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viernes, 29 de marzo de 2024 00:12h.

Tecnologías y salas de espera - por Nicolás Guerra Aguiar

  Ya me lo había comentado mi amigo Luis, hombre prodigado cronológicamente y que, por tanto, sabe de salas de espera...

 Tecnologías y salas de espera - por Nicolás Guerra Aguiar

 

  Ya me lo había comentado mi amigo Luis, hombre prodigado cronológicamente y que, por tanto, sabe de salas de espera. Pero en honor a la verdad debo insistir en que ya no solo se trata de naturales desniveles a causa de edades bien vividas las de mi colega, condiscípulo desde los dieciocho añitos y amigo en la amistad: el hombre se cuida –hace bien si se quiere tener- y dedica buenas partes de su tiempo a consultas y visitas médicas.  Y en ellas, me dijo, se oye y ve de todo. Y como en algunos artículos fotografío la circundante realidad, me invitó a que a la menor oportunidad lo confirmara.

  Sabemos que en estas cosas de la vida el hombre propone pero Dios dispone. Y dispuso Dios que un servidor fuera atropellado en la acera, no ya por vehículo mecánico, de pedales o caído del cielo, sino por un peatón que irrumpió con impactante empuje físico sobre mi cuerpo y me tumbó con la consiguiente triple fractura del húmero divino, a mí, que nunca había hecho deporte para evitar, precisamente,  tales quiebras, fisuras o quebrantos de mi estructura ósea nada llamada a fortalecimientos de bíceps, tríceps, pronadores y supinadores, tal como estudié en Preu, obligatoria asignatura de Ciencias Naturales por más que yo era del grupo de letras. (Ahora entiendo por qué la estudiábamos: sinos, destinos, azares, albures, hados y fatalidades ya tenían escritos nuestros futuros en las estrellas. Y aunque no me suaviza ni evita los padecimientos óseos, siempre es un consuelo saber a las tres de la mañana -cuando el dolor pega el cachimbazo definitivo- que uno está contextualizado en la rama muscular, explicación científica  que tampoco me anestesia, pero me distrae en el borde de la cama, lo cual ya es un consuelo.)

  Por tanto, necesito tratamiento de rehabilitación. Y con urgencia, pues el brazo izquierdo había dejado de ser por sí mismo, angelito de Dios. Y me pusieron a la tarea, lo cual me permitirá aparentar y farolear ante mis conocidos que todo fue consecuencia de bruscos giros en la sala de gimnasia, pesas que elevé hasta los cielos, es decir, que se trata de callosidades propias de quienes siempre hemos practicado entre barras, bancos press, caminadoras y bicicletas estáticas.  

  Cuando llego a la sala de espera hay siete personas sentadas. Solo una contestó a mi saludo de “buenos días”. Y no es que la señora estuviera mirando a los celajes, en absoluto, pues cumplía también con el aparente y generalizado precalentamiento digital de todos en ipad, ordenador portátil o móviles de ultimísima generación, casi recién salidos de la sala de partos.  Quizás lo que ocurrió es que se trataba de la inmediatamente próxima, la única que se dio cuenta de mi arribada porque estaba sentada en la primera silla. Las otras seis o no se enteraron o pasaron olímpicamente de mí (de lo cual dudo), pues forzadas miradas, atenciones sublimadoras y esfuerzos físicos con ambas dos manos absorbían en su totalidad las corrientes nerviosas de las mismas, más empeñadas en contestar mensajes que en otros menesteres de supuesta convivencia ciudadana, y mucho menos conmigo, novato que llegaba por vez primera.  

  Entonces fue cuando me percaté de  mi gran fallo: ni entré con portátil, ni llevaba encima el móvil ni, tan siquiera, había pedido prestada una tableta (tablet). Pero como dice la sabiduría popular que “allí donde fueres haz lo que vieres”, sin aspavientos mas con seguridad y prestancia, metí la única mano servible en el bolso que guardaba las radiografías e hice como que buscaba uno cualquiera de aquellos aparatos, quizás relajadores iniciales antes de las sesiones, deduje. Pero, claro, tolete de mí: ¿cómo iba a encontrar no ya lo que no había llevado, sino lo que ni tan siquiera tenía en mi poder? Y encontré la radio portátil, la quinceañera que uso en mis caminatas, ¡alabado sea el Olimpo! Ufano, pletórico, satisfecho y reconfortado, me coloqué los auriculares en los correspondientes pabellones auditivos y me puse a buscar emisoras con los diez dedos de las dos manos, pues así actuaban las siete personas allí ausentemente presentes.

  Ya me sentí relajado: habían dejado de mirar con extrañeza y perplejidad para mis manos antes vacías –incluso hasta con recelo- cuando cogí con ellas el aparato, elemento caracterizador de personas humanas con rasgos definidos y comportamientos concretos: es decir, gente de hoy tecnológicamente amañada, desarrollada en los fundamentos básicos de la civilización occidental. Por eso, pero sin dejar de apretar botones de la radio para que se dieran cuenta de que yo también era un humano aunque inicialmente me tomaran por alienígena, me atreví a presentarme, así había experimentado entre otros grupos de personas: “¡Hola!”, dije; “me llamo Nicolás. Esto es una radio con dos frecuencias moduladas y una de onda media. Tiene, incluso, hasta memoria para quince emisoras. Vengo aquí para rehabilitarme con ayuda de las especialistas y de todos ustedes”. Mi satisfacción fue plena.

  Casi al unísono, como si desde un principio lo estuvieran deseando, cantaron, más que gritaron: “¡Hola, Nicolás! ¡Bienvenido a la rehabilitación!  ¡Nosotros también la necesitamos! ¡Tienes que ponerte al día, la radio es un aparato desfasado, propio de civilizaciones más elementales! ¡Tienes que comprarte un móvil de avanzada tecnología, digital, con optimus Smartphone para actualizar el LG y con sistema operativo de luciérnaga!”.

  Todos volvieron a sus aparatos y al silencio. Lo que me emocionó sobremanera fue la sinceridad de sus palabras, la bondad en sus miradas, la comprensión ante un analfabeto de la visionaria tecnología para el siglo XXI. ¿Cómo podré rehabilitarme ante gentes tan cariñosas pero, a la vez, exigentes y deseosas de que yo sea uno más del grupo? Lo tengo decidido: no usaré más de cien palabras orales a la semana. Lo demás, por vía digital. ¡Ya soy libre! ¡Me rehabilito!

También en:

http://www.teldeactualidad.com/articulo/opinion/2013/09/08/8924.html

http://www.infonortedigital.com/portada/component/content/article/15-opiniones/24829-tecnologias-y-salas-de-espera