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miércoles, 24 de abril de 2024 10:18h.

Laval & Dardot: "El desafío de la política de lo común es pasar de la representación a la participación”

Ida y vuelta recomienda la entrevista que le hacen en EL DIARIO Amador Fernández-Savater, Marta Malo y Débora Ávila a Christian Laval y Pierre Dardot, autores de "La nueva razón del mundo" y "Común". Dos libros que explican con nitidez lo que nos está ocurriendo. 

Más allá de izquierda/derecha, Estado/mercado, público/privado: lo común, una alternativa política para el siglo XXI. Entrevista con los intelectuales franceses Christian Laval y Pierre Dardot, autores de Común (Gedisa, 2015).

Laval y Dardot visitarán Madrid y Barcelona el próximo octubre.

http://www.eldiario.es/interferencias/Laval-Dardot-comun_6_405319490.html

http://www.casadellibro.com/libro-la-nueva-razon-del-mundo/9788497847445/2089840

http://www.casadellibro.com/libro-comun-ensayo-sobre-la-revolucion-en-el-s-xxi/9788497848800/2549253

Sobre esta entrevista, Ida y vuelta me manda este texto, firmado O, Colis, que me parece interesante:

"Es muy interesante lo que he leído en el libro "Común", de Christian Laval y Pierre Dardot sobre el concepto fundamental "positividad de las prácticas de resistencia", porque ya no es suficiente, como hemos visto tantas veces en las manifestaciones de unidad y protesta partidista que no obtienen resultados, ya que la acción de manifestarse muere ahí porque parece querer morir en la demostración de fuerza de manifestación, y eso agobia a esos políticos porque no entienden, precisamente, que la acción subjetiva, la manifestación de unidad participativa está por encima de cualquier programa y objetivo, el "medio: manifestación participativa", retoma así su subjetividad común práctica (ya instituida) y hace permanecer vivo al movimiento. Esto es lo que quería yo decir cuando escribía hace un par de años sobre la alternativa entre influir o confluir (15M: Influir o Confluir  http://zonaizquierda.org/15M/influir_o_confluir.htm ) . No es suficiente ser fuerte y oponerse o rebelarse, sino influir, "revelarse influyente". Los movimientos influyentes son inclusivos porque los miembros que participan en ellos no se deben a ningún partido, aunque pertenezcan o militen en partidos, no están obligados a ningún programa ni gran proyecto, el fin se muestra así en la manifestación de unidad, en el medio subjetivo de rebelarse (revelarse rebelde).

Los grandes proyectos (o programas generales) nos descolocan, sine loco, porque la influencia participativa se debe proyectar sobre el lugar, in proprio situ, y en los pequeños proyectos (que hacen todos juntos el gran proyecto de lo común). Y lo común hay que señalarlo primero para, como dicen Laval y Dardot, instituirlo, definirlo.

Los nuevos conceptos a revisar, señalar e instituir serían entonces: lo común, el sentimiento de propiedad y la naturaleza humana (que como creo que dice José Manuel Naredo está ligada a lo común y al sentimiento de pertenencia, del que ha derivado, creo yo, el de la propiedad del lugar en el que se habita, cuya excrecencia es el nacionalismo; y el de la posesión transitoria, del que derivó el abusivo derecho de propiedad particular). 

Algunos políticos y politólogos de izquierda, debatiéndose entre el ser y el estar, están utilizando estrategias de adaptación (personal) a la situación política, y aunque aseguran que la solución a la lucha contra los poderes está ya en la base social popular, creen que sólo los que la representan o representarán pueden iniciar ese cambio efectivo hacia la democracia real, cuando en realidad es la base social en acción la que ya ha iniciado ese cambio (y no es un cambio nacional, sino internacional e interclasista) y sólo ella debiera ser la única protagonista. Pero esos políticos creen que ese cambio sólo se logrará a través de la confluencia de esos representantes de la rebelión popular para gobernar el cambio, porque sólo consideran el cambio objetivo desde el punto de vista electoral, cuando el cambio sólo puede entenderse como real si existe en las bases sociales subjetivas, no en los partidos y en sus representantes (que van y vienen, aparecen y desaparecen), y mientras que las bases sociales ya han cambiado, los partidos y sus representantes no, claramente no. La confluencia o el entendimiento entre programas parecidos tiene siempre el superobjetivo del poder partidista, es el fin, y ese fin necesita de una merma progresiva en cuestiones formales y de procedimiento (de los medios que conducen a ese fin), en un proceso aparentemente objetivo o antiutópico y de alivio para los contrarios, todos al fin y al cabo en el sistema. Pero el fin son o deben de ser los medios, lo demás es accesorio (no fundamental), transitorio (y no transversal), internacionalista (no nacionalista), común (y no privado, ni público). Yo no creo que esos políticos perciban que el conflicto se aprecia ya en los trescientos sesenta grados del círculo y el área social, no sólo en el segmento de derecha, ya que quizá lo más fácil para la izquierda partidista de toda la vida sea seguir planteando la cuestión del conflicto sólo en el reconocimiento de ese enfrentamiento contra los poderes y partidos de derecha, sin querer hallar el propio conflicto, ese que la izquierda partidista tiene con las bases y la organizaciones populares desde hace ya mucho tiempo. Es el momento de preguntar y oír a las bases, pero no debe preguntarse lo que ellas no preguntan. Los partidos son como el forceps con el que el odontólogo extrae la muela enferma, pero el que la extrae es el médico, no el aparato. El forceps no tiene más poder que el que el que le presta el médico. El forceps es como un bien común en este caso; porque el debate principal vuelve a estar en torno al sentido de la propiedad, incluso al sentimiento de la propiedad, y si los objetivos son comunes no debe existir la propiedad como valor, a no ser que se refiera a la propiedad común de los bienes comunes. El propio nacionalismo se retroalimenta con ese sentimiento de propiedad privada de la tierra en la que se ha nacido o en la que se habita, es un sentimentalismo de patriótica posesión básica. Y esos políticos de izquierda a los que me refiero se apartan de ese tema muy estratégicamente diciendo que cuando se habla de razones nacionalistas en particular quizá estén equivocados porque se encuentran lejos en lo relativo a esa cuestión (aceptando que es fundamentalmente sólo una cuestión patriótica). En este sentido Hannah Arendt sí supo reflexionar en el terreno nacionalista teológico del sionismo, que consideraba y considera su tierra y su historia como una cuestión estrictamente de propiedad privada (y pública, aunque de los judíos solamente). En general, el conflicto entre las bases sociales y los partidos recuerda mucho también a las discusiones entre Lenin y Rosa Luxemburgo sobre la relación que debe haber entre el partido y sus partidarios.

Esos políticos siguen debatiéndose entre el ser y el estar y como son listos puede que no lleguen a ser, pero estar estarán en donde haga falta (a ellos), mientras la nave va."

O Colis