Ucrania: guerra total y otros problemas que tenemos como país - por Erasmo Quintana *

Hubo un tiempo en el que era imposible pensar que Europa, que se unió en una Comunidad pensando en la paz, podía ser escenario de un ataque brutal de la potente Rusia a un pueblo enano y desarmado como el ucraniano.

Ante esta incomprensible actitud, cómo catalogar a un monstruo del talante de Vladímir Putin, que mientras ordena lanzar bombas indiscriminadas desde aviones y proyectiles terrestres sobre zonas residenciales donde hay una población indefensa en la que mueren niños, ancianos y pacíficos ciudadanos, él se esconde (igual que Hitler) en un búnker de alta seguridad.

La agresión bélica continúa y cada día con más virulencia, lo que hace que el mundo esté en verdad preocupado por lo que pudiera hacer este demencial Putin si le da por apretar el botón rojo que tiene en la mesa de su despacho. No obstante, a tanto llega su avilantez que bombardeó la central atómica mayor de Europa, buscando otro Chernobyl. De este chalado genocida se puede esperar todo. Si no se suicida como hizo el Führer, ¿lo veremos algún día rindiendo cuentas de sus crímenes de lesa humanidad en un juicio como el de Núremberg?

Cuando vemos con qué pasmosa facilidad se recurre a las guerras para solucionar conflictos entre naciones, susceptibles todas de fácil solución, caemos en la cuenta de la lógica armamentística que hay en Oriente y Occidente, que es la misma de la recolección del trigo: se recolecta este cereal porque es necesario alimentarnos con el pan, al igual que se fabrican armas para la guerra, porque son necesarias para matar. Si no comiéramos y no se hicieran guerras a gran escala, ninguna de las producciones tendrían sentido.

Aquí no se pone como valor supremo la vida del ser humano. Si así fuera, no se procuraría llegar a un acuerdo (el que al final se tendrá que llegar) con cuantos más muertos sobre la mesa, mejor. Las naciones europeas ¡por sentido humanitario! (de locos) envían armas a la resistencia para que se enfrente al gigante ruso, y lo único que se consigue es mayor número de muertos, mayor masacre, más sacrificio humano, porque esa resistencia no servirá para otra cosa: mucho más dolor y exterminio ucraniano sobre la mesa. Lo curioso es la aceptación por todos, así como el blanqueo que de esto hacen los medios de comunicación sobre algo tan disparatado como es un conflicto bélico cruento que derrama muchísima sangre de personas inocentes, aceptándolo como si algo tan horriblemente antinatural fuera de lo más normal. 

Hubo un tiempo -que sigue siendo el actual- en que los indicadores en nuestro país, aquellos que tienen que ver con la economía, el ejercicio democrático, la difícil convivencia, la justicia social y los sectores de población más desfavorecidos, coinciden en aparecer como una máquina que camina mal, rotas la mayoría de sus terminales. Si la pandemia era un lastre de importante magnitud, ahora se añaden las consecuencias de esta guerra que afecta directamente al corazón de Europa, encareciéndolo todo, por lo que es impredecible el alcance y su incidencia en la economía de la Unión. Los agoreros del Gobierno actual ya han manifestado, seguros de lo que dicen, que en nuestro país será más grave por nuestra secular idiosincrasia.

Todo en el nuestro tiene un cariz diferente tirando a malo o esperpéntico. Lo vemos en el Parlamento de los Diputados cuando sus señorías, pensando exclusivamente en el interés del partido al que pertenecen, votan en contra siempre de todo aquello que es beneficioso al ciudadano, ése al que dicen representar. Cómo a cada pregunta que le hacen a miembros del Gobierno, ya éstos vienen con su respuesta porque el día anterior se la había pasado por escrito el interpelante. Casado, que ya no estará en adelante, pues lo sustituirá Núñez Feijóo, actual presidente in péctore, era cosa de ver cómo a cada pregunta que le hacía a Pedro Sánchez la acompañaba de su habitual sarcasmo y gracietas ridiculizantes, cuando él era el primero que tenía que callarse al pertenecer al partido más corrupto de los países de nuestro entorno. Lo más curioso es que este habitual recochineo levantaba la euforia del graderío propio, celebrando el derroche de ingenio hilarante de su jefe de filas.

Y como de lindezas sempiternas venimos hablando, señalar que al Gobierno todo se le iba en afirmar que España estaba saliendo de la crisis, hasta que vino lo que nadie pensaba: la guerra en Ucrania. Como resultado, nuestra gente la seguirá pasando canutas y las famosas ayudas europeas se irán como agua en un cesto. Si quieren en verdad hacer algo práctico y con seguro resultado, hagan efectivo que desaparezca el Senado, que cuesta un riñón a cada ciudadano y no sirve para nada. Hoy desaparece la Cámara Alta y estoy seguro que nadie la echaría en falta. En todas las elecciones generales la mayoría de los partidos prometen hacerla desaparecer, pero una vez pasadas las mismas, ahí queda enterita como echadero de elefantes. Los amigos concienciados en la inutilidad de tan alto órgano nos aconsejan para que los electores sean eficaces, en los próximos comicios nadie vote al Senado y así se vea que la mayoría reconoce que dicha institución es inservible, prescindible, innecesaria y una gigantesca rémora para el país. Aquello lo mantienen porque les sirve de lugar a políticos que los partidos no saben qué hacer con ellos. 250 senadores que cuestan un pastón, para nada. En Noruega, Suecia y Dinamarca no hay Senado. Alemania tiene solo 100 y EEUU, un senador por cada Estado, todos teniendo su razón de ser y su eficacia.

Sigue siendo un problema: la verdadera crisis que asola nuestro país es de humanidad y crisis de no pensar en nuestros congéneres, en los discapacitados, los desahuciados, los desamparados y la sensibilidad que deben tener nuestros gobernantes, pues no ven a los rezagados que no llegan como los demás. La economía de un país avanza cuando las clases medias y obreras ganan lo suficiente para mantenerse con dignidad, y así hará que el sistema funcione. Lo contrario es como viene funcionando: todo está diseñado para la inmediatez del dinero fácil, la avaricia egoísta y ciega de los mercados. Este sistema neoliberal conservador es posible en nuestro país porque lo compone una masa amorfa, conformista y resignada. Esa que ve con buenos ojos el regreso de Abu Dabi del crápula Emérito, que está allí porque delinquió, aunque sus fechorías unas hayan prescrito y otras porque es inviolable, todo lo cual no es óbice para que en el fondo sea un real delincuente. 

Desvió su fortuna a paraísos fiscales. 

Y, pobrecito, lo queremos entre nosotros. 

* La casa de mi tía agradece la gentileza de Erasmo Quintana