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jueves, 28 de marzo de 2024 09:57h.

se les ha acabado la cuerda

A vueltas con el fin de la historia - por Julián Ayala

 

frase ayala

A vueltas con el fin de la historia - por Julián Ayala Armas. escritor y periodista *

La poesía es historia bien escrita. “Ama tu ritmo y rima tus acciones”, dijo Rubén Darío. Por ello, solo estaremos a punto para entrar en el fin de la historia, que tanto ocupó la atención de algunos gurúes del capitalismo hace unos años, cuando, por ejemplo, la “Oda a una botella de Coca-Cola” de cualquier gringo dipsómano, desplace del campo de la poesía a la “Oda a una urna griega”, de John Keats, como el bote de sopa Campbell sustituyó a La Gioconda en el campo de la pintura. Aunque a Juan el Evangelista se le haya pasado por alto, esta será una prueba evidente de que se aproxima el fin de los tiempos.

la giocondasopa warhol

La parida de Francis Fukuyama y sus cofrades, cuando la caída del Muro hace 32 años (¡Cómo pasa el puto tiempo!) no fue sino un ensayo de actores que todavía no dominaban su papel de bufones al servicio de los reyes del capital. Sobreactuaban porque no estaban muy convencidos de lo que decían. Prueba de ello es que los más lúcidos —el propio Francis entre ellos— se retractaron posteriormente de su errónea perspectiva.

Pues la historia no terminó entonces, como no han terminado el capitalismo ni la lucha de clases que éste entraña. Fukuyama patinó, como patinó Hegel después de la batalla de Jena. Dos virtuosos del patinaje artístico que no alcanzarán ningún premio por ello. Los de Hegel —todavía hay clases—los consiguió por sus notables aportaciones en otras lides del pensamiento; pero al tal Francis, como a la niña de la canción, “al caerse se le vio… que no sabía patinar”, incómoda situación en la que cualquiera puede verse implicado, pero que es más grave cuando es debido precisamente a un patinazo que adquieres fama de gurú de cualquier cosa.

Las sucesivas crisis económicas que se han ido encadenando en los últimos tiempos, al mismo ritmo que los fracasos de las subsecuentes aventuras de expansión imperial (el último de ellos lo estamos viviendo ahora mismo) han servido, entre otras cosas, para derribar de sus pedestales a estos falsos adivinos que auguraban un milenio triunfal para el neoliberalismo económico (y político) dominante. 

Los profetas antiguos pasaban grandes temporadas entre los pedregales del desierto, comiendo cigarrones y recalentándose el cerebro con el solajero, y cuando lo tenían a punto de ebullición empezaban a soltar vaticinios por aquella boca que su dios les había dado: que si las alimañas anidarían entre las ruinas de Babilonia, que del esplendor de Asur no quedaría piedra sobre piedra… y otras premoniciones llenas de optimismo catastrófico, que ahora, a tropecientos mil años vista, se han cumplido, como no podía ser menos. También el Sol acabará enfriándose y la Tierra haciéndose inhabitable. Ya hay claros síntomas de ello.

Los profetas de ahora -inspirados por el dios mercado- no van al desierto a ponerse en vena, sino que los días que no están actuando en el Club Bilderberg o en el Foro Económico Mundial de Davos, digamos como lugares apropiados para lanzar profecías, están encerrados en sus despachos enmoquetados con series de Andy Warhol en las paredes (la “Campbell’s Soup Cans”, por ejemplo) y realizando mediante complicados cruces algorítmicos y sesudos cálculos macroeconómicos, siempre procedente de afines think tanks (“tanques de pensamiento” en español), ejercicios de efervescencia craneal que les permitan hacer después un buen papel en los centros políticos y económicos del capitalismo rampante.

Pero se les ha acabado la cuerda. Después de las crisis y derrotas del sistema, a las que con sus erróneas y mendaces teorías han contribuido decisivamente, cualquier variación sobre el asunto solo produciría hilaridad. Si no fuera porque detrás de los tanques de pensamiento están los tanques de verdad. El fin de la historia solo se producirá cuando, en última instancia a base de bombazos, acaben metiendo en la cabeza de los supervivientes, entre otras cosas, que una botella de Coca-Cola es más digna de ser inmortalizada en un poema que la bella urna griega de Keats. 

Tú, ¡novia aún intacta de la tranquilidad!
¡Tú, hija adoptiva del silencio y del tardo tiempo,
historiadora selvática, que puedes expresar
un cuento adornado con mayor dulzura que nuestra rima!

John Ketas. Oda a una urna griega

* La casa de mi tía agradece la gentileza de Julián Ayala

JULIÁN AYALA

 

 

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