La Tomasa: un cuento navideño venezolano - por Iris Pérez
Tomasa es una profesora de Universidad. La sibilina hiperinflación ha carcomido su sueldo y este ya apenas llega. “Liquidación por cierre”, reza el cartel contra el que se da de bruces. “¿Y si alegrara mi soledad con una buena porra antequerana? “ Se deja seducir por la llama de la cerillera del cuento de Andersen.
La Tomasa: un cuento navideño venezolano - por Iris Pérez *
Tomasa es una profesora de Universidad. La sibilina hiperinflación ha carcomido su sueldo y este ya apenas llega. “Liquidación por cierre”, reza el cartel contra el que se da de bruces. “¿Y si alegrara mi soledad con una buena porra antequerana? “ Se deja seducir por la llama de la cerillera del cuento de Andersen.
Soñó con un regalo traído por el viento; en este caso, el precio de saldo que anunciaba el dueño del supermercado.
El antojo requería un buen aceite de oliva. Lo encontró, pero…, “el saldo” era un reto inalcanzable para su poder adquisitivo.
Sujetó en sus manos el envase de vídrio. Dudó cuando su tacto y el sudor frio de la frustración tentaron, pero el precio del “chollo” la obligó a devolver su sueño roto a la estantería y a alejarse con indignación.
La retuvo el llanto angustiado de un bebé. La llevó r hasta el final del pasillo. Allí encontró el amasijo de una joven madre que, acurrucada,pretendía calmar los aullidos de su bebé, de unos tres meses.
-¿Usted y el niño se encuentran bien?
La congoja de la madre apenas la permitía hablar hasta que logró reventar su desgarro
-No; Jeremías tiene hambre, mucho hambre; desde la seis de la mañana no toma su biberón Padece del estómago y la única leche que tolera es esta, que es importada. No la puedo comprar, ha subido, en 15 días, 200 veces su precio y con el salario de mi esposo, que es un obrero, resulta imposible.
Suplicó a Tomasa:
-Disculpe señora no la conozco, si puede ayudarme se lo agradezco, estoy desesperada.
A la izquierda de ambas mujeres, escuchaba la conversación el Dr. Quevedo; un viejo y respetado médico de la ciudad, que, atónito, miraba el coste de unos pistachos importados de España.
Escupió:
-¡Joder! ¡Ni que fueran pepitas de oro!
Después sacó su rabia:
-¡Cómo¡; es la una de la tarde; siete horas sin alimento?
Cogió su bastón, golpeó un bidón circular metálico que se usaba como papelera y empezó a arengar con voz fuerte:
-Jeremías tiene derecho a comer, Jeremías tiene derecho a vivir, ¡que bajen los precios!
Un trabajador del supermercado, de unos 30 años, dejó de colocar las galletas colombianas que ponía en una estantería para poner voz al Altísimo:
-Abuelo; está loco, deje el escándalo, por favor, está muy viejo para la gracia
Jeremías dejó de llorar y dio voz al veterano galeno
-El escándalo viene de los precios que fijan; ¡usureros!, ¡ladrones!, ¡hijos de Satán sin alma!
Quevedo siguió reivindicando:“Jeremías tiene derecho a comer, Jeremías tiene derecho a vivir ¡QUE BAJEN LOS PRECIOS!
Los consumidores se unieron en una sola voz, en un solo grito.
Tomasa llamó, vía telefónica, al SUNDDE, e informó de lo que sucedía
El gerente; un hombre alto y de buen ver, pero cruel, intentó sin éxito, dispersar la revuelta y en vez de calmar el ambiente, lo calentó.
-Son unos muertos de hambre, no tienen ni para comprar su comida, ¡fuera de aquí!
Los insultos enardecieron a la masa de compradores, una voz turbia farfullaba “¡linchemos a ese maldito!”
A tiempo se presentaron seis fiscales del SUNDDE y evitaron una inminente tragedia; clausuraron el supermercado y vendieron a los consumidores presentes los alimentos a precios justos.
Quevedo invitó a la madre de Jeremías a preparar el biberón en su casa, ésta se encuentra a 200 metros del supermercado. Tomasa los acompañó y preparó el almuerzo.
La vida reunió a cuatro seres humanos de distintitas generaciones y estratos para hacer justicia. La guerra económica en Venezuela hace estragos, pero su hartazgo también hace amistades mucho más sinceras que aquellas que puedes encontrar en un club social.
* La casa de mi tía agradece la gentileza de Iris Pérez