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viernes, 19 de abril de 2024 10:24h.

Violencia familiar: de hijos a padres - por Nicolás Guerra Aguiar

 

nicolás guerra aguiar pequeña   Son datos oficiales (Fiscalía General del Estado): entre 2007 y 2014 las agresiones de hijos menores a sus padres pasaron de 2683 a 6000. Pero no están incluidas, obviamente, aquellas cuyas víctimas no denuncian por miedo, segunda oportunidad, recato social (“¡qué dirán nuestros conocidos!”) o, si lo hicieron, al poco se arrepienten y las retiran cuando la ley interviene.

Violencia familiar: de hijos a padres - por Nicolás Guerra Aguiar *

 

   Son datos oficiales (Fiscalía General del Estado): entre 2007 y 2014 las agresiones de hijos menores a sus padres pasaron de 2683 a 6000. Pero no están incluidas, obviamente, aquellas cuyas víctimas no denuncian por miedo, segunda oportunidad, recato social (“¡qué dirán nuestros conocidos!”) o, si lo hicieron, al poco se arrepienten y las retiran cuando la ley interviene.

   Según los especialistas en comportamientos violentos de menores, las causas son achacables a distintas variantes: fracaso escolar (debido, a veces, a desestructuraciones familiares o desinterés de los padres); drogas (el consumo de alcohol, por ejemplo, se detecta en niños de doce años) o nuevas tecnologías (a veces potenciadas por los padres para quitárselos de encima…).

   No seré yo, por supuesto, quien contradiga o discuta las conclusiones de los profesionales que dedican estudios, trabajos de campo, investigaciones e intercambios de experiencias para enfrentarse a ellos. Muy al contrario: como ciudadano les agradezco vocación, profesionalidad y trabajo nada envidiable pues el desequilibrio psicológico y personal de los pacientes (‘que padecen’) ni facilita su tratamiento ni, por supuesto, establece de inmediato la imprescindible relación entre ambos. Y tal afirmación no es gratuita: se asienta en la experiencia adquirida cuando recomendé a la madre de un alumno (años ha) inflexibles e inmediatas actuaciones para evitar males mayores. La rigurosa reacción dio, por suerte, buenos resultados. Pero tal mujer avejentó su vida y su psique con acelerada rapidez.

   No obstante lo anterior, que un joven de catorce años use la violencia (no siempre física) contra su madre me hace pensar también en alguien extrañamente insensible, fuera de sí, asilvestrado o acaso dominado por odios en cuanto que desea el mal para ella. Y tal comportamiento se manifiesta en casos concretos por desequilibrios o perturbaciones social y científicamente explicables aunque, por el momento, algunos padres las hayan detectado… y callan desde su conciencia.  Pero cualquier desajuste físico-mental también debe tenerse en cuenta, influye.

   Y como no sabemos en casos de muy jóvenes si hay anomalías físicas desreguladoras de equilibrios, insistimos en causas relacionadas con lo social, la convivencia (o destrucción de la armonía familiar) y los elementos materiales externos, expuestos y documentados por los especialistas. Sin embargo, tal como apunté, el aula me sirvió como observatorio de un mundo tan complejo: llegué a encontrar que sospechosos agresores verbales manifestaban, a la vez, ligeros desajustes mentales. 

   Pero también la calle es aula, inmenso salón de actos o paraninfo. Le cuento, estimado lector, un hecho del cual fui testigo directo en la del alba un día pasado. Estaba en cola hasta que abrieran la sala de espera de un laboratorio. Un pollo (ya, al menos, preuniversitario), chateaba con algún amigo a través del móvil. Permanecía sentado en la escalinata mientras su madre, con muleta, “guardaba la vez”. Lo llamó cuando abrieron la puerta. Él ni tan siquiera la miró. Pero sí le dio instrucciones: “¡Coge la mochila y guárdame un sitio!”. La alforja pesaba, los libros de texto pesan. Ella, sin rechistar, obedeció. Clavó su mirada en la mía para, inmediatamente, doblar la cabeza. (Yo, o le echaba una mano o agarraba por la oreja al pollo. A lo primero me negué. La segunda opción se me hizo cuesta arriba: su estructura gimnástica me frenó racionalmente. Pude haberle llamado la atención, bien es cierto, pero me exponía a algún improperio o un envío al carajo. Y ante tal supuesto no sé cómo hubiera reaccionado.)

   Ya dentro, la madre quiso charlar con él. Le preguntó que si sus amigos Kevin y Perico irían al asadero del sábado. Le contestó con voz sonora, burlona, agresiva: “¿¡Qué coño al asadero, estás loca o qué!? ¡Solo hay puretas enteraos. Yo tampoco voy!”. La madre reacciona: “¡No me hagas eso! Es el cumple de tu madrina y no puedes faltar”.  A lo cual replica: “¿¡Cómo que no!? ¿Qué coño hago allí entre viejos? ¡Le tengo una manía a esa mujer…! ¡Ni de coña!”.  Y sigue sin mirarla. Mientras, ríe a carcajadas ante algún comentario escrito de su amigo: “¡Hijopuuuta!, vocifera. ¡Qué descojonooo!”.

 Lo llaman al mostrador. Su madre tira de muleta y mochila. Se pone a su lado. Le piden datos personales a él (supe entonces de sus 18 años). Saca la cartera, la abre… y ella alarga la mano para sacar el DNI: “¡Coooño, quetestés quieta, coño, que te metas la mano enel…! (No terminó la frase, pero como si lo hubiera hecho.) ¡Siéntate y déjame tranquilo!”. Cuando salieron, él seguía con el móvil y la comunicación. Obviamente, ella transportaba la mochila.

   El anterior no es más que un ejemplo de los muchos localizables por ahí. Dejo a su imaginación, estimado lector, la interioridad del hogar, dulce hogar: si el comportamiento del pollo con su madre fue violento, rigurosamente irrespetuoso, despectivo e insultante, las escenas más íntimas tras las paredes podrán ser prolegómenos a situaciones de agresividad física, más ante la invalidez parcial de la mujer y su extrema docilidad. Aquella señora tiene la guerra perdida.

   Si no fuera por prudencia, autocontrol, respeto, sospecha de agresión o miedo, acaso más de una vez intervendríamos ante situaciones a todas luces impactantes y emocionalmente cabreantes. Son circunstancias de calle, claro, pues algunos la consideran propiedad privada y, por tanto, todo les está permitido. El pasado sábado, en la del alba, una joven mandaba a la mierda a su padre y le gritaba que lo odiaba. Él quiso llevarla al coche, pero se resistía a patadas y puñetazos. El hombre, prudentemente, se marchó: pánico ante las miradas de los amigos de su hija, envalentonados.

   Pero no todo es agresión física, chulería, provocación, desafío, bravata. Hay momentos en que los ritmos cardíacos se aceleran si un hijo –caso descrito- embiste verbalmente a su madre, la menosprecia en público y la convierte en escultura de piedra viva desprovista de sentimientos, ternuras, dignidad humana. Su primer objetivo está cumplido: la ridiculización.

  

* En La casa de mi tía por gentileza de Niolás Guerra Aguiar

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