado, denunciemos ante el Tribunal de Orden Público a la propia Naturaleza, avasalladora en espacios de propiedad privada y alteradora de serenidades públicas. 

   En hablando del agua, hay determinadas construcciones lingüísticas que vienen a significar exactamente lo contrario de lo que se pretende decir. Así, por ejemplo, en nuestra Isla era frecuente escuchar una categórica frase que, sin proponérselo, echaba por tierra la idea de un paraíso afincado en esta geografía, perfección renacentista que cantó Cairasco de Figueroa en “La selva de Doramas” (plagada de dátiles, támaras, músicas, pintados pájaros, fuentes, rayos cálidos…). Antes de las potabilizadoras decíamos que “El problema de Gran Canaria es el agua”. Aunque, en realidad, nos referíamos a su ausencia, a las pocas lluvias, a las grandes dificultades que tanto la agricultura como las personas teníamos para cubrir nuestras necesidades... O lo que es lo mismo: el problema no es el agua, sino su escasez.

   De ahí los aguatenientes, es decir, los auténticos propietarios de la mayor riqueza en este mundillo insular. Quien sea dueño de pozos “del líquido elemento”, que dijo el cursi, se enriquece en un tiempo prudencial, pues al no haber control de precios estos dependen del mercado. Por tanto, el coste de la hora de agua (casi siempre de cincuenta minutos) se fija por el vendedor y puede disparatarse en tiempos de mayor demanda. Muchos agricultores dependen de ellos, y ellos juegan entonces al libre mercado. Así, chantajean: o la compras o la dejas, siempre está vendida. Sus fáciles enriquecimientos, claro, significaron a la vez la merma de las corrientes subterráneas y la disparatada proliferación de pozos y galerías: ahí está Guad (‘agua’), la revolucionaria novela –por la técnica y el compromiso social- del tinerfeño García – Ramos.

   Muchos desaprensivos, además, hacían catas cercanas a pozos de otros propietarios para “distraer” aguas ajenas. (Americanismo “cata” usado en Canarias con significado de ‘explorar en busca de una veta mineral’, aunque en Gáldar es más amplio: ‘buscar la veta… en el pozo del vecino’.) Sin embargo, y enlazada con el enunciado de “El problema es el agua”, añadimos en Gran Canaria otra contundente afirmación: “Pero a pesar de todo, esta tierra es muy agradecida. Con cuatro gotas ya empieza a verdecer”.

   Que llueva en Gran Canaria, incluso torrencialmente en momentos, no es ninguna cosa del otro mundo ni significa, tampoco, el finiquito de este. Amigos desde mis edades juveniles -aunque ya mayores- recuerdan cómo corría el barranco de Gáldar, por ejemplo, hasta que se perdía allá en lugares cercanos a Barrial, nuestro límite físico autorizado por la superioridad. Era, fue, algo natural hasta que se empezaron maretas y albercones para recoger parte de las correntías. Y hasta aquellos momentos, discurrían incluso a lo largo y ancho de una semana.

   Sin embargo, interesadas torpezas echan la culpa a las lluvias de estos días. Más: también a los meteorólogos, que no previeron tales descargas acuosas. Vale. Pero, ¿habrían permanecido enhiestos los muros que cayeron si las lluvias se hubieran vaticinado unas horas antes? ¿De qué hubiera servido la prealerta en los túneles de Silva o de Julio Luengo? ¿Acaso contamos con brigadas provistas de contundentes recursos técnicos? Un elemental ejemplo: algunas alcantarillas de Las Palmas más parecen jardines que tragaderas de agua, tal es la cantidad de tierra que almacenan. Aunque bien mirados, hasta bonito hacen... Espero que pegue el naranjero que planté en uno.