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viernes, 29 de marzo de 2024 10:20h.

Santiago Gil o la novela como un largo poema - por Nicolás Guerra Aguiar

Aunque debe utilizarse con suma prudencia y rigurosa perspectiva, por comodidad y efecto didáctico –es la influencia del aula- tiendo a agrupar a escritores más o menos afines bajo el nombre de generación. Así, por ejemplo (y ahora me refiero a narradores canarios con quienes he mantenido largas conversaciones), José Luis Correa, Alexis Ravelo, Francisco Quevedo y, hoy, el guíense–gaetense Santiago Gil...

Santiago Gil o la novela como un largo poema - por Nicolás Guerra Aguiar

 

Aunque debe utilizarse con suma prudencia y rigurosa perspectiva, por comodidad y efecto didáctico –es la influencia del aula- tiendo a agrupar a escritores más o menos afines bajo el nombre de generación. Así, por ejemplo (y ahora me refiero a narradores canarios con quienes he mantenido largas conversaciones), José Luis Correa, Alexis Ravelo, Francisco Quevedo y, hoy, el guíense–gaetense Santiago Gil, novelistas (aunque no solo narradores) con manifiestas confluencias generales.  José Luis Correa, siempre tan precoz, se impuso nacer unos poquitos años antes que los demás, aunque Francisco Quevedo y Santiago son de la misma década. Y nacieron a los institutos en los años setenta, cuando los escritores de la “Narraguanche” (eufemismo) o de Aislada órbita (1973) ya no solo habían leído el boom hispanoamericano sino que, además, conocían a los grandes maestros de las nuevas técnicas narrativas (Joyce, Faulkner, Kafka, Proust, Dos Passos…).  

Santiago Gil

Pero como no voy a entrar en un planteamiento teórico sobre aquella supuesta generación –hoy en plena, plenísima efervescencia y que despierta interés, lecturas y ambiciones editoriales-, incluyo a Santiago Gil en ella. Aunque, estimado lector, siempre debe quedar claro que puede haber afinidades entre sus teóricos componentes (nacimientos próximos, lenguaje generacional, parecida formación intelectual…) pero siempre, siempre, se definen las individualidades, aquellas que hacen inclinar al lector por uno u otro componentes.

Porque una tarde Santiago Gil y yo hicimos caminos por la producción literaria isleña a partir de los años setenta del siglo pasado mientras él desbroza, además, nobles sentimientos, naturales pasiones, racionalizaciones, serenos planteamientos ante la vida. Fue aquel un punto coincidente casi desde las primeras palabras (aunque las realmente iniciales –impactantes- le prometí que no las transcribiría). En efecto: Santiago se considera miembro de una generación literaria que es isla dentro de la Isla, que es grupo homogéneo, de amigos, sin cainismos ni agravios aunque cada uno, insiste, es una individualidad muy distinta y con personalidad propia. Yo le pongo el ejemplo del profesor Quevedo: su producción nada tiene que ver –aunque haya elementos concomitantes- con la novela de mi interlocutor, él, por más que en ambas se puedan identificar, incluso, parecidos o iguales espacios físicos, comunes topónimos.

Es Santiago un hombre de principios éticos, de seriedad y rigor, crítico con ciertas exterioridades impropias de una sociedad libre, democratizada, humanísticamente civilizada. Por eso rechaza con vehemencia la desestructuración a que ambiciones, descomposiciones políticas, corruptelas y gobiernos de mediocres llevan a nuestra sociedad, hoy al fin en inicial fase que la anima a salir del eterno sueño en que siempre vivió. Por eso afirma que el asalto a la Administración no es nada nuevo en cuanto que definió la actividad social desde que él tiene uso de razón.

Y como rechaza, critica y denuncia tales descomposiciones, su relajada poética de las cosas lo lleva a sentarse a orillas de la mar porque ansía suave serenidad mientras oye y escucha el ronco ruido embriagador de las olas. Y he aquí un elemento diferenciador: las salitrosas sonoridades que lo acompasan pueden ser las que embriagaron su yo desde la infancia en Las Nieves de Agaete cuando el rojo cielo colocaba áurea corona de fuego en la cúspide del Teide, allá en los atardeceres veraniegos. Pero es la misma mar que encuentra en las costas inglesas, su patria durante años, o en otra isla, quizás también la que golpea la zona caribeña. Por eso Santiago Gil se identifica con ella, con ellas: es, son, la metáfora de su vida, escenario de sueños, camino que lo puede llevar a los confines… Debe a Canarias que lo naciera a orillas del Atlántico, aunque tenía que nacer en algún sitio. Lo que sí agradece es la plena identificación que experimenta ante la mar y con ella, viéndola o en el recuerdo. Santiago, llego a creerme, está hecho de mar.

Pero hete aquí que hay otros elementos de la Naturaleza impactados serenamente en la mente infantil, la misma que ahora aflora con risueña mirada mientras me habla de los pájaros de su abuelo, inmensas jaulas llenas de olor a vida, a movimiento, con vaivenes musicales que salían de sus gargantas, impactos imperecederos en este hombre ya cuarentón que identifica lugares por los olores. Y recuerda, por eso, cómo eran el barranco de Guía, los campos que caminaba, el estiércol de las vacas, el guano para las plataneras… Todo, todo es olor y, consecuentemente, recuerdo, aunque siempre dominan los que exhalan embriagantes aromas a yodo, salitre, sal, sebas, presencias vivas de una infancia siempre recordada.

Y no se trata de aquella infancia que cantaron los poetas románticos a la manera de Diego Estévanez Murphy, por ejemplo, para quien el paso de los años significó también el final de placeres, alegrías, sueños y esperanzas; y por eso torna con el alma a los espacios donde corrieron fugaces los años primeros. La infancia de Santiago Gil –esboza complaciente sonrisa evocadora cuando abstrae el tiempo y lo devuelve a sus orígenes- fue de felicidad, aunque precipitadamente impactante por la finitud de una vida ajena. Y ese placentero estado de ánimo lo llevó a correr los caminos de su pueblo, al juego, a los amigos sin distanciamientos sociales o económicos (recuerda el pan bizcochado con azúcar como única merienda en la casa de un amigo o el contraste de una habitación rebosante de juguetes en la de otro). Y los libros, lecturas, lecturas, placeres de aislamientos a edades también tempranas mientras definía para siempre su felicidad en la madurez: quería ser escritor. Y sentencia: “Es un lujo inmenso haber sido feliz en la niñez porque eso me llevó al placer de la creación”. Aunque crear, a veces, exija rupturas con la vida misma.

Y por eso, porque sabe de palabras y  sonidos, y conoce las interioridades musicales de las voces de su lengua, Santiago es más poeta que narrador, poeta antes que novelista, poeta anterior a la prosa. Sus páginas se impregnan de metáforas, ritmos, interiores musicalidades. “La novela, dice, es poesía larga, y las figuras embellecedoras del lenguaje tienen que estar en la novela” de la misma manera que la mar está en nuestra costa  no para limitarnos, sino para llevarnos con ella, pues de ella nacimos, a ella retornaremos. Y, a veces, somos ella...

 

También en:

http://www.canarias7.es/articulo.cfm?id=299147

http://www.infonortedigital.com/portada/component/content/article/21985-santiago-gil-o-la-novela-como-un-largo-poema