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viernes, 29 de marzo de 2024 10:20h.

Requiem por Lampedusa o La culpa es de las mafias que trafican personas… - por René Behoteguy Chávez

Los muertos de Lampedusa, aquellos sin nombre y sin tumba, aquellos que se suman a los miles que cada año mueren en el mar tratando de alcanzar costas europeas o sin salir de sus países en el África profunda, tratando de alcanzar el pan cada vez menos nuestro de cada día...

Requiem por Lampedusa o La culpa es de las mafias que trafican personas… - por René Behoteguy Chávez

Los muertos de Lampedusa, aquellos sin nombre y sin tumba, aquellos que se suman a los miles que cada año mueren en el mar tratando de alcanzar costas europeas o sin salir de sus países en el África profunda, tratando de alcanzar el pan cada vez menos nuestro de cada día. Los de Lampdusa salen en los medios porque murieron cerca de la culta y civilizada Europa, de los otros ya nadie habla en este mundo inundado de noticias,  aunque también sean Europa y los Estados Unidos, los mayores accionistas de su desgracia. Todos, unos y otros signados por el hambre como seña común en un mundo en el que mientras millones se mueren  por no tener que comer, millones de  toneladas de comida son arrojadas al mar.

Los medios de comunicación desde su púlpito de divina imparcialidad ya han emitido su sentencia: “La culpa es de las mafias que trafican con personas”. Yo me pregunto: ¿A qué mafias se referirán estos señores dueños de la verdad y su comercio?

Supongo que personajes tan ilustres no caerán en la superficialidad de creer que el verdadero problema es un patrón de patera apenas un poco menos flaco y menos pobre que los que se juegan su destino en el mar. Supongo que cuando hablan de “mafias que trafican personas” se refieren a los Reinos Terroristas de España, Inglaterra, Francia o Portugal, que saquearon por centurias la tierra africana, secuestrando y torturando a millones de jóvenes africanos, mutilando al continente negro de sus brazos más fuertes, de sus mentes más claras, en síntesis de su  futuro. Mafias como los Estados Unidos de Norteamérica, que asentaron su futuro dominio mundial en la sangre con que se regaron sus plantaciones de algodón en el sur esclavista.   La Europa rica y prepotente que cierra fronteras y expulsa personas como si fueran números no recuerda que su riqueza se forjo con sangre africana e indígena, con saqueo y exterminio; La “gran democracia norteamericana” que da lecciones y ejerce de policía mundial parece no recordar el genocidio de los habitantes primigenios de esas tierras, ni el triste spiritual que aún hoy cantan las almas al sur del Misisipi.

Pero “las mafias” no son cosa del pasado, ahora en lugar de capas y corona usan trajes armani, en lugar de escudos de armas  logotipos de colores vistosos, ahora hablan en lenguaje de negocios y hasta tienen “gerentes de responsabilidad social corporativa”, pero su lógica sigue siendo la misma, saquear las riquezas naturales, exprimir hasta dejar sin aliento a las personas por salarios que no dan ni para la comida en una forma moderna de seguir esclavizando.  Ya no lo hacen con el pretexto de evangelizar a nadie sino que muestran el rostro del que siempre fue su verdadero dios, uno que antes era metálico y redondo, pero ahora es una cifra en una cuenta bancaria.

Ante todo esto, que quieren que les diga, a mi no me dan pena los muertos de Lampedusa, por lo menos no más pena que los que mueren invisibles todos los días en el África morena, o los que mueren de tedio y rutina en la vieja Europa incapaces de levantar el puño  o tan siquiera mover el culo ante el robo descarado de los derechos que les legaron sus abuelos en favor de los banqueros. A mí no me dan pena los muertos de Lampedusa, yo los admiro, porque en este mundo de conformismo irracional su transgresión tiene mucho de heroísmo, porque con el acto de subirse a una patera no solo han desafiado la bravura del mar, ni las racistas leyes migratorias europeas,  sino que han desafiado la regla mayor del capital, la que ordenaba que la mayoría  se muera quietos y callados sin moverse para no perturbar el banquete de los dueños del planeta.