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viernes, 19 de abril de 2024 19:00h.

Profesor Adrados: dos ministerios, dos opiniones encontradas - por Nicolás Guerra Aguiar

Mientras los señores rectores de las universidades públicas españolas lamentan  «la pérdida del tren del desarrollo tecnológico, hipotecando la investigación y los mayores avances en la frontera del conocimiento» a causa de las restricciones económicas, un jurado concede el Premio Nacional de las Letras Españolas (Ministerio de Cultura) a un sabio investigador universitario –catedrático Rodríguez Adrados- que realiza los más rigurosos estudios en torno al mundo clásico (Grecia, Roma), lingüística indoeuropea, sánscrita, española, así como exhaustivos trabajos sobre lexicografía (diccionarios) y gramática, traducciones, pensamiento griego, ensayos en torno a la tragedia helénica y otros géneros.

Profesor Adrados: dos ministerios, dos opiniones encontradas - por Nicolás Guerra Aguiar

Mientras los señores rectores de las universidades públicas españolas lamentan  «la pérdida del tren del desarrollo tecnológico, hipotecando la investigación y los mayores avances en la frontera del conocimiento» a causa de las restricciones económicas, un jurado concede el Premio Nacional de las Letras Españolas (Ministerio de Cultura) a un sabio investigador universitario –catedrático Rodríguez Adrados- que realiza los más rigurosos estudios en torno al mundo clásico (Grecia, Roma), lingüística indoeuropea, sánscrita, española, así como exhaustivos trabajos sobre lexicografía (diccionarios) y gramática, traducciones, pensamiento griego, ensayos en torno a la tragedia helénica y otros géneros.

O lo que es lo mismo, los señores rectores de las ¡cincuenta y una! universidades públicas españolas (solo Andalucía tiene diez) se lamentan de los recortes para el año 2013 y la congelación de plantillas. A la par, los extraterrestres pedagogos de despachos que contrarreforman e infravaloran la enseñanza de las Humanidades en el Bachiller  proponen, manu militari, que se acabe con asignaturas como Griego y, a ser posible, Latín. Sin embargo, otro ministerio del mismo Gobierno premia a un defensor de las enseñanzas clásicas en la educación, el profesor Adrados, quien aprovecha la oportunidad para denunciar tales barbaries: la ofensiva contra las asignaturas del mundo clásico «viene de los pedagogos, psicólogos y sociólogos. Estos señores […] piensan que las Humanidades es perder el tiempo. Los pedagogos quieren rebajar los niveles de la enseñanza. Por eso […] un descenso cultural brutal».

He aquí, pues, la perplejante antítesis de un Gobierno que, por una parte, premia al filólogo e investigador del mundo clásico; pero por otra pretende eliminar –quizás con wertiana intencionalidad- todo aquello que se refiere al conocimiento de nuestra base cultural, las culturas clásicas, que no solo significan traducir en el aula textos griegos o latinos sino –y fundamentalmente- el estudio y conocimiento de sus filosofías, pensamientos y civilizaciones que sentaron las bases de la nuestra y que -la griega- aportaron conceptos como libertad, individualismo, democracia, diálogo, razonamiento…

Y aunque bien es cierto que el tema de las universidades públicas españolas exige un exhaustivo estudio imposible en este artículo, podría resultar que hipotéticamente aquellas son corresponsables de su propia realidad, toda vez que nos encontramos con una evidente contradicción. Por una parte, nadie discute las funciones de la Universidad: investigación rigurosa, científica, sabiduría, competencia universal, formación de exquisita calidad. Mas, por otra, algunas se distinguen por la mediocridad, la aparente incompetencia, y parecen simples academias quizás de niveles algo superiores a los institutos –no siempre- pero ni por asomo universitarios.  Porque la valoración de aquellos «templos del saber» (Unamuno) no puede realizarse ni por el número de facultades o escuelas ni por los campus disgregados en geografías regionales. Obviamente, tampoco por el número de diplomados, licenciados (o grados) que aportan a la sociedad. Se refleja su cualidad por la competencia de sus titulados, publicaciones de sus docentes en otras ya consagradas (españolas, europeas, americanas…), invitaciones como profesores a universidades de alto prestigio, universalización de sus investigaciones…

La multiplicación universitaria en España (Galicia tiene tres) forzó a crear doctores en cursos acelerados -con sus naturales deficiencias- y obliga a distribuir los presupuestos entre todas (¡cincuenta y una!), muchas de ellas irracionalmente creadas. Obviamente la crisis les ha afectado a todas, pero por esa disparatada proliferación nos encontramos ahora con que las de raigambre investigadora manejan presupuestos más reducidos, deben compartir. Porque algunas de las nuevas deliraron con sus titulaciones sin planificación alguna cuando se pudo haber implantado la racional política de becas, de un coste infinitamente más barato: hubiera sido la solución frente a la disparatada creación de nuevos campus. Así, Cádiz, Córdoba, Málaga y Sevilla ofertan Ingeniería Superior Industrial. Entre Béjar y Valladolid hay dos horas en coche: ambas ciudades también la tienen. Lo mismo sucede con Vigo y Ferrol, a una hora cuarenta minutos de distancia. Ante tales desatinos consentidos por los Gobiernos de Madrid, la valoración de la universidad española: ninguna se encuentra entre las doscientas mejores del mundo, a años luz de británicas, las de Zúrich y París, suecas, danesas,  alemanas, noruegas...

Por lo que se refiere a los estudios de las lenguas clásicas en el Bachillerato (con sus culturas, obviamente), el desvarío es paralelo. Bien es cierto que algunos profesores de Latín y Griego del Bachiller se dedican en el aula solo a la tarea de traducir textos, cuando lo cierto es que los clásicos ya se conocen en castellano desde siglos atrás. Casi todos los alumnos comentan que ellos no van a ser especialistas en aquellas lenguas, por lo que debe primar el enfoque práctico sobre la traducción propiamente dicha, aunque sin menoscabo de esta en cuanto proceso de reflexión. Por tanto, otros docentes enfocan aquellas asignaturas hacia aspectos más variados toda vez que en ellas está nuestra cultura, la occidental. Si el sesenta por cierto de léxico español tiene raíz latina (abeja) y el veinte por ciento de las voces técnicas que manejamos (oftalmólogo) son de etimología griega, es de sentido común que el estudio de aquellas fortalece el dominio de nuestra lengua, amplía sobremanera la riqueza léxica. Pero es que, además, somos hijos de aquella Cultura. Y eso es, precisamente, lo que reconoce con el Premio el Ministerio de Cultura, quizás hasta un disimulado apoyo a la labor realizada por el profesor Adrados para que Latín y Griego no desaparezcan como materias de estudio en el Bachillerato.

Insisto: Latín y Griego no solo como lenguas, las que imprudentemente se denominan muertas (aunque no lo son, viven en las románicas: español, francés, italiano…). Tras ellas hay teatro, poesía, política, pensamiento, organización social, retórica, historia, concepciones democráticas en una sociedad a veces contradictoria pero que convence con palabras, oratoria, filosofía (‘amor a la sabiduría’). Quizás sea esto lo que altera a los pedagogos ministeriales de quienes habla, sabiamente, el sabio profesor Adrados.

También en:

http://www.canarias7.es/articulo.cfm?id=285836

http://www.infonortedigital.com/portada/component/content/article/15-opiniones/18817-profesor-adrados-dos-ministerios-dos-opiniones-encontradas