Buscar
sábado, 20 de abril de 2024 00:29h.

Tierra regada con sangre española - por Nicolás Guerra Aguiar

Días atrás hubo un acto castrense que significó el fin de la participación española en la nada romántica ocupación de Afganistán. El ministro de Defensa, señor Morenés, cual si de un canto solemne se tratara, y a la manera épica, lanzó a vientos, infinitos cielos y sirocos del desierto una de esas frases de perenne trascendencia a las que estamos tan acostumbrados desde que empezamos en la primera infancia a estudiar la recreada historia de España, ardor patriótico. Así, “Roma no paga a traidores”; ''No hay puñado de tierra sin una tumba española”; “España, unidad de destino en lo universal”, quizás secuencias interesadas.

Tierra regada con sangre española - por Nicolás Guerra Aguiar

  Días atrás hubo un acto castrense que significó el fin de la participación española en la nada romántica ocupación de Afganistán. El ministro de Defensa, señor Morenés, cual si de un canto solemne se tratara, y a la manera épica, lanzó a vientos, infinitos cielos y sirocos del desierto una de esas frases de perenne trascendencia a las que estamos tan acostumbrados desde que empezamos en la primera infancia a estudiar la recreada historia de España, ardor patriótico. Así, “Roma no paga a traidores”; ''No hay puñado de tierra sin una tumba española”; “España, unidad de destino en lo universal”, quizás secuencias interesadas.

  Aunque como premonitoria y certera, la del señor Guerra (ningún parentesco) cuando el PSOE ganó las elecciones de 1982 con holgada mayoría absoluta: "Vamos a dejar España que no la va a conocer ni la madre que la parió". Pero España siguió siendo –también con ex ministros psocialistas- la misma de ladrones y estafadores, hermanos Juan, mediocridades políticas y corrupciones. Aunque también es cierto que a quien dejamos de reconocer fue a un sector de su partido, esperanza en 1982 y frustración posterior con un ex presidente que paga su nuevo palacete-vivienda a un millón de euros.

  El señor ministro de Defensa, ex consejero de la más importante industria española que fabrica bombas de racimo –las mismas que utilizó Gadafi en Libia contra los rebeldes-, no quiso ser menos en esa tradición tan española arraigada en el lenguaje de símbolos y palabras imperiales, las más de las veces hasta poéticas, aunque cargadas de contenidos peligrosos a veces. En su discurso por la entrega al Gobierno títere de la base española en Afganistán, afirmó que “esta tierra ha sido regada por la sangre y el sudor de nuestros compatriotas”.

  Lo del sudor lo entiendo, a fin de cuentas aquellos desiertos no difieren mucho del Sájara cuando en 1975 nos llevaron uniformados no para imponer la democratización, tal como se justifican hoy las invasiones por parte de los occidentales. Porque, en realidad, estaban en peligro intereses económicos de la empresa que explotaba los fosfatos –la cinta transportadora de cien quilómetros-, antes propiedad del Instituto Nacional de Industria y en 1962 reconvertida como empresa privada, Fosfatos de Bucraa S.A., en manos de prohombres del Régimen que se convirtieron en beneficiados accionistas.    

  Pero lo de la “tierra regada por la sangre de nuestros compatriotas” sí que me desestabiliza emocionalmente. Sangre española, dogmatiza, en tierras de Afganistán. Y yo pregunto: ¿para qué sirvió regar con sangre de jóvenes españoles  la tierra seca, dura, estéril de aquella ficción de nación que se llama Afganistán? Son las mismas tierras de Las golondrinas de Kabul, ciudad  capitalina a la cual Yasmina Khadra (pseudónimo) llama “el quinto Infierno”. En él permanecen enhiestas, por el momento, “dos palmeras calcinadas que se alzan hacia el cielo como los brazos de un martirizado”. Son tierras, las afganas, más identificadas con cementerios esparcidos por doquier y cuyas esterilidades albergan tanto a niños asesinados por soldados USA como a aldeas arrasadas al completo por aviones de la OTAN en nombre de la democracia, del poder popular, de civilizaciones occidentales.

  Es tierra que solo pare señores de la guerra, mujeres- objeto despersonalizadas para siempre en el burka, escondidas de sí mismas en casas–cárceles, en habitaciones–mazmorras, en cuanto que su condición de hembras es un estigma, una marca que denigra, que miserabiliza, que alcanza solo a lo más despreciado por el talibán. Y de nada han servido goteos, riegos, torrentes de sangres españolas y de otros países  en cuanto que, al paso de unos pocos años, Al Qaeda seguirá su inexorable crecimiento, su imparable expansión, su toma del poder por las armas o los rezos, da igual, con ellos se hicieron imperios hacia Dios o hacia Alá, y España sabe mucho de ambos.

  Si soldados españoles regaron la tierra afgana –como hicieron antes miles de soviéticos- para beneficiarla, ¿qué frutos obtuvo España –país, ciudadanía- con las sangres que vertieron mientras se les decía que llevaban la democracia a un país que sigue corrupto, degenerado políticamente, terriblemente caciquil, interesadamente medievalizado, propiedad de los señores de la guerra, de los traficantes de armas, opio; de empresas internacionales que obtienen descomunales beneficios mientras España derrocha a fondo perdido centenares de millones de euros tan necesitados en nuestra tierra, por nuestra gente, trátese de estudiantes sin becas, jóvenes emigrantes, sanidad, enseñanza, familias sin una sola entrada económica, millones de parados, madres que revuelven depósitos de basura a la búsqueda de un yogur caducado…?

  No, no se ha liberado a un pueblo. No se han democratizado instituciones, sistemas políticos, regímenes de poder en cuanto que el pueblo es analfabeto, desconoce por completo los laberintos del mundo occidental. No, no se le ha dado el poder al pueblo; siguen gobernando los de siempre, los que se dejan sobornar y convencer por las multinacionales que ven en Afganistán la fácil y barata multiplicación de sus miserias capitalistas. Y todo, qué tristeza, con el visto bueno de instituciones –a fin de cuentas, la degeneración occidental las controla- que presentaron como ejemplo de democracia el radical cambio de personas, cuando en realidad todo ha sido un paripé, un engaño, una ficción, como le sucedió a Segismundo en La vida es sueño.

  Aquella sangre española que corrió por los desiertos afganos no fue riego democrático, regadío de esperanzas, irrigación de libertades, no, en absoluto. Muy al contrario, se convirtió en evaporaciones, volátiles propagandas oficiales que justificaron la intervención desde la perspectiva de los beneficios económicos cuando se invade un país, o un remedo de nación. No, aquellos españoles ni padecieron ni murieron por la libertad de otro pueblo. “Regaron” su sangre porque interesaba en miles de millones de dólares, de euros, y beneficiaban políticamente para enmascarar desideologizaciones. Pero ellos, los dueños de las sangres,  nunca lo supieron.

También en:

http://www.canarias7.es/articulo.cfm?Id=312894

http://www.infonortedigital.com/portada/component/content/article/25296-tierra-regada-con-sangre-espanola