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martes, 23 de abril de 2024 10:22h.

La rabia del viento - por Francisco González Tejera

Los cuatro hombres bajaban con las manos atadas a la espalda por el estrecho callejón del barrio de San Roque, los falangistas no dejaban de golpearlos con las culatas de los máuser, la pinga de buey del hijo del terrateniente Bonny rajaba la piel con solo rozarla, el sobrino del Conde se quedó en la casa del viejo Anselmo Fariñas para abusar de sus dos hijas de catorce y quince años. Lucía la más pequeña no aguanto la violación múltiple y falleció desangrada.

La rabia del viento - por Francisco González Tejera *

 
Los cuatro hombres bajaban con las manos atadas a la espalda por el estrecho callejón del barrio de San Roque, los falangistas no dejaban de golpearlos con las culatas de los máuser, la pinga de buey del hijo del terrateniente Bonny rajaba la piel con solo rozarla, el sobrino del Conde se quedó en la casa del viejo Anselmo Fariñas para abusar de sus dos hijas de catorce y quince años. Lucía la más pequeña no aguanto la violación múltiple y falleció desangrada.
 
El destino de los cuatro sindicalistas de la Federación Obrera era el municipio de Telde, donde iban a ser arrojados esa misma noche a la Sima de Jinámar, Fariñas se enteró por los comentarios de los uniformados de la muerte de su hija, comenzó a forcejear, a gritarles todo tipo de insultos a los esbirros, se volvió loco, incluso se soltó el hilo de pitera de sus muñecas, hasta el momento en que lo golpearon con una barra de hierro en la cabeza, quedando en el suelo en un charco de sangre en la Plaza de Santa Ana, junto a la catedral en barrio colonial de Vegueta.
 
Bonny dio la orden inmediata de recoger el cuerpo, los vecinos comenzaban a arremolinarse, asomarse a las ventanas y la consigna de los mandos militares era que cada asesinato se hiciera con total discreción, que nadie se enterara directamente, para que no se viera el momento preciso del crimen.
 
El viejo Fariñas tenía convulsiones, echaba sangre y espuma por la boca, todavía estaba vivo cuando lo metieron en el camión, emitía unos gemidos ininteligibles, seguía insultando a los violadores y asesinos de la pequeña Marta. El sargento de la policía municipal de San Lorenzo, Juan Pernía, lo remató con un culatazo en la cabeza dentro del vehículo, el resto de los hombres detenidos, sentados en el suelo, veían con horror como le quitaban la vida con una metodología que daba miedo, una frialdad como la de un matarife en un matadero.
 
El sobrino del Conde de la Vega sacó la botella de ron de caña y brindó con el hijo de Bonny, comentando algo de la santísima y “Gran cruzada” que habían iniciado desde la noche del 18 de julio de 1936, donde ya habían asesinado a más de 500 hombres de la isla de Tamarán. –Esto solo está empezando Borja, en unos meses habremos acabado con todos estos hijos de puta rojos de mierda, -dijo con la botella de alcohol en la mano- Los hombres miraban aterrados, los tres de San Roque, dos de Tamaraceite, cuatro de Arucas y uno de Agaete, todos dentro del camión que ya subía la cuesta de la Sima de Jinámar entre el humo y el ruido ensordecedor del destartalado vehículo que olía a racimos de plátanos.
 
Una vez aparcaron los falangistas y guardias civiles los bajaron a golpes, Pedro el hijo de Saro Alemán cayó de cabeza y quedó semiinconsciente, lo levantaron a patadas, parecía una procesión siniestra, en fila de a uno, atados, andando hacia el abismo de la muerte.
 
La noche era silenciosa, calurosa como casi todas en el agosto de las Islas Canarias, los hombres no hablaban, solo avanzaban lentos entre los golpes e insultos de los fascistas. Bonny seguía bebiendo con el sobrino del Conde de la Vega, se burlaban del olor de lo reos, de cómo dos se habían cagado encima. –Qué asquerosos y cobardes son estos rojos de mierda, -dijo mientras encendía un Virginio-
 
Llegaron al borde del agujero volcánico y Pernía se acercó al más joven de los detenidos, Pedro Bencomo, jornalero en los tomateros de los Betancores. Lo tomó por el brazo y el joven le dijo que no lo tocara, que el se tiraba solo. Avanzó unos pasos y se arrojó al vacío, no se escuchó nada en unos segundos largos como una galaxia, hasta el momento del estruendo, golpe tras golpe contra las paredes del abismo. El resto de los hombres lloraban a gritos, suplicaban clemencia, pedían por sus hijos y sus mujeres, pero los fascistas fueron implacables, los arrojaron uno a uno, gastando bromas, burlándose de lo cobardes que eran, los cuerpos caían como piedras, incluso alguno se quedó colgado en alguna repisa del risco, se escuchaban sus quejidos, sus lamentos, sus alaridos de dolor. –Eso está bueno así sufre más el hijo de puta, -dijo el hijo del terrateniente tomatero-
 
Casi amanecía cuando tiraron al último. –Vamos al bar del pueblo, yo invito, -dijo el sobrino del Conde la Vega- Los uniformados lanzaron gritos de júbilo. -¡Arriba España! ¡Viva Franco! Y bajaron cantando el “Cara al Sol” hasta subirse a los camiones y partir entre brumas hacia un nuevo genocidio.
 
Dibujo de Castelao - "Os mártires serán santos".
 
 
* En La casa de mi tía por gentileza de Francisco González Tejera