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viernes, 29 de marzo de 2024 10:20h.

Sotnikov - por Javier Doreste

Vasili Bykov (1924-2003) fue un escritor soviético que en 1941, con 17 años,  se incorporó a los partisanos que en los bosques de su Bielorrusia natal luchaban contra los ocupantes nazis. No empezó a publicar hasta 1960. En España sólo le conozco una obra publicada, El signo de la desgracia  publicada en 1984, qué fue lo primero que le leí.

Sotnikov - por Javier Doreste

Vasili Bykov (1924-2003) fue un escritor soviético que en 1941, con 17 años,  se incorporó a los partisanos que en los bosques de su Bielorrusia natal luchaban contra los ocupantes nazis. No empezó a publicar hasta 1960. En España sólo le conozco una obra publicada, El signo de la desgracia  publicada en 1984, qué fue lo primero que le leí. En el mismo año una selección de sus principales novelas en español fue publicada por la editorial Raduga. Ahora es cuando un hermano literario me lo ha facilitado. Y no sabe cómo se lo agradezco. Contiene cuatro inestimables novelas, centradas todas en la espantosa ocupación de Bielorrusia por los nazis, la lucha de los partisanos y la denuncia de los colaboracionistas. La que más impresiona es Sótnikov en la que cuenta las vivencias de dos partisanos, Sótnikov y Ribak, enviados por sus compañeros a buscar provisiones entre los campesinos. Después de algunas fatigas, Sótnikov está enfermo, llegan hasta la cabaña de un viejo campesino, nombrado alcalde por las tropas de ocupación. Ni cortos ni perezosos requisan un cerdo al hombre, con la intención de llevarlo a los hambrientos partisanos. Más tarde, se refugian del frio en una casa, en la que solo están los niños, pues la madre ha ido a trabajar. Al final, acosados por las tropas alemanas y las milicias colaboracionistas, son capturados.

Llevados a la comisaria, ambos son interrogados. Ribak decide hacerse el ingenuo, intenta engañar a los alemanes, les pasa información que considera inútil, pues calcula que estos lo saben. Su intención es engañarlos para escapar después. Llega incluso a aceptar entrar en la milicia colaboracionista. Piensa que así huirá con el fusil y las municiones en cuanto pueda. Y cuenta sus intenciones a su camarada.  Sótnikov, por el contrario, pese a la fiebre y a los malos tratos, se niega a contestar a las preguntas, reta a sus interrogadores, denuncia a unos como traidores y a otros como ocupantes. Sabe que diga lo que diga será condenado a muerte. Cuando ve que los nazis detienen al viejo al que requisaron el cerdo y a la mujer de la casa en la que descansaron, asume toda la responsabilidad e intenta exonerarlos ante sus verdugos. Sótnikov sabe que no se puede colaborar en ningún momento con el enemigo. Sabe que la menor concesión será el principio de la traición. No ignora que las horas son críticas y que su misma vida está en juego. Pero también sabe que los nazis han venido para quedarse y la única forma de echarlos será por las armas y no con palabras.

Hay, pues, dos formas de enfrentar al enemigo. Colaborar con él, fingiendo sumisión para después huir o enfrentarse directamente, aún sabiendo lo que nos jugamos. Ribak opta por la primera. Intenta mantenerse con vida para proseguir la lucha. Cree que logrará escapar de los nazis y los colaboracionistas. Hace lo que considera pequeñas concesiones que le permitirán llevar adelante sus planes. Sótnikov, por el contrario, considera que es imposible pactar o conceder algo a los enemigos. Sabe que estos son implacables y que no permitirán la más leve disidencia. Resiste, pues considera que no hay otro camino ante la barbarie dado que lo que está en juego no es la vida de uno o dos partisanos. Lo que está en juego es la misma idea de la libertad, de la patria, de las cooperativas de campesinos, del poder popular… aquello por lo que se levantaron los campesinos y obreros bielorrusos, aquello por lo que la juventud soviética ha luchado. La construcción de un mundo mejor y más igualitario. Sabe que los nazis odian profundamente ese mundo y que consideran  a los eslavos simples infra hombres. Sabe que la única forma de resistir es el enfrentamiento y no la concesión.

Ribak no cede por cobardía, ni por indiferencia. Ribak está verdaderamente convencido de que podrá engañar al enemigo, utilizarlo en su provecho y escapar. No es un traidor por convencimiento, ni siquiera lo es por conveniencia personal. Desde el principio queda claro que su intención es engañar a los nazis. Al final es integrado, por voluntad propia, en las milicias pro alemanas. Sótnikov es condenado a muerte sin proceso, con él lo son el viejo al que habían robado el cerdo, acusado por eso de colaborar con la guerrilla y la madre ausente en cuya casa se habían refugiado los dos partisanos. La ejecución es por ahorcamiento. Los tres condenados son subidos a unos taburetes con la soga al cuello. Los policías pro alemanes dan patadas a los taburetes del viejo y la mujer: Ribak es el designado a dar la patada fatídica al taburete de su compañero. La da, y con ese gesto mortal sella su entrega total al enemigo. Regresa al cuartel rodeado por los canallas que ahora son sus nuevos compañeros, convencido de que ya no podrá volver con los partisanos y que ha fracasado en su intento de nadar entre dos aguas, de pactar unos mínimos con el enemigo. Este no acepta mínimos, es un sistema del todo  o nada, del conmigo o contra mí.

“Desconcertado y preocupado, no podía llegar a comprender cómo llegó a ocurrir todo esto y quién era el culpable. ¿Los alemanes? ¿La guerra? ¿La policía? De ninguna manera quería ser él mismo el culpable. En efecto, ¿y de qué era culpable? ¿O era que no luchó hasta el final? Sí, luchó más e incluso con más tenacidad que aquél ambicioso de Sótnikov. Precisamente Sótnikov era más responsable de su desgracia que cualquier otro…”  Así piensa Ribak cuando regresa a la comisaria.

Y nosotros nos preguntamos ¿Cuántos Ribak no hemos conocido? Los conocimos entre el tardo franquismo y la transición, pactando y traicionando, por nobles motivos. Los vimos adherirse al felipismo diciendo que era la única manera de hacer algo… Los hemos visto pactando con el diablo con tal de pillar poder. No por el poder en sí sino para poder hacer algo, decían… Poder hacer algo, engañar al enemigo de clase, hacer políticas para la gente. Excusas dignas de Ribak. Y han terminado, con unas siglas u otras, dando una patada a un taburete de verdugo. Toda esa cultura de la concesión, del diálogo social, de lo posible, de la renuncia a los sueños por el practicismo, se ha ido convirtiendo en una cultura del sillón, del rinconcito de pequeño poder, influencia. Y lo peor no ha sido que sin darse cuenta se hayan deslizado en brazos de aquellos a quienes querían combatir. Lo peor ha sido el desarme ideológico que han provocado en las filas del pueblo, de los trabajadores, de las mujeres… Desmantelaron organizaciones enteras, llamaron a la desmovilización, cambiaron la calle por los despachos, la lucha por la influencia. Procuraron así el clientelismo, las familias políticas, la compra venta de voluntades. No recrimino, constato. Lo importante es que tomemos nota, examinemos los hechos del pasado para intentar orientarnos hacia el futuro.  

Hoy son otros, aquellos de antaño fueron arrojados por la borda en cuanto fueron prescindibles, los que intentan maniobrar, hacer concesiones, pactar con el diablo. Pero esta vez no los dejaremos, esta vez seremos nosotros los que demos la patada al taburete. 

* Se publica con autorización del autor