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viernes, 19 de abril de 2024 00:09h.

El cabreo de la ciudadanía - por Nicolás Guerra Aguiar


Nicolás Guerra Aguiar se refiere y apoya la Propuesta de Reforma Constitucional que recorre la red pidiendo que se racionalicen los derechos deberes y privilegios de los parlamentarios y parlamentarias

 

En vista de que para reformar la Constitución Española no fue necesario un referéndum o consulta popular, tal como impusieron el PSOE y el PP el pasado septiembre en el Parlamento con la introducción del principio de estabilidad financiera para limitar el déficit, la ciudadanía exige también cambios, y urgentes, ante privilegios de sus señorías parlamentarias que considera inapropiados. Y por más que los partidos nacionalistas CiU y PNV no votaron e IU, ERC, NBG, ICV y Nafarroa Bai se ausentaron en el momento de la votación, aquella reforma fue aprobada por 316 votos -PP-PSOE- y rechazada por cinco.

Por tanto, concluyen decenas de miles de votantes, si algo en apariencia intocable -la Constitución- puede cambiarse aunque se trate de aspectos nada superficiales o intrascendentes, da igual, con más razón deben acometerse reformas que afectan a las excesivas prerrogativas de los señores parlamentarios y que, por supuesto, ni están en la Carta Magna ni fueron aprobadas por votación en referéndum.

Así, con el título de «¡Despierta España!» circula por Internet –once veces lo he recibido- un mensaje cargado de razones, argumentos, raciocinios, equitativo sentido de la proporcionalidad y de lo justo. (Yo hubiera escrito «¡Despierta, España!», en cuanto que la coma transformaría el tiempo verbal ‘Despierta’ -presente de indicativo en la primera construcción, significa que ‘la acción se está realizando’- en un imperativo, que en este caso traduce ruego, incitación, apremio.)

La lectura de tal propuesta –rigurosa, justa- me trasladó a varios años atrás, al COU o Curso de Orientación Universitaria el cual, con todos sus defectos, cumplía aquella función de encaminar a nuestros alumnos no solo hacia la superespecialización sino que, además, los formaba en asignaturas fundamentales, caso de la Lengua Española.

Además, en Literatura Siglo XX estudiábamos un tema -«España en la literatura»- muy relacionado con el título del correo electrónico. Y así, desde Cervantes a la Institución Libre de Enseñanza, con obligada parada en Quevedo y en los canarios Clavijo y Fajardo, Nicolás Estévanez, Galdós… nos deteníamos en los regeneracionistas como Joaquín Costa para, después, estudiar la Generación del 98 (Luces de bohemia, Campos de Castilla, El árbol de la Ciencia…), a los Novecentistas, Ortega; a Entralgo –España como problema-; a los componentes de la literatura social –Antología Cercada, por ejemplo; Otero, Martín-Santos- y a otros tantos poetas, novelistas, ensayistas, dramaturgos… que habían hecho de España su gran preocupación.

Por eso satisface descubrir y palpar que hay gente, mucha gente que a la manera de aquellos intelectuales (Por más que el aspa le voltee / y españa le derrote / y cornee, / poderoso caballero / es don Quijote, escribió Blas de Otero *) no ha renunciado a la defensa de sus opiniones, a la búsqueda de raciocinios, a la dignificación de aquellas estancias que no son palaciegas, sino las que defienden los intereses del ciudadano, ansioso de mundos en paz, libertad y justicia.

Y por eso escriben, redactan, discuten y manifiestan públicamente que no están de acuerdo con la profesionalización de la actividad política, con las carreras políticas, con las perpetuaciones en el poder en cuanto que solo son la materialización de nóminas, nominillas, canonjías y beneficios ajenos al paso de las legislaturas. Porque creen –y creen con razones- que el Parlamento no es una simple Cámara a perpetuidad para decir «amén» a lo que disponen los de arriba y para consolidar abusos frente a la ciudadanía.

De ahí que el contenido del Manifiesto –estoy seguro de su prodigalidad, millonaria multiplicación y entrada en las pantallas de sensibles ciudadanos- reclame aquello que es elemental, básico, de pura lógica, en cuanto que pretende eliminar inapropiados privilegios, incorrectos beneficios a los que no solo no acceden los mortales sino que, además, estos han de pagar como si de un canon a los dioses se tratara. Si la condición de diputado ya implica el reconocimiento de un estatus diferenciado en cuanto que la persona elegida pasa a formar parte de una minoritaria minoría, no puede además acentuarse con prerrogativas. Y no es que todos disfrutemos de tales beneficios, sería imposible. Pero sí que ellos dejen de ser otro mundo, otra especie, quizás hasta otra galaxia.

¿Qué se reclama en el manifiesto? Simplemente, lo que se les exige e impone a todos los que hoy tienen la oportunidad de un puesto productivo. Se pide, por ejemplo, que las señorías solo cobren –y cobran bien- mientras dure el mandato, pues gozan de largos fines de semana, vacaciones de Navidades, Semana Santa, verano… Y que una vez disuelto el Parlamento, desde el día siguiente sean como todos. Han de pagar sus planes de jubilación, como todos los que piensan en el futuro y –qué triste- pueden hacerlo, que no es posible en todos; no podrán decidir su aumento de sueldo –siempre lo consiguen por unanimidad, qué democracia, qué lección de hermanamientos-; gozarán del mismo seguro público que los demás; no más de dos legislaturas (el señor Guerra, del PSOE, allí tiene sus reales desde 1978)… Es decir, igualdad con los cuarenta y cuatro millones restantes. ¿No defienden que en democracia mandan las mayorías?

Aclara el autor que el término "españa" aparece en minúscula en el texto orginal de la cita.